¿Y a tan miserable criatura visitáis, oh Jesús mío? ¿Y queréis uniros conmigo con inefable y verdadera unión? ¿Y queréis ser mi alimento y mi sustancia? ¡Ay, Señor, quién os hubiese amado siempre! ¡Quién nunca os hubiese ofendido! ¡Quién tuviese la fe de los Profetas, la esperanza de los Patriarcas, la caridad de los Mártires, la pureza de las Vírgenes, la santidad de María Santísima! Aun así, no sería digno de recibiros ni de hospedaros en mi corazón. ¿Qué debo, pues, decir viéndome tan pobre y vacío de virtudes? Os diré con el Apóstol San Pedro: «Apartaos de mí, Señor, que soy un gran pecador. Más ¿a dónde iré, si Vos tenéis palabras de vida eterna?» ¡Qué haré sin Vos! ¿Quién disipará las tinieblas de mis errores e ignorancia? ¿Quién calmará el ardor de mis pasiones? ¿Quién me dará armas para triunfar de mis enemigos? Vos sois, oh Dulce Jesús mío, la Verdad, el Camino y la Vida. Fuera de Vos, no hay sino mentira, terror y muerte eterna. Vos sabéis convertir en Santos a los más grandes pecadores. Venid, pues, ¡oh Dios de amor... Deseo amaros con todo mi corazón! Pésame en el alma de haberos ofendido. Venid, ¡oh buen Jesús!, venid. Mi alma os desea ardentísimamente; venid, dulce hechizo de mi amor; venid, refrigerio de los corazones, consuelo de afligidos, esperanza de las gentes, delicia de los Ángeles, alegría del cielo, bienaventuranza de los Santos; venid, Dios mío, alumbrad mi alma con las luces de vuestra fe; venid, Rey eterno, a librarme de todos mis enemigos; venid, médico divino, a curar mis muchas dolencias; venid, huésped magnífico, a enriquecerme con vuestros dones soberanos; venid, fuente de aguas vivas, apagad la rabiosa sed de mis pasiones; venid, vida mía, paraíso mío, bien mío; venid, que os deseo; venid, que suspiro por Vos; venid, y no tardéis más; venid, que desfallezco; venid, Señor, y tomad cuanto antes posesión de mi corazón. Amén.
Con aprobación eclesiástica. Buenos Aires, terminado de imprimir el 11.III.1950, festividad de San Eulogio, en el vigésimo quinto Año Santo.