CAPITULO 8 - Cómo debemos amar a Cristo fuertemente.
En el cuarto modo, es decir amar fuertemente, podemos y debemos seguir a Cristo, de cuyo amor no debemos apartarnos ni por fatiga, ni por pena ni por muerte; ya que no es digno de tener tanto bien quien no lo ama con todo el corazón y con toda su potencia. De esta fortaleza nos da el ejemplo san Pablo, quien decía: “Estoy seguro de que ni pena, ni muerte, ni hambre, ni sed, ni persecución, ni injurias, ni demonios, me podrán separar de la caridad de Dios, que está en Jesucristo”. También decía: “Cristo me ha amado y se entregó a sí mismo por mí”; y no soy ingrato ante tanta gracia. Como diciendo: amándome me ha atado de tal manera que estoy preparado a morir por Él como Él murió por mí. Y como veía a algunos muy débiles en esta caridad, los confortaba y les decía que se arraigaran y fundaran en la caridad, es decir que no se agitaran por cualquier viento.
A la fortaleza del amor pertenece el amar puramente, según se ha dicho antes: de modo que acordándonos de la pasión de Cristo, ni la prosperidad ni la adversidad puedan cambiar nuestro amor, ni desalentarnos. Por eso dice san Gregorio: “Si tuviésemos en la memoria la pasión de Cristo, nada sería tan duro que no nos pareciese llevadero; ni tan amargo que no nos pareciese dulce”. Y dice san Bernardo: “Estamos en esta vida como en un campo de batalla, en el cual nuestro capitán, Cristo, fue muerto para liberarnos. Por lo tanto, quien huye y no soporta los golpes y las heridas de buena gana, será un caballero sin gloria”. También dice: “¡Oh alma! ¿Qué cosa puede parecerte áspera o dura, si te acuerdas de las fatigas, necesidades, injurias, escupitajos, escarnios, burlas y muerte de Cristo?. Coherente y razonablemente debo dar mi vida por Él, que quiso dar la suya y sufrir tormentos amarguísimos para liberarme de la muerte eterna”. Por lo tanto, oh Jesús, es digno de muerte quien se resiste de ir a Ti.
Y encontramos que este amor a la cruz ocupa tan fuertemente el corazón de los perfectos, que todo lo tienen por nada, y están totalmente absortos en Cristo. Por eso dice san Pablo: “Aquellas cosas que antes me parecían una ganancia ahora, por amor a Cristo, me parecen pérdida; y todo lo considero estiércol para poder tener a Jesús”. Decía también: “Yo me glorío en las tribulaciones por amor a Cristo”.
Y san Pablo estaba tan embriagado con la cruz, que estaba todo él transformado en ella. Por eso decía: “Estoy clavado en la cruz con Cristo”. Además decía: “Llevo los estigmas de Cristo en mi cuerpo”. Y en otro lugar dice: “Yo no creo saber otra cosa que Jesucristo crucificado; y rehuyo gloriarme sino en la cruz de mi señor Jesucristo: por quien el mundo me crucifica, y yo a él”, es decir que el mundo me desprecia y yo a él. Y esta es la gran perfección. Dice san Gregorio: “Cuando el hombre tiene desagrado por el mundo, él debe desagradar al mundo. Pero hay algunos menos perfectos que, a pesar de que no aman al mundo, sin embargo están contentos de que el mundo los tenga en buena opinión y reverencia. Es sin embargo mucha mayor perfección no querer ser amado por el mundo, que no amarlo”.
De la caridad perfecta dice san Ambrosio: “El alma que es esposa, gustosamente se une con el esposo en el lecho de la cruz; y nada valora como más glorioso que llevar los oprobios de Cristo, según nos conforta san Pablo”. Pero son tan grandes nuestra ingratitud y vileza, que de Cristo no queremos sino recibir honor y dignidades jerárquicas sin fatiga alguna. Por eso dice un santo padre en las “Colaciones” (de san Juan Casiano): “Hay muchos hombres tibios que quieren ser pacientes, pero sin penas; quieren ser humildes, pero sin ninguna injuria; quieren ser puros, pero sin abstinencia; quieren defender la verdad, pero sin desagradar a nadie; quieren el paraíso, pero sin perder ningún consuelo del mundo. Pero se engañan, porque Cristo dice en el Evangelio: El reino del cielo se conquista por la fuerza; y lo ganan aquellos que son violentos porque hacen violencia a sus malos deseos y a su propia pereza”. Por lo tanto no se puede alcanzar ni por la ociosidad ni por dormir, como algunos creen.
La caridad, dice san Gregorio, jamás está ociosa; antes bien obra grandes cosas y por eso cuando el hombre no hace obras, es signo de que no está en caridad. Y Salomón dice en el “Cantar” que: “el amor es fuerte como la muerte”, que todo lo vence. Por lo tanto es por la fuerza del amor que conviene entrar en el cielo, y no por la ociosidad ni por los consuelos humanos. Como dice san Agustín: “Es imposible que el hombre tenga el consuelo de este mundo y del otro”. Y por eso dice el Salmista: “Rechacé los consuelos del mundo, y recordé a Dios, y encontré gozo”. Y san Agustín dice: “Cristo dice y grita: Yo tengo mercadería para vender. Y como el hombre le preguntara: ¿qué mercadería es esta?, Cristo le responde: el reino del cielo”. Y como si el hombre dijese: ¿cómo se vende? y Él responde: Por pobreza el reino, por vileza el honor, por pena el gozo, por fatiga el reposo, por muerte la vida. Por lo tanto nos conviene renunciar a todos los goces del mundo, y soportar suavemente toda adversidad.