Polémica suscitada en España por los Carlistas que se dividieron en los integristas de Cándido Nocedal y los posibilistas de Alejandro Pidal, durante el régimen liberal de la Restauración, estos últimos quisieron aprovechar la alianza de los liberal-conservadores de Cánovas, durante el reinado de Alfonso XII, para la construcción de un republicanismo que no fuera anticlerical.
Los primeros acusaban a los segundos de acatólicos y liberales.
S.S.León XIII tuvo que intervenir.
S.S. León XIII
Cum multa sint
RELACIONES ENTRE LA IGLESIA Y EL ESTADO: DOS ERRORES
El error de la separación
Es conveniente recordar, en primer lugar, las mutuas relaciones que existen entre la vida religiosa y la vida civil, porque son muchos los que se engañan en este punto con dos errores opuestos. Algunos suelen no sólo distinguir, sino incluso apartar y separar por completo la política de la religión, queriendo que nada tenga que ver la una con la otra y juzgando que no deben ejercer entre sí influjo mutuo alguno.
Los que así hablan están muy cerca de los que pretenden constituir y gobernar el Estado sin tener en cuenta para nada a Dios, creador y Señor de todas las cosas. Y su error es más dañoso todavía, porque privan temerariamente al Estado de una fuente caudalosísima de bienes.
Porque si se quita la religión, por fuerza ha de vacilar también la firmeza de aquellos principios que son el principal sostén del bienestar público y reciben su mayor vigor de la religión.
Tales son principalmente el gobierno justo y moderado, la obediencia como deber de conciencia, el dominio de las pasiones por medio de la virtud, el respeto a los derechos de cada cual y a la propiedad ajena.
Tales son principalmente el gobierno justo y moderado, la obediencia como deber de conciencia, el dominio de las pasiones por medio de la virtud, el respeto a los derechos de cada cual y a la propiedad ajena.
El error de la identificación
Pero de la misma manera que debemos evitar este nefasto error, así también hay que huir la equivocada opinión de los que mezclan y como identifican la religión con un determinado partido político, hasta el punto de tener poco menos que por disidentes del catolicismo a los que pertenecen a otro partido.
Porque esto equivale a introducir erróneamente las divisiones políticas en el sagrado campo de la religión, querer romper la concordia fraterna abrir la puerta a una peligrosa multitud de inconvenientes.
Por consiguiente, es necesario separar también en nuestra apreciación intelectual la religión y la política, que son diferentes por su misma naturaleza específica.
Porque las cuestiones políticas, por muy honestas e importantes que sean, consideradas en sí mismas, no trascienden los límites de esta vida terrena.
Por el contrario, la religión, que, nacida de Dios, refiere a Dios todas las cosas, se levanta mucho más alto, llegando hasta el cielo. Lo que la religión quiere, lo que pretende, es llenar el alma, que es la parte más valiosa del hombre, con el conocimiento y el amor de Dios y conducir por un camino seguro al género humano a la ciudad futura, hacia la cual tendemos.
Por lo cual es acertado considerar la religión y cuanto de un modo particular esté ligado con ella como realidades pertenecientes a un orden superior.
De donde se sigue que la religión, por ser el mayor de los bienes, debe permanecer siempre entera en medio de las mudanzas de la vida humana y de los cambios políticos de los Estados.
Porque la religión abarca todos los tiempos y se extiende a todos los territorios. Y los afiliados a partidos políticos contrarios, aunque disientan en todo lo demás, es necesario que estén todos de acuerdo en este punto: que es preciso salvar en el Estado la religión católica.
A esta noble y necesaria empresa, como unidos en una santa alianza, deben aplicarse con afán todos cuantos aman el catolicismo, haciendo callar por un momento la diversidad de pareceres en materia política, pareceres que, por otra parte, pueden ser defendidos honesta y legítimamente dentro de su propia esfera.
La Iglesia no condena en modo alguno las preferencias políticas, con tal que éstas no sean contrarias a la religión y la justicia.
Lejos de todo estrépito de contiendas, la Iglesia continúa poniendo su trabajo al servicio del bien común y amando con afecto de madre a todos los hombres, si bien con más especialidad a aquellos que más se distinguen por su fe y su piedad.
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