El término «historicismo» designa un sistema filosófico que no percibe en toda la realidad espiritual, en el conocimiento de la verdad, en la religión, en la moralidad y en el derecho más que cambio y evolución, y rechaza, por consiguiente, todo lo que es permanente, eternamente valioso y absoluto. Tal sistema es sin duda inconciliable con la concepción católica del mundo y, en general, con toda religión que reconozca un Dios personal.
La Iglesia católica sabe que todos los acontecimientos se desarrollan según la voluntad o la permisión de la divina Providencia y que Dios persigue en la historia sus propios objetivos. Como el gran San Agustín ha dicho con una concisión muy clásica: Lo que Dios se propone hoc fit, hoc agitur; etsi paulatim peragitur, indesinenter agitur, se hace, se lleva a cabo; aunque se realice poco a poco, se hace sin cesar.
Dios es realmente el Señor de la historia.
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