En esta sección del Singulari quadam, el Papa Pío IX insta a los obispos de la Iglesia católica a emplear todas sus energías para expulsar de la mente de los hombres el error mortal de que el camino de la salvación puede encontrarse en cualquier religión.
Hasta cierto punto, esto es una mera reafirmación de la opinión errónea según la cual bien podemos esperar la salvación de hombres que nunca han entrado de ninguna manera en la Iglesia católica, la primera interpretación errónea de la enseñanza católica reprobada en esta sección de la alocución. Sin embargo, de otra manera, el error de que el camino de la salvación puede encontrarse en cualquier religión tiene su propia malignidad peculiar e individual. Se basa en la falsa implicación de que las religiones falsas, aquellas distintas de la católica, son en cierta medida una aproximación parcial a la plenitud de la verdad que se encuentra en el catolicismo.
Según esta aberración doctrinal, la religión católica se distinguiría de las demás, no como lo verdadero se distingue de lo falso, sino solo como la plenitud se distingue de las participaciones incompletas de sí misma.
Es esta noción, la idea de que todas las demás religiones contienen suficiente de la esencia de esa completitud, de la verdad que se encuentra en el catolicismo, para convertirlas en vehículos de salvación eterna, lo que se reprueba en el Singulari quadam.
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BerGOGlio
Sucesor del Anticristo Montini
"Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Y, hago una comparación, son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar allí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. “¡Pero mi Dios es más importante que el tuyo!” ¿Eso es cierto? Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios. Uno es sijs, otro, musulmán, hindú, cristiano; aunque son caminos diferentes. Understood?
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Con dolor hemos sabido que otro error no menos funesto se ha introducido en ciertas partes del mundo católico, apoderándose de las almas de muchos católicos. Arrastrados a esperar la salud eterna de todos aquellos que se encuentran fuera de la verdadera Iglesia de Cristo, no cesan de preguntar con solicitud cuál será, después de la muerte, la suerte y condición de los hombres que no están sometidos a la fe católica. Seducidos por vanos razonamientos, responden a tales preguntas conforme a esta perversa doctrina.
¡Lejos de nosotros, Venerables Hermanos, el pretender limitar la misericordia divina, que es infinita! ¡Lejos de nosotros el querer escudriñar los consejos y juicios misteriosos de Dios, abismo en donde al pensamiento humano no es dado penetrar! Pero es deber de nuestro cargo apostólico excitar vuestro cuidado y vigilancia episcopal, para que hagáis todos los esfuerzos posibles por alejar del entendimiento de los hombres la opinión tan impía como funesta, según la cual «en cualquiera religión puede encontrarse el camino de la salud eterna».
Emplead todos los recursos de vuestra capacidad y ciencia en demostrar a los pueblos confiados a vuestros cuidados que los dogmas de la fe católica en nada son contrarios a la misericordia y justicia divinas. La fe nos prescribe creer que fuera de la Iglesia Apostólica Romana nadie puede salvarse, porque ella es la sola Arca de salud, y que todo el que no entrare en ella perecerá en medio de las aguas del diluvio. Por otra parte, es necesario tener igualmente por cierto que la ignorancia de la verdadera religión, si esta ignorancia es invencible, no es una falta a los ojos de Dios.
Pero, ¿quién se atreverá a arrogarse el derecho de señalar los límites de semejante ignorancia, teniendo en cuenta las diversas condiciones de los pueblos, países, inteligencias, y la infinita multiplicidad de las cosas humanas? Cuando libres de las ligaduras del cuerpo veamos a Dios tal como es, comprenderemos perfectamente por qué admirable e indisoluble lazo están unidas la misericordia y justicia divinas; pero mientras permanezcamos sobre la tierra encorvados bajo el peso de esta masa mortal que abruma al alma, creamos firmemente lo que nos enseña la doctrina católica, a saber: que no hay más que un Dios, una fe y un bautismo. No es permitido intentar penetrar más adelante.
Por lo demás, como la caridad exige, derramemos en presencia de Dios súplicas incesantes para que en todas partes todas las naciones se conviertan a Cristo, y trabajemos cuanto lo permitan nuestras fuerzas por la común salud de los hombres. El brazo del Señor no se ha acortado, y los dones de la gracia celeste jamás faltarán a aquellos que quieren con sinceridad y piden el socorro de.