13 de junio de 1957
- I. Vuestro Congreso aspira a constituir sin retraso la unidad de Europa. Solicitud del Papa por los progresos de la idea europea, que tanto terreno ha ganado en los últimos años y que hasta hace poco parecía un ideal bello, pero inaccesible.
- II. La C. E. C. A. es un hecho económicosocial alentador. La C. E. D., en cambio, ha fracasado. Y el problema de la comunidad supranacional ha quedado detenido en la fórmula de la U. E. O., que como fundamento de una verdadera comunidad de Estados es a On todas luces insuficiente. Los tratados del Euratom y del Mercado Común han significado un nuevo avance esperanzador. En un segundo tiempo esta comunidad podrá pasar del plano ecoup nómico al campo de los valores culturales y morales.
El punto decisivo del que depende la constitución de una comunidad es el establecimiento de una comunidad política con un poder responsable. El órgano ejecutivo de la C. E. E. representa un retroceso en relación con el de la C. E. C. A. Hay que ir a la constitución de un organismo político único. - III. La cuestión, tan importante, de una política exterior común no supone necesariamente que la integración económica sea un hecho porque aquélla se basa en la conciencia de intereses comunes. De todos modos esa política exterior común es indispensable.
Europa, por otra parte, debe estar presente en el desarrollo social y político de los pueblos africanos, dando a entender que su acción en África no es egoísta, sino desinteresada. - IV. La unión europea avanza. Hay que preparar desde ahora las piedras del edificio de mañana. Hay que devolver a Europa su cohesión para que pueda continuar su misión histórica. Hoy como ayer, el valor fundamental de Europa es el mensaje cristiano, del que aquélla es depositaria. Contenido esencial de este mensaje cristiano. Las sociedades humanas se encuentran en continuo devenir y el cristianismo da a cada una un elemento de desarrollo y estabilidad en todos los momentos.
NOUS SOMMES HEUREUX
Discurso al Congreso de la Unión Europea
13 de junio de 1957
[1] Nos sentimos complacidos al recibiros, señores, con ocasión del Congreso de Europa, reunido por iniciativa del Consejo Italiano del Movimiento Europeo. Habéis querido, mediante vuestros trabajos, contribuir a reforzar la colaboración entre las organizaciones y las fuerzas políticas con miras a constituir sin retraso la unidad de Europa.
[2] Sabéis con qué solicitud Nos seguimos los progresos de la idea europea y de los esfuerzos concretos que tienden a hacerla penetrar en los espíritus y a darle, según las actuales posibilidades, un comienzo de realización. Aunque atravesando alternativas de éxito y de fracaso, esta idea ha ganado durante los últimos años mucho terreno. Pues mientras no encarnaba en instituciones comunes dotadas de una autoridad propia e independiente, en cierta medida, de los gobiernos nacionales, se la podía considerar como un ideal muy bello, sin duda, pero más o menos inaccesible.
[UN PASO ADELANTE EN LA UNIDAD EUROPEA]
[3] Sin embargo, en 1952, los parlamentos de seis países de Europa occidental aprobaron la formación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (C. E. C. A.), cuyos resultados se manifiestan actualmente alentadores en el plano económico y social. La Comunidad Europea de Defensa (C. E. D.), que había de agrupar los esfuerzos de unificación en el plano militar y político, chocó, por el contrario, con vivas resistencias que la hicieron fracasar. Fué entonces cuando muchos pensaron que las primêras esperanzas de llegar a la unidad necesitarían mucho tiempo para renacer. En todo caso, el momento de abordar de frente el problema de una comunidad supranacional no había llegado todavía y hubo que replegarse sobre la fórmula de la Unión de la Europa Occidental (U. E. O.), que además de la asistencia militar tenía por objeto favorecer la colaboración en el ámbito social, cultural y económico. Pero como el principio de la decisión mayoritaria en el Consejo de ministros fué sometido a estrechas limitaciones, y como la Asamblea no es capaz de imponer su voluntad y de ejercer el control parlamentario, no se la puede considerar como un fundamento suficiente para edificar sobre ella una verdadera comunidad de Estados. Desde la primavera de 1955 se tuvo el aliciente de lo que se ha dado en llamar «el nuevo intento europeo» («la relance européenne»). Este desembocó el 25 de marzo de 1957 en la firma de los tratados del Euratom y del Mercado Común. Aun estando limitada al campo económico, esta nueva comunidad puede conducir, por la extensión misma de tal campo de acción, a afirmar entre los Estados miembros la conciencia de sus intereses comunes en primer lugar, y sin duda sobre el plano material solamente; pero si el éxito corresponde a las esperanzas, esa comunidad podrá, en un segundo tiempo, extenderse también a los sectores que se refieren principalmente a los valores espirituales y morales.
[4] Vuestro Congreso ha mirado con franqueza el futuro y ha examinado en primer lugar el punto decisivo del que depende la constitución de una comunidad en sentido propio: el establecimiento de una comunidad política europea, con un poder real que ponga en juego su responsabilidad. Desde este punto de vista, el órgano ejecutivo de la Comunidad Económica Europea (C. E. E.) representa un retroceso en relación con el de la Comunidad del Carbón y del Acero, donde la alta autoridad goza de poderes relativamente vastos y no depende del Consejo de ministros sino en ciertos casos determinados. Entre las tareas que os esperan ahora está en primer lugar la ratificación, por los diversos parlamentos, de los referidos tratados firmados en Roma en 25 de marzo; después habréis de buscar los medios para atender a la consolidación del órgano ejecutivo en las comunidades existentes, para llegar, por último, a enfrentaros con la constitución de un organismo político único.
[LA POLÍTICA EXTERIOR COMÚN]
[5] Habéis estudiado también la cuestión de una política exterior común y habéis observado, a este respecto, que, para ser aplicable y para poder producir óptimos resultados, aquélla no supone necesariamente que la integración económica sea ya un hecho. Una política exterior europea común, susceptible por otra parte de admitir diferenciaciones, según que se realice en el cuadro de este o de aquel otro organismo internacional, reposa igualmente sobre la conciencia de intereses comunes económicos, espirituales y culturales, y se hace indispensable en un mundo que tiende a agruparse en bloques más o menos compactos. Afortunadamente no faltan puntos de apoyo para llevarla a la práctica en las instituciones europeas existentes, pero espera todavía un instrumento eficaz de elaboración y de aplicación.
[6] Por último, habéis considerado los problemas de la asociación de Europa y África, a las cuales el reciente tratado del Mercado Común ha reservado un notable puesto. Nos parece necesario que Europa mantenga en África la posibilidad de ejercer su influencia educadora y formativa y que, basándose en esta acción, aporte una ayuda material amplia y comprensiva que contribuya a elevar el nivel de vida de los pueblos africanos y a revalorizar las riquezas naturales de aquel continente. Así demostrará Europa que su voluntad de formar una comunidad de Estados no constituye un replegarse egoísta, que no está determinada por un reflejo de defensa contra las potencias exteriores que amenazan sus intereses, sino que procede, sobre todo, de movimientos constructivos y desinteresados.
[EL MENSAJE CRISTIANO, VALOR EL MÁS PRECIOSO DE EUROPA]
[7] En la hora presente se percibe cada vez más la necesidad de la unión, así como la de poner pacientemente las bases sobrE las que habrá de apoyarse. La construcción avanza, a veces bien y a ratos mal, y a pesar de las tentativas para hacerla caer, prosigue valientemente. Vosotros tratáis de superar animosamente el estadio de las realizaciones actuales para preparar desde ahora las piedras necesarias para el edificio de mañana. De ello nos alegramos, persuadidos de que la inspiración que os anima procede de un sentimiento recto y generoso. Queréis procurar, con los mejores medios posibles, a la Europa tantas veces desgarrada y ensangrentada, una cohesión duradera que le permita continuar su misión histórica. Si es verdad que el mensaje cristiano fué para ella como el fermento o la levadura que permite crecer y elaborar la masa, no es menos cierto que este mismo mensaje permanece, hoy como ayer, el más precioso de los valores de que es depositaria Europa, y es capaz de mantener en su integridad y en su vigor, a la vez que la idea y el ejercicio de las libertades fundamentales de la persona humana, la función de la sociedad familiar y nacional, y de garantizar, en el ámbito de una comunidad supranacional, el respeto hacia las diferencias culturales, el espíritu de conciliación y de colaboración, aceptando los sacrificios que implica y las obligaciones que impone. Ningún programa de orden temporal cuaja en realidad sin suscitar, sin crear por su misma realización otras necesidades, otros objetivos. Las sociedades humanas se encuentran en un continuo devenir, siempre a la búsqueda de una mejor organización, y a veces no sobrevive más que desapareciendo y dando así lugar al nacimiento de formas de civilización más luminosas y más fecundas. El cristianismo da a cada una un elemento de desarrollo y de estabilidad; dirige, sobre todo, su marcha hacia adelante, en busca de un bien definitivo, y presta la inmutable certeza de una patria que no es de este mundo y que sólo ella será la que conozca la unión perfecta, porque nacerá de la fuerza y de la luz de Dios mismo.
[8] Auguramos de todo corazón que tal ideal guíe siempre vuestras investigaciones y os permita soportar sin desaliento las fatigas, las amarguras, las desilusiones unidas a todas las empresas de tal relieve. Que podáis preparar a los hombres de este tiempo una morada terrena que se asemeje lo más posible al reino de Dios, al reino de verdad, de amor y de paz, al que aspiran aquéllos desde lo más profundo de su ser.
En prenda de los favores divinos que imploramos sobre vuestros trabajos, damos a vosotros, a vuestras familias y a todos los que os son queridos nuestra bendición apostólica.
Discurso al Congreso de la Unión Europea, celebrado en Roma, 13 de junio de 1957
AAS 49 (1957) 629-632; É 17 (1957) 1, 731-732.
Texto original en francés.
***