VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL ESPEJO DE LA CRUZ (V)


CAPITULO 4 - Cómo el amor que Cristo nos mostró en la Cruz es útil, y cómo eligió el modo más conveniente para atraer al hombre.


La tercera condición del amor de Cristo en la cruz, es que es útil. De la utilidad que Cristo, por su amor, nos mostró en la cruz, hablamos ya en el primer capítulo, donde se dice que Él vino a morir para rescatar, iluminar e inflamar; y a lo largo de todo este libro hablaremos de ello. Pero, como dice san Pablo, este Cristo crucificado es escándalo para los judíos, y parece estulticia para los gentiles. Y dicen que fue una gran locura hacer muriendo lo que podía hacer menos penosamente. Y toda la utilidad que tenemos gracias a su muerte, dicen que Él podía hacerla con su sola voluntad.


Veamos, por lo tanto, por qué este modo fue el más conveniente y el más eficaz que cualquier otro. Debemos saber, como dice san Anselmo, que Dios hizo al hombre para darle la bienaventuranza perfecta. Él lo hizo razonable y justo: razonable, para que conociese el bien para el cual fue creado; y justo para que lo amase, y amando tuviese el bien cuando Dios así lo quisiera. Por lo tanto, el hombre fue hecho para ser bienaventurado. Y, según dicen algunos santos, para tener la gloria de la cual habían caído los ángeles. El hombre cayó por el pecado, y se hizo digno no de bienaventuranza sino del infierno. Pero porque así convenía a la inmutable voluntad de Dios cumplir el primer buen propósito de hacer bienaventurado al hombre, fue conveniente que el hombre fuese restituido a la gracia, y que la ira de Dios, que había expulsado al hombre, no fuese eterna, a pesar de que el hombre no fuese digno. Pero el profeta David decía orando y consolándose en la bondad de Dios: “¿Acaso nuestro Dios no se aplacará un poco ante el hombre?, ¿acaso será eterna su ira?, ¿y acaso nos negará su misericordia por toda la eternidad?”. Como diciendo: antes bien, es propio de Dios que se reconcilie y perdone al hombre. Por eso es que después viene el tiempo de la gracia, al cual san Pablo llama el tiempo de plenitud, según el orden querido por Dios, que quiso que el hombre fuera restituido.


Pero no convenía a la divina justicia que esto se permitiera sin satisfacción por parte del hombre. El hombre no podía satisfacer por sí mismo, porque no podía hacer nada a favor de Dios ni padecer por Dios, que no estuviese obligado a hacer y padecer; ya que por el pecado cometido estaba obligado a padecer todo mal; y sin embargo no fue liberado de obedecer a Dios en lo que pudiese. Por lo tanto, no podía satisfacer, especialmente ya que la ofensa contra Dios era infinita, siendo Él el bien infinito. Además convenía que para satisfacer perfectamente, como el hombre perdiendo la batalla contra el diablo deshonró a Dios (que lo había armado de gracia y lo había puesto para combatir), así venciendo al diablo honrase a Dios. Pero (el hombre) no podía hacer esto, porque estaba muy debilitado y había caído bajo la servidumbre del pecado y del enemigo. Es por esto, pues, que la bondad de Dios quiere que el hombre sea restituido a la gracia; mientras que la justicia quiere que él satisfaga.


Por dichas razones el hombre no puede satisfacer, porque nadie se encontraba que fuese tan justo y sin pecado, como para satisfacer por todos los pecadores. Si tú dijeras: ¿y si Dios hubiese mandado un ángel, o bien hubiese hecho un hombre inocente que no hubiese sido de la estirpe de Adán, para que hiciera esta satisfacción?. Respondo que no convenía, porque conviene que el que peca sea el que satisfaga. Por eso si ángel u hombre que no fuese extraído de Adán hubiese satisfecho, no hubiera sido ni verdadera ni perfecta satisfacción. Ya que el hombre que había pecado no habría satisfecho en su propia naturaleza, con la que había pecado.


Y supongamos que otro hombre o ángel hubiese podido satisfacer y rescatar al hombre, se seguiría la siguiente incongruencia: que el hombre habría permanecido siervo de aquél hombre o ángel que lo hubiese rescatado, y sería siervo no de Dios, sino de otros; y estaría obligado a amar a otro distinto de Dios, es decir a aquél por el cual fue rescatado. En tal caso no sería restituido a la dignidad que tenía antes de que pecase; ya que no era siervo sino de Dios, a quien debía amar con todo el corazón, sin que hubiera otro a quien amar igualmente. Por lo tanto ni hombre ni otra creatura podía satisfacer. Y sin embargo el hombre estaba obligado a satisfacer. Entonces vino el Hijo de Dios, y tomó carne humana en la Virgen María, descendiente de carne pecadora de la estirpe de Adán, y se hizo nuestro hermano, y murió en la Cruz por todo el género humano, es decir por todos los hombres pasados, presentes y futuros, todos los cuales esperaban en Él. Y en cuanto hombre satisfizo soportando la muerte, y en cuanto Dios pudo satisfacer; lo cual un puro hombre no podía hacer.


Cómo fue de grande e inmenso el amor de Cristo por nosotros.


Que la muerte de Cristo fuese nuestra redención lo podemos ver del siguiente modo. La muerte entró en el mundo por el pecado, como dice el Apóstol Pablo, porque si el primer hombre no hubiese pecado no habría muerto. Por lo tanto Cristo, que era sin pecado, no debía morir. Y porque predicando la verdad de Dios y defendiendo la justicia, fue crucificado y sufrió muerte (que no merecía), convenía a la justicia de Dios que este bien y esta obediencia fuesen recompensadas. Puesto que Cristo hijo de Dios, en cuanto Dios no podía crecer ni merecer más, por sus ruegos a Dios Padre mereció por su pasión en su naturaleza humana. Así fue que Cristo sufriendo una muerte indebida liberó al hombre de la muerte debida; y Dios Padre por la obediencia de Cristo (que se hizo nuestro hermano) perdonó al hombre la desobediencia y todo pecado.


Por eso dice san Pablo que si por el pecado de Adán todo el género humano contrajo la mancha del pecado, con mayor razón por la justicia y la obediencia de Cristo, aquellos que en Él esperan y lo siguen serán justificados, ya que es de más eficacia la justicia de Cristo que el pecado de Adán. De este modo Cristo mereció y nos dio vida eterna. A pesar de que Él era bienaventurado, y hubiese sido glorioso y exaltado sin ser crucificado, ya que era perfectísimo desde el momento en que fue concebido, y siempre era bienaventurado por la unión con Dios. Y porque Dios quiso rescatar al hombre de este modo, el hombre debe ser atraído a amarlo más sinceramente, como ya se ha dicho.


Además para iluminar al hombre y mostrarle el camino de la salvación, fue el modo más conveniente y más eficaz el de la encarnación y muerte de Cristo; ya que si Él no hubiese tenido carne mísera y mortal, no nos habría dado el ejemplo; y si nos predicara la paciencia y la humildad y las demás virtudes, y no nos diera el ejemplo por medio de sus obras, diríamos: este Cristo puede hablar con tranquilidad, porque no siente nuestras miserias y no teme morir. Y sin embargo fue necesario, como dice san Pablo, que Él se asemejara en todo a sus hermanos, recibiendo en sí mismo toda nuestra miseria y debilidad, para que el hombre siguiendo su ejemplo, despreciara pena y muerte por amor a la virtud.


Y como Cristo vino para ejemplo nuestro, san Agustín lo demuestra diciendo: los soberbios hijos de Adán buscaban riquezas, Cristo vino y eligió pobreza. Deseaban amor de mujer e hijos: Cristo eligió la virginidad. Los hombres huían de las injurias, y Cristo quiso sufrir muchas. Temían los hombres la muerte, especialmente la muerte vergonzosa: Cristo eligió muerte de Cruz. Y a todas las cosas que el hombre deseaba en general, y deseándolas pecaba, Cristo las rechazó; y rechazándolas mostraba que eran cosas viles; y todas las cosas que el hombre rechazaba y rechazándolas pecaba, Cristo las eligió para sí y mostró que eran buenas. Y puesto que Cristo era la sabiduría de Dios, no podía tener ignorancia respecto de las cosas buenas y de las malas.


Por lo tanto, nuestro pecado consiste en rechazar lo que Cristo eligió para sí, o en elegir aquello que Él rechazó. Por eso toda su vida en la tierra según la humanidad (que Él tomó), fue una enseñanza para nuestra vida.


Por lo tanto Dios, para rescatar, iluminar e inflamar al hombre, eligió el modo más eficaz y conveniente, es decir la muerte en la Cruz. Por eso decimos que Cristo crucificado fue escándalo para los Judíos y estulticia para los gentiles, pero para nosotros Cristianos, como dice san Pablo, debe ser virtud y sabiduría. Por eso dice el Apóstol que Cristo fue dado y enviado por Dios, para que Él sea nuestra justicia y nuestra paz, nuestra santidad y redención. Y de este modo se muestra la utilidad de la cruz, y la conveniencia de la encarnación y muerte de Cristo: no por necesidad (lo cual lo obligaría), sino para mostrarnos su ardiente caridad. Como dice san Anselmo, dichas razones no muestran que haya actuado así por necesidad sino solamente por caridad: y esto fue el modo más conveniente para atraer al hombre, ya que Dios tanto era Dios castigando como salvando.

Continuará...