CAPITULO 13 - La semejanza entre los grados enumerados, y la escala que vio Jacob en su visión.
Podemos pues mostrar estos grados por tal semejanza. Supongamos que alguien ame a otro de buen corazón, y después llegue a ser su enemigo. Antes de que él pueda tener un odio total, pasa por los siguientes grados: ya que cuando el fuego del amor es grande, no se puede extinguir inmediatamente, sino que comienza a disminuir y luego se apaga. Primero comienza a conocer y considerar los defectos del amigo, los cuales antes (a causa del gran amor) no conocía ni consideraba, y comienza a cambiar de opinión y a enfriar el amor. En segundo lugar comienza a disgustarle, y producirle aborrecimiento y rencor, pero no se nota. En tercer lugar crece el disgusto y se convierte en odio, y comienza a hablar mal de él y a murmurar, pero no públicamente. En cuarto lugar lo hace abiertamente y difunde sus defectos, y se lamenta de lo que antes elogiaba.
Sin embargo, por estos cuatro grados no se extingue del todo el amor; porque vemos que muchas veces el padre se lamenta del hijo hablando mal, y se disgusta, pero por una cierta ternura del amor no querría ofenderlo. En el quinto grado ya no se cuida demasiado, pero no querría vengarse. En el sexto, soporta con gran paciencia y sin ninguna ternura todos sus males. Y ya en el séptimo crece tanto el odio, que se alegra por todas sus tribulaciones, lo persigue y lo trata como enemigo.
Y así, ya que el amor propio y de sí mismo es mucho más fuerte y mayor que el amor por un amigo y por el hijo, no se puede extinguir inmediatamente, sino que el hombre, por los grados descriptos, llega al perfecto odio de sí mismo. Por eso dice san Gregorio que nadie llega inmediatamente a la cima, sino que comienza poco a poco, y crece hacia la perfección. Y dice san Bernardo: “No quiero repentinamente llegar a ser perfecto, sino de grado en grado y de virtud en virtud, como dice el Salmista”.
Y podemos decir que esta es la escala que vio Jacob en una visión, que tenía su base en la tierra y el extremo superior en el cielo, y Dios estaba allí arriba apoyado en ella, y los ángeles ascendían por esta escala. Los pies de esta escala están en la tierra para significar que en el principio, es decir en el primer grado, el hombre es aún terrenal. Pero el extremo superior entra en el cielo, y Dios se apoya en ella para significar que quien alcanza este grado es como totalmente celestial, y está junto y unido a Dios. Pero jamás el hombre se une a Dios, si antes no se odia a sí mismo y no se ha despojado de todo afecto mundano. Por eso Dios dice en el Evangelio: “Quien no odia al padre, a la madre, a los hijos, y a sí mismo, no es digno de mí”. Y “quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz, y sígame”. Y este odio debe ser perfecto: como de él hemos dicho, es decir que se trata de amar a todo hombre por amor de Dios, y odiar los defectos en sí mismo y en toda otra persona.
Además por dicha escala subían y bajaban los ángeles para significar que por esta escala no van sino los hombres perfectos y los ángeles. Y cuando Jacob se despertó dijo: “¡Qué terrible es este lugar!. Esta es escala de Dios y puerta del cielo”. Ya que aquellos que han llegado a este estado de subir por esta escala, están ya en la casa de Dios y en la puerta del cielo en perfecta confianza y esperanza.
Y aquí se muestra que quien quiere entrar en el cielo, le conviene ir por esta escala, porque al cielo no se puede entrar por otro camino que no sea por el amor perfecto de Dios y el odio de sí mismo. Este es el camino del cual dice Cristo: “Es muy estrecho el camino que conduce a la vida eterna, y pocos son los que van por él” ya que son pocos los que llegan a esta perfección. Por eso vemos que muchos se muestran espirituales por la abstinencia, por la conducta exterior, y por una vestimenta de pobreza; pero tanto se aman a sí mismos que no quieren padecer ninguna contrariedad, sino que quieren vivir según su propia voluntad, y son vanagloriosos pues buscan ser amados y alabados. Estos no entran en el cielo por la puerta estrecha.
Y como dice san Agustín: “Esta es la mayor perfección que pueda haber”. Por eso dice de sí mismo que encontraba en él disgusto por los goces del mundo, las riquezas, los consuelos de hijos y de mujer. Pero cuando se examinaba a sí mismo sobre si gozaba al ser alabado, amado y bien considerado, dice que entonces sí que claudicaba y le parecía que no hubiese llegado a la perfección de no querer ser amado. Por eso, como ya se dijo, es mucho mayor perfección no querer ser amado que amar. Y sin embargo cada uno debe preocuparse por llegar a este grado, para que nuestras fatigas y las otras buenas obras nuestras no se pierdan: porque como ya se dijo, éste es el camino, la escala y la puerta por la cual debemos entrar en el reino del cielo.
Continuará...