En contraste soberanamente doloroso con la luz de la multiforme ciencia y experiencia que, cuando está bien dirigida, viene de las Universidades y de los Ateneos, se alzan las tinieblas que nos oprimen como una de las causas principales del abismo moral en que hoy día se debate el mundo; queremos decir, el divorcio que separa del pensamiento cristiano a un número considerable de los hombres de alta cultura.
Las Universidades y los Estudios Generales no son de hoy ni de ayer; nacieron en la Edad Media del seno y bajo la protección de la Iglesia. También por entonces encontraréis a veces errores, herejías, teorías antisociales; sin embargo, en aquellos tiempos, hoy tan denigrados no raras veces, por obra de las Universidades formadoras y directoras de las mentes, en la atmósfera general aleteaba el pensamiento de las concepciones cristianas y resplandecía la antorcha de aquella fe que no humilla a los ingenios y, si los pone de rodillas, los hace más grandes ante la verdad y la veracidad de Dios que ha hablado, y, en la armonía admirable de la ciencia de la razón con la ciencia divina, hace angélico al entendimiento humano.
Pero con la lenta obra de disgregación espiritual originada por el humanismo paganizante, por el libre examen, por el filosofismo nebuloso del siglo decimonono, contra los cuales grita la realidad del mundo, ¿Qué ha sucedido? ¿Qué ventajas y progresos han recogido de ello la sociedad, la familia, la persona humana?
Echad una mirada a la cultura universitaria vosotros los que frecuentáis o frecuentasteis sus aulas. ¡Cuántos campos de estudio y de investigación científica se han desarrollado y dilatado fuera de todo contacto con el pensamiento católico, sin tener en cuenta alguna el grande hecho de la revelación sobrenatural, ensanchándose en un ambiente, si no siempre antirreligioso, por lo menos que se despreocupa de la religión!
De aquí proviene una funesta descristianización del espíritu en muchos de aquellos maiores, llamados a conducir a sus hermanos, a iluminar a los demás, a pensar por ellos, a guiarles en la vida, con los amargos frutos que nos hace gustar el presente.