Desde entonces se procedió con más vigor contra el culto pagano, y sobre todo contra aquellos templos que eran sentinas de orgías y servían para engañar al pueblo. El emperador intentó restringir por lo menos el culto de los ídolos. Prohibió los sacrificios clandestinos ó privados, donde fácilmente podía mezclarse el crimen, y vedó a los gobernadores participar de los sacrificios públicos. Si prohibió absolutamente toda clase de sacrificios, lo cual es dudoso, su decreto no fue ejecutado. Los paganos eran todavía demasiado poderosos. Sin embargo, hubieron de resignarse a ver cerrados casi todos sus más célebres templos, otros destruidos, y gran número de ellos convertidos en iglesias cristianas. Muchas estatuas de los ídolos fueron derribadas y hechas polvo, mientras que las iglesias cristianas desplegaban todo su brillo y parecían insultar, al decir de los paganos, la ruina de los antiguos dioses. El emperador, persuadido de que el paganismo era la fuente de todas las aberraciones de la humanidad, se creía llamado por la Providencia para extirparlo insensiblemente, si bien no podía ni quería abolirlo en todos los lugares por medio de la violencia. Los sabios de la escuela neoplatónica, los sacerdotes idólatras habituados a sus privilegios, muchas antiguas y distinguidas familias, y diversas clases de la población inferior eran aún muy adictos a la religión antigua y tradicional de los romanos.