Piadosa, perseverante, sobrenatural, la oración que hagáis por vosotros mismos será siempre oída, asegura el Doctor angélico”; pero ¿y en relación con los demás, para aquellas almas cuya salvación tanto queréis, cuya compañía esperáis y anheláis en la felicidad celeste, almas del esposo, de la esposa, del hijo, de la hija, del padre, de la madre, de los amigos y de los conocidos? ¿Cuánto vale para ellos vuestra oración? ¿Cuánto hace ante el trono de Dios?
Aquí, sin duda, interviene aquella terrible posibilidad, inherente al libre arbitrio del hombre, de resistir a las gracias potentes y multiformes que vuestras oraciones hayan obtenido para aquellas almas; pero los misterios infinitos de la omnipotente misericordia de Dios vencen todos nuestros pensamientos y permiten a todas las madres aplicarse a sí mismas las palabras de un piadoso Obispo a santa Mónica, que imploraba su ayuda y derramaba gran abundancia de lágrimas ante él, por la conversión de su hijo Agustín: “No puede ser que un hijo de tantas lágrimas se pierda”: “Fieri non potest ut filius istarum lacrymarum pereat”. Y aun cuando no se os concediera ver en esta vida con vuestros ojos el triunfo de la gracia en las almas por las cuales habéis orado y llorado tan largamente, vuestro corazón no deberá renunciar a la firme esperanza de que, en aquellos misteriosos instantes en los que, en él silencio de la agonía de un moribundo el Creador se prepara a llamar a sí el alma, obra de sus manos, su inmenso amor no haya obtenido al fin, lejos de vuestras miradas, aquella victoria por la que vuestro agradecimiento le bendecirá allí arriba eternamente.
Pío XII 9 de julio 1941