VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL ESPEJO DE LA CRUZ (XIV)


CAPITULO 12 - Acerca de los siete grados del odio de sí mismo, y sobre la humildad. (1ª parte)


Puesto que el amor y el odio de sí mismo son cosas muy contrarias, como si fueran dos extremos opuestos, es decir de bondad y de malicia, no se puede llegar al extremo del odio sino a través de algún paso intermedio. Y desde el amor propio (que es el desprecio total de Dios) no se puede llegar al desprecio y odio perfectos de sí mismo por amor a Dios, sino por una perfecta oposición. Por eso san Agustín considera que es no poca estulticia ser creatura racional y no llegar al extremo perfecto, que consiste en el odio a sí mismo: ya que quien no llega, obra contra el deseo natural y contra el orden del amor.


Y que esto sea así, se manifiesta por la sentencia del Filósofo (Aristóteles), que dice que la condición de la naturaleza es huir de las cosas que le son contrarias e ir detrás de las cosas concordantes a ella; y realiza lo opuesto quien prefiere el amor propio antes que el odio a sí mismo, y coloca el amor a Dios detrás del amor propio. Por eso, por el desordenado amor humano pierde el amor divino y la propia utilidad, y obtiene las cosas contrarias a la naturaleza.


Por lo tanto, no es poco el cuidado que debe tener la creatura en seguir este camino y este modo: es decir, odiarse a sí misma, y no sólo a sí misma sino también a toda otra creatura mortal, para conseguir el bien eterno, porque este modo es poderosísimo y necesario. Como dice san Mateo en la persona de Cristo: “Quien no renuncie a la propia voluntad”, que no es otra cosa que el odio de sí mismo, “y a todas las otras cosas terrenales, no es digno de mí”. Por lo tanto, si Dios nos ha amado y nos ama infinitamente, como dice san Pablo: “Por la eminente caridad con la cual Dios ha amado y ama a la creatura racional, mandó a su Hijo único a este mundo, nacido como hombre, circuncidado como hombre, fue atormentado y muerto como hombre, soportando muchas otras miserias que no eran acordes con su divinidad, sólo por el inmenso amor como el que ha tenido por nosotros”; debemos también nosotros esforzarnos por llegar al perfecto amor de Él, por los grados o escalones que diremos, como dice san Anselmo.


El primer grado se da cuando el hombre comienza a conocer sus defectos y pecados, y las injurias hechas a Dios su creador; y ya no se considera como antes creía que era, y por esto refrena un poco la presunción y altivez que tenía, cuando le parecía ser tan grande y altivo y estaba ciego respecto de sí mismo; y se da cuenta que Dios le concedió la gracia aguardándolo con paciencia y soportándolo por las tantas ofensas hechas a Él.


El segundo grado es cuando, conociéndose, comienza un poco a dolerse de sí y a desagradarse de sí y a ser menos blando consigo mismo, como con atrición (dolor de los pecados por temor al castigo), suponiendo que no tenga contrición (dolor de los pecados por amor a Dios).


El tercer grado es cuando, por gran contrición, crece el dolor y el disgusto contra sí mismo, y está contrito; y se disgusta en tanto que comienza a confesar y a descubrir el pecado que antes solía defender, excusar y encubrir; pero sin embargo no querría ser conocido ni reputado tan malvado como lo es, y como ha confesado.


El cuarto grado es cuando el odio crece tanto, que agrava su defecto confesándolo, y hasta quiere agrandarlo tanto como para que el sacerdote tenga una mala opinión de él.


El quinto grado es cuando el odio contra sí mismo crece tanto que estaría contento y, en cuanto pudiera suceder sin escándalo, querría que todo el mundo lo conociese y lo considerase vil.


El sexto grado es cuando el hombre, reconociendo su pecado, considera justa toda tribulación que Dios le manda y tiene paciencia, y comienza a castigar su defecto huyendo de todo goce y afligiéndose con todo tipo de penitencia.


El séptimo grado es cuando ha llegado a tanto desprecio de sí mismo y amor de Dios, que no solamente conoce, confiesa y castiga su pecado, sino también se goza y se alegra en toda tribulación, injuria y vileza por amor a la justicia de Dios, por consideración a la pasión de Cristo y por desprecio de sí mismo.

Continuará...