CAPÍTULO 9 - Cómo nuestra caridad debe ser alta, profunda, larga y ancha (2a parte)
Debe ser amplia por amor universal a enemigos y amigos, como la madre a su hijo; y en general a toda persona, procurando la salvación de todos con gran corazón, soportando todos los defectos de los otros y teniendo compasión de las miserias del prójimo y alegría por sus bienes. Esta es la caridad que mostró san Pablo cuando decía: “Soy débil con los débiles, y me indigno grandemente cuando se escandaliza al prójimo”.
De esta caridad dice san Bernardo: “Buena madre es la caridad que nutriendo a los enfermos, es decir los imperfectos, o aunque ejercita a los perfectos, o alienta a los pusilánimes, o reprende a los revoltosos, ama a todos como a hijos. Cuando te reprende es humilde, cuando te alienta no te engaña: es piadosamente cruel y humildemente suele indignarse”. Y con estas palabras San Bernardo quiere decir que el hombre que tiene esta caridad, con todo el corazón y con buena intención procura la salvación de todos, siempre como una madre: o alentando o amenazando, y de cualquier otro modo según sea necesario. Y esta bienaventuranza del corazón consiste principalmente en recibir y socorrer a toda persona con dulzura, ya que lo que es amplio recibe muchas cosas y cómodamente; pero lo que es estrecho recibe muy poco y penosamente.
Así hay muchos de un corazón tan estrecho que casi nunca hay en su corazón solicitud ni celo sino de sí mismos y de sus asuntos, y no saben recibir ni soportar ningún defecto de los otros. Y si socorren a alguno o sirven a otros, lo hacen con poco corazón y con murmuración, y por eso mismo poco merecen. Y por eso quien fuese sabio se preocuparía mucho por tener esta caridad, la cual nos hace partícipes de todo bien. Por eso dice san Agustín: “¿Quieres tener parte, oh hombre, de todo bien? Gózate y conténtate y alégrate de todo bien de los otros, y ganarás mérito. Y lo mismo respecto del mal. Ten compasión y dolor de todo mal y de todo defecto, y ganarás según la caridad que tengas”. Y dice también: “Mira pues, oh hombre, qué gran bien es la caridad, pues teniéndola el hombre tiene todo bien, y sin nuestra fatiga hace nuestros los bienes de los otros”.
Creo que esto le sucede hoy a mucha gente: que tanto reina la envidia, porque el hombre se duele de la fama y de la gloria y de las utilidades de los otros, y considera los méritos de los otros como perjuicio propio, y que consideran los defectos de los otros como una perfección propia. Y tienen envidia de la virtud de los otros.
De esto tenemos ejemplo en el Éxodo, donde se dice que estando alguien profetizando en el campamento de Moisés en el desierto… se acercó a Moisés un discípulo suyo para denunciarlo con murmuración, pidiendo que lo prohibiese; porque a él le parecía que disminuía el honor de Moisés si surgieran muchos profetas. Entonces Moisés que era amplio en caridad, respondió al discípulo y dijo: “Gran beneficio me parecería que todo hombre profetizara, y Dios le diera su espíritu”. En esto mostró que amaba el bien del prójimo como el suyo propio.
Igualmente los discípulos de San Juan Bautista tenían envidia de Cristo y decían a San Juan: “El que tú has alabado bautiza y todos los hombres van con Él y tiene más discípulos que tú”. Como diciendo: Molesta el hecho de que este Cristo te quite la gente y la fama. Pero San Juan con la caridad perfecta, ciertamente les respondió y los reprendió y se humilló diciendo que él debía disminuir y Cristo crecer; y mandó a los discípulos con Cristo para que viesen sus virtudes y sus maravillas, y amasen más a Cristo que a él.
Hoy no se procede así: porque cada uno quiere ser el más alabado y estimado. Y todo esto procede de un corazón estrecho, que no da cabida al prójimo por amor.
Además, la caridad debe ser larga por la perseverancia, de modo que estemos firmes ante todo viento y contra toda tribulación. Y esto es contra los que no aman a Dios sino cuando son tentados o atribulados; y no sirven al prójimo sino cuando son elogiados y recompensados. Pero si lo ven ingrato, o encuentran alguna dificultad, no perseveran.
De las características de la caridad que hemos explicado, da ejemplo el apóstol Pablo, ya que muestra la altura de la caridad cuando dice: “Nuestro modo de vida está en el cielo”. Y además cuando dice: “no contemplamos más que las cosas invisibles y eternas”. Y cuando por gran magnanimidad se exponía a todos los peligros, y despreciaba todo como estiércol, y se gloriaba en las tribulaciones. Profundidad de amor mostró cuando se humillaba a soportar los oprobios, como hizo Cristo. Decía también el Apóstol: “Nosotros somos considerados como basura e inmundicia del mundo”. Y decía: “Yo no soy digno de ser llamado Apóstol de Dios, porque yo perseguí a la Iglesia de Dios”. Y también se llamaba a sí mismo: abortivo, el menor. Y mostraba la altura de su caridad cuando decía que sentía las tribulaciones de todo hombre por compasión, y se alegraba de todo bien. Por eso a algunos de sus discípulos perfectos les dijo: “Vosotros sois, amadísimos hermanos míos, mi gozo y mi corona”; y esta es mi alegría, que vosotros seáis perfectos y perseverantes en Dios. Largueza de caridad mostró en la perseverancia de la caridad; de la cual no se apartó ni por injuria, ni por pena, ni por ingratitud de sus discípulos, que lo abandonaron.
Continuará...