1
San Agustín
CIUDAD DE DIOS
LIBRO XIX CAPÍTULO XIV
El orden y las leyes divinas y humanas tienen
por único objeto el bien de la paz.
por único objeto el bien de la paz.
Todo el uso de las cosas temporales en la Ciudad terrena se refiere y endereza al fruto de la paz terrena, y en la Ciudad celestial se refiere y ordena al fruto de la ley paz eterna.
[...]
Debe, pues, querer que no le moleste el dolor, ni le perturbe el deseo, ni le deshaga la muerte, para poder conocer alguna cosa útil é importante, y según este conocimiento, componer y arreglar su vida y costumbres.
Más para que en el mismo estudio del conocimiento, por causa de la debilidad del entendimiento humano no incurra en el contagio y peste de algún error, tiene necesidad del magisterio divino, a quien obedezca con certidumbre, y necesita de su auxilio para que obedezca con libertad.
Y porque mientras está en este cuerpo mortal, anda peregrinado ausente del Señor, porque camina todavía con la fe, y no ha llegado aun a ver a Dios claramentes; por esto toda paz, ya sea la del cuerpo, ya la del alma, ó juntamente del alma y del cuerpo, la refiere a aquella paz que tiene el hombre mortal con Dios inmortal, de modo que tenga la ordenada obediencia en la fe bajo de la ley eterna.
Y asimismo porque nuestro Divino Maestro, Dios, nos enseña dos principales mandamientos, es a saber, que amemos a Dios y al prójimo, en los cuales descubre el hombre tres objetos, que es amará Dios, a si mismo y al prójimo, y como no verra en amarse a sí mismo, el que ama a Dios, siguese que para amar a Dios, haya de mirar también por el prójimo, de quien le ordenan que le ame como a sí mismo, de la misma conformidad, por el bien de su esposa, de sus hijos, de sus domésticos, y de todos los demás hombres que pudiere.
Y para esto ha de desear y querer, si acaso lo necesita, que el prójimo mire por él. De esta manera vivirá en paz con todos los hombres, con la paz de los hombres, esto es, con la ordenada concordia en que se observa este orden, cual es, primero, que a ninguno haga mal ni cause daño; y segundo, que linga bien a quien pudiere...(Sigue)
Texto completo en las imágenes.
CIUDAD DE DIOS
LIBRO XIX CAPÍTULO XVII
Por qué la ciudad celestial viene a estar en paz con la ciudad terrena, por qué en discordia.
También la Ciudad terrena que no vive por la fe, desea la paz terrena, y en lo que pone la concordia que hay en el mandar y obedecer entre los ciudadanos, es en que observen cierta unión y conformidad de voluntades en los objetos que conciernen a la vida mortal.
La Ciudad celestial, ó, por mejor decir, una parte de ella que anda. peregrinando en esta mortalidad y vive por la fe, también tiene necesidad de semejante paz; y mientras en la Ciudad terrena pasa como cautiva la vida de su peregrinación, como tiene ya la promesa de la redención y el don espiritual, como prenda no duda sujetarse a las leyes de la Ciudad terrena, con que se administran y gobiernan las cosas que son a propósito y acomodadas para sustentar esta vida mortal.
Porque como es común la misma mortalidad en las cosas tocantes a ella, guárdese la concordia entre ambas Ciudades.
[...]
Pero como la Ciudad celestial conoce à un solo Dios para reverenciarle, entiende y sabe pía y sanamente que a él sólo se debe servir con aquella servidumbre que los griegos llaman latre, que no debe prestarse sino a Dios. Sucedió, pues, que las leyes tocantes a la religión no pudo tenerlas comunes con la Ciudad terrena, y por ello le fué preciso disentir y no conformarse con ella, y ser aborrecida de los que opinaban lo contrario, sufrir sus odios, enojos, y los impetus de sus persecuciones crueles, a no ser rara vez cuando refrenaba los ánimos de los adversarios el miedo que les causaba su muchedumbre, y siempre el favor y ayuda de Dios.
Así que esta Ciudad celestial, entretanto que es peregrina en la tierra, va llamando y convocando de entre todas las naciones ciudadanos, y por todos los idiomas va haciendo recolección de la sociedad peregrina, sin atender a diversidad alguna de costumbres, leyes é institutos, que es con lo que se adquiere ó conserva la paz terrena, y sin reformar ni quitar cosa alguna, antes observándolo y siguiéndolo exactamente, cuya diversidad, aunque es varia y distinta en muchas naciones, se endereza a un mismo fin de la paz terrena, cuando no impide y es contra la religión, que nos enseña y ordena adorar a un solo sumo y verdadero Dios.
Así que también la Ciudad celestial en esta su peregrinación usa de la paz terrena, y en cuanto puede, salva la piedad y religión, guarda y, desea la trabazón y uniformidad de las voluntades humanas en los objetos que pertenecen a la naturaleza mortal de los hombres, refiriendo y enderezando esta paz terrena a la paz celestial.
La cual de tal forma es verdaderamente paz, que sola ella debe llamarse paz de la criatura racional, es a saber, una bien ordenada y concorde sociedad que sólo aspira a gozar de Dios y unos de otros en Dios.
La cual de tal forma es verdaderamente paz, que sola ella debe llamarse paz de la criatura racional, es a saber, una bien ordenada y concorde sociedad que sólo aspira a gozar de Dios y unos de otros en Dios.
Cuando llegáremos a la posesión de esta felicidad, nuestra vida no será ya mortal, sino colmada y muy ciertamente vital, ni el cuerpo será animal, el cual, mientras es corruptible, agrava y comprime al alma, sino espiritual, sin necesidad alguna, y del todo sujeto a la voluntad.
Esta paz entretanto que anda peregrinando, la tiene por la fe, y con esta fe juntamente vive cuando refiere todas las buenas obras que hace para con Dios ó para con el prójimo, a fin de conseguir aquella paz, porque la vida de la Ciudad efectivamente no es solitaria, sino social y política.
Texto completo en las imágenes.
PULSAR IMAGEN PARA AMPLIAR