VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

LACTANCIO, INSTITUCIONES DIVINAS LIBRO IV CAPÍTULO 28

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Lucio Cecilio Firmiano Lactancio
INSTITUCIONES DIVINAS
LIBRO IV CAPÍTULO 28
Diferencia entre religión y superstición

Está claro que el hombre no tiene otra esperanza de vida que, tras abandonar las vanidades y el mísero error, conocer y servir a Dios; que renunciar a esta vida temporal y dedicarse, a partir del instrumento del bien,  a la práctica de la verdadera religión.

Nacemos, en efecto, con esta condición: para ofrecer al Dios que nos ha engendrado el justo y debido culto, para conocerle a él solo y  seguirle. 

Con este vínculo de piedad estamos atados y ligados a Dios: de ahí el término «religión», que no toma su significado, como interpreta Cicerón, de relegere («escoger»), según dijo en el libro segundo del Sobre la naturaleza de los dioses con estas palabras: «No sólo los filósofos, sino también nuestros antepasados separaron la superstición de la religión. Efectivamente, aquellos que suplicaban e inmolaban todos los días para que sus hijos pervivieran (fueran superstites) fueron llamados supersticiosos mientras que aquellos que seleccionaban y, por así decir, escogían todo lo que se refería al culto de los dioses, fueron llamados, a partir de relegere (escoger), religiosos, de la misma forma que llamamos elegantes a los que eligen, diligentes a los que actúan con diligencia, e inteligentes a los que entienden. En todos estos términos subyace el mismo significado de «coger» que subyace en el de «religión». De esta forma sucede que en el caso del supersticioso recurrimos a un término negativo y en el del  religioso a uno de significado positivo». La propia realidad nos permite conocer hasta qué punto esta interpretación es absurda; efectivamente, si tanto la superstición como la religión consiste en adorar a los mismos dioses, la diferencia entre una y otra es muy pequeña o nula. Pues ¿qué causa se me va a dar a mí que explique  que pedir por la salud de los hijos una sola vez es propio de un hombre religioso, mientras que pedir eso mismo diez veces es propio de un supersticioso? Si hacerlo una vez es cosa muy buena, ¿cuánto más lo será hacerlo muchas veces? Si es bueno hacerlo a primera hora del día, también lo será hacerlo durante todo el día; y si una ofrenda puede aplacar, mucho más aplacarán muchas ofrendas, ya que la multiplicación de regalos merece más que ofende. A mí,  en efecto, no me parecen odiosos, sino más bien apreciables, aquellos siervos que asidua y frecuentemente hacen obsequios. ¿Por qué entonces va a ser culpable y va a recibir una designación rechazable aquel que ama más a sus hijos o que honra más a los dioses, mientras que va a ser alabado aquel que los quiere y honra menos?

Y este argumento también vale dándole la vuelta: si  hacer preces y sacrificios todos los días es vicioso, también lo será hacerlo una vez; si desear constantemente que sobrevivan los hijos es vicioso, también será supersticioso aquel que lo desea raras veces. O ¿es que el término para el vicio se ha sacado de aquello que es lo más honesto y más deseable? Efectivamente, en lo que se refiere a eso 0 que dice de que «se llaman religiosos, de relegere, aquellos que seleccionan diligentemente todo lo relativo al culto de los dioses», ¿por qué entonces aquellos que practican eso muchas veces al día van a perder el nombre de religiosos, si con la propia repetición de los actos eligen ciertamente con mucha más diligencia las formas con que se honra a los dioses?

¿Qué decir, pues? Sin duda que la religión alude a un culto verdadero y la superstición a un culto falso. 

Y en términos absolutos, que lo que interesa es qué adoras y no cómo o con qué preces. Lo que pasa es que, como los adoradores de los dioses se consideran a sí mismos religiosos, cuando en realidad son supersticiosos, no pueden diferenciar la religión de la superstición, ni comprender el  significado de las palabras. Dijimos que el término religión significa atadura de piedad, ya que Dios ata al hombre a sí mismo y le ata con la piedad, ya que debemos servirle como señor y complacerle como padre. Por ello, pues, interpretó mejor el significado de este término Lucrecio, cuan do dijo que él «desataba los nudos de la religión» Y son llamados supersticiosos, no aquellos que desean que sus hijos sobrevivan (sean superstites) -cosa que todos deseamos-, sino aquellos que adoran el recuerdo supérstite de los muertos o que adoran en casa, en honor de sus antepasados, las imágenes supérstites de aquéllos como a  dioses penates. Efectivamente, a aquellos que adoptaban nuevos ritos para adorar como a dioses a hombres muertos, de los cuales pensaban que habían sido recibidos en el cielo, los llamaban supersticiosos, mientras que a aquellos que adoraban a los dioses públicos y antiguos los lla maban religiosos. De ahí lo de Virgilio: «Superstición vana y desconocedora de los dioses antiguos» .

Ahora bien, como ya hemos descubierto que también los dioses antiguos fueron igualmente divinizados tras su muerte, hay que concluir que son también supersticiosos quienes adoran a muchos y falsos dioses, y que nosotros, que rogamos al único y verdadero Dios, somos religiosos.

Quizás alguien se pregunte cómo es  posible que, tras decir que nosotros adoramos a un solo Dios, afirmemos, sin embargo, que hay dos: Dios padre y Dios hijo. Esta afirmación hace caer en un  gran error a muchos que, si bien consideran que todo lo demás que decimos es probable, piensan que sólo en esto nos hemos equivocado, ya que hablamos de otro Dios, incluso mortal.

Sobre su mortalidad ya hemos hablado. Hablemos ahora  de su unidad. Cuando decimos «Dios padre» y «Dios hijo», no nos referimos a dioses distintos, ni separamos el uno del otro, ya que ni el padre puede ser separado del hijo, ni el hijo del padre, por cuanto ni el padre puede ser llamado padre sin el hijo, ni el hijo puede ser engendrado sin el padre. Así pues, si el padre hace al hijo y  el hijo al padre, ambos tienen una sola mente, un solo espíritu, una sola substancia: lo que pasa es que aquél es como una fuente exuberante y éste como un río que sale de ella; aquél, como el sol, y éste como un rayo que sale del sol. Y éste, como es fiel y querido del sumo padre,  no se separa de él, como no se separa el arroyo de la fuente, ni el rayo del sol, ya que el agua de la fuente está en el arroyo y la luz del sol en el rayo; de igual forma, tampoco se puede separar la voz de la boca, ni la fuerza o la mano del cuerpo. Así pues, cuando los profetas llaman  a Cristo mano, fuerza o palabra de Dios, no hay ninguna diferencia, ya que tanto la lengua, oficiante de la palabra, como la mano, portadora de la fuerza, son partes inseparables del cuerpo...(sigue)