VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

LA MUERTE ACEPTADA POR LOS NO BAUTIZADOS POR CONFESAR A CRISTO



San Agustín

Quienes, en efecto, mueren por confesar a Cristo sin haber recibido el bautismo de la regeneración encuentran en la muerte tal poder para remisión de sus pecados como si fueran lavados en la sagrada fuente del bautismo. Pues quien dijo: A menos que uno nazca del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Io. 3,5), exceptuó a éstos en otro pasaje, donde habla con idéntica generalidad: Al que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos (Mt. 10,32); y aún en otro lugar: El que pierda su vida por mí, la encontrará (ibid. 16,25).


Por eso está escrito: De gran precio es al Señor la muerte de sus santos (Ps. 115,15). ¿Hay algo de mayor precio que la muerte que consigue la remisión de todos los pecados y el aumento acumulativo de los méritos? Los que al no poder diferir la muerte recibieron el bautismo y partieron de esta vida borrados todos sus pecados, no tienen un mérito tan grande como quienes, estando en su mano, no dilataron la muerte por preferir terminar la vida confesando a Cristo antes que llegar a su bautismo negándole. Cierto que si hubieran renegado de Cristo así, incluso se les perdonaría en este bañoª la negación de Cristo por temor a la muerte; como en él se perdonó el monstruoso crimen de los que dieron muerte a Cristob. Pero sin la abundancia de la gracias de aquel Espíritu que sopla donde quiere (Io. 3,8), ¿cómo podrían amar a Cristo hasta el extremo de no poder negarle en peligro tan inminente de su vida con una esperanza tan grande de perdón?


Así, es preciosa la muerte de los santos, a quienes la muerte de Cristo previno y enriqueció con tal abundancia de gracia, que no vacilaron en entregar su vida para unirse a Él. Y esa muerte de los santos demostró que lo que había sido establecido antes para castigo del pecador se convirtiera en fuente de un fruto más abundante de justicia. Así, la muerte no debe parecer buena precisamente porque fue encaminada a tan gran utilidad; que no lo fue por su propia fuerza, sin por el favor divino. Presentada antes como temible para liberarse del pecado, ahora debe ser aceptada para no cometer el pecado, para borrarlo si se ha cometido y para otorgar la palma de justicia debida a victoria tan gloriosa.


SAN AGUSTÍN

LA CIUDAD DE DIOS

Libro XIII. Capítulo VII

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