VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

PRESUPUESTOS ESENCIALES DE UN ORDEN INTERNACIONAL NUEVO FUNDADO EN LOS PRINCIPIOS MORALES

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S.S. Pío XII
Nell'alba
24 de diciembre de 1941
AAS 34 (1942) 1-10

PRESUPUESTOS ESENCIALES
DE UN ORDEN INTERNACIONAL NUEVO

[18]. Como faro resplandeciente, la ley moral debe con los rayos de sus principios dirigir la ruta de la actividad de los hombres y de los Estados, los cuales habrán de seguir sus amonestadoras, saludables y provechosas indicaciones si no quieren condenar a la tempestad y al naufragio todo trabajo y esfuerzo para establecer un orden nuevo. Resumiendo, pues, y completando lo que en otras ocasiones Nos ya hemos expuesto, insistimos también ahora sobre algunos presupuestos esenciales de un orden internacional que, asegurando a todos los pueblos una paz justa y duradera, sea fecundo en bienestar y prosperidad.

[19]. 1º En el campo de un nuevo orden fundado sobre los principios morales no hay lugar para la lesión de la libertad, de la integridad y de la seguridad de otras naciones, cualquiera que sea su extensión territorial o su capacidad defensiva. Si es inevitable que los grandes Estados, por sus mayores posibilidades y su poderío, tracen el camino para la constitución de grupos económicos entre ellos y las naciones más pequeñas y más débiles, es, sin embargo, indiscutible — como para todos, en el marco del interés general — el derecho de éstas al respeto de su libertad en el campo político, a la eficaz guarda de aquella neutralidad en los conflictos entre los Estados que les corresponde según el derecho natural y de gentes, a la tutela de su propio desarrollo económico, pues tan sólo así podrán conseguir adecuadamente el bien común, el bienestar material y espiritual del propio pueblo.

[20]. 2º En el campo de un nuevo orden fundado sobre principios morales no hay lugar para la opresión abierta o encubierta de las peculiaridades culturales y lingüísticas de las minorias nacionales, para la obstaculización o reducción de su propia capacidad económica, para la limitación o abolición de su natural fecundidad. Cuanto más a conciencia respete la autoridad competente del Estado los derechos de las minorías, tanto más seguramente y eficazmente podrá exigir de sus miembros el leal cumplimiento de los deberes civiles comunes a los demás ciudadanos.

[21]. 3º En el campo de un nuevo orden fundado sobre principios morales no hay lugar para los estrechos cálculos egoístas, que tienden a acaparar para sí las fuentes económicas y las materias de uso común, de forma que las naciones menos favorecidas por la naturaleza queden excluídas. A este propósito, nos sirve de gran consolación ver cómo se afirma la necesidad de una participación de todos en los bienes de la tierra, afirmación sostenida aún por aquellas naciones que en la realización de este principio pertenecerían a la categoría de aquellos «que dan» y no a la de aquellos «que reciben». Pero la equidad exige que una solución de esta cuestión, decisiva para la economía del mundo, se logre metódica y progresivamente con las necesarias garantías y aproveche la lección de los errores y de las omisiones del pasado. Si en la futura paz no se llegase a afrontar animosamente este punto, quedaría en las relaciones entre los pueblos una honda y vasta raíz que sería fuente de amargas desigualdades y exasperantes envidias, que terminarían conduciendo a nuevos conflictos. Pero es necesario hacer notar cómo la solución satisfactoria de este problema se halla estrechamente unida con otra base fundamental del nuevo orden, de la que hablamos en el punto siguiente.

[22]. 4º En el campo de un nuevo orden fundado sobre los principios morales no hay lugar—una vez eliminados los focos más peligrosos de conflictos armados—para una guerra total ni para una desenfrenada carrera de armamentos. No se debe permitir que la tragedia de una guerra mundial, con sus ruinas económicas y sociales y sus aberraciones y perturbaciones morales, caiga por tercera vez sobre la humanidad. Y para que ésta quede protegida de tal azote, es necesario que con seriedad y honradez se proceda a una limitación progresiva y adecuada de los armamentos. El desequilibrio entre un exagerado armamento de los Estados poderosos y el deficiente armamento de los Estados débiles crea un peligro para la conservación de la tranquilidad y de la paz de los pueblos y aconseja descender a un límite amplio y proporcionado en la fabricación y en la posesión de armas ofensivas.

[23]. Después, conforme a la medida en que se realice el desarme, habría de establecerse medios apropiados, honrosos para todos y eficaces, para devolver a la norma pacta sunt servanda, «los pactos deben ser observados», la función vital y moral que le corresponde en las relaciones jurídicas entre los Estados. Esta norma, que ha sufrido en el pasado crisis preocupantes e innegables infracciones, ha experimentado contra sí una desconfianza casi incurable entre los diversos pueblos y los respectivos gobernantes. Para que la recíproca confianza renazca, deben surgir instituciones que, ganándose el respeto general, se dediquen al nobilisimo oficio de garantizar el sincero cumplimiento de los tratados y de promover, según los principios del derecho y de la equidad, las oportunas correcciones o revisiones.

[24]. No se nos oculta el cúmulo de dificultades que habrán de superarse y la casi sobrehumana fuerza de buena voluntad exigida a todas las partes para que se pongan de acuerdo en dar una feliz solución a la doble empresa aquí propuesta. Pero esta labor común es tan esencial para una paz duradera, que nada debe retraer a los hombres de Estado responsables de emprenderla y de cooperar a ella con las fuerzas de una buena voluntad que, mirando el bien futuro, venza los dolorosos recuerdos de las tentativas que fracasaron en el pasado y no se amilane al advertir el gigantesco esfuerzo que se requiere para tal obra.

[25]. 5º En el campo de un nuevo orden fundado sobre principios morales no hay lugar para la persecución de la religión, y de la Iglesia. De una fe viva en un Dios personal y trascendente surge necesariamente una clara y resistente energía moral que informa todo el curso de la vida; porque la fe no es sólo una virtud, sino la puerta divina por la cual entran en el templo del alma todas las virtudes y se forma aquel carácter fuerte y tenaz que jamás vacila en los cimientos de la razón y de la justicia. Esto es siempre verdad; pero mucho más ha de resplandecer cuando lo mismo al hombre de Estado que al último de los ciudadanos se les exige el máximo de valor y de energía moral para reconstruir la nueva Europa y un mundo nuevo sobre las ruinas que el conflicto mundial, con su violencia, con el odio y con la división de los espíritus, ha acumulado. En cuanto a la cuestión social en particular, que al terminar la guerra se presentará mucho más aguda, nuestros predecesores y Nos mismo hemos señalado las normas de solución, las cuales, sin embargo, conviene considerar que solamente podrán observarse en su integridad y ser plenamente eficaces cuando los hombres de Estado y los pueblos, los patronos y los obreros, estén animados por la fe en un Dios personal, legislador y juez supremo, a quien deben responder de sus acciones. Porque, mientras la incredulidad que se enfrenta con Dios, ordenador del universo, es el más peligroso enemigo de un justo orden nuevo, todo hombre, en cambio, que cree en Dios, es un poderoso defensor y paladín de ese orden. Quien tiene fe en Cristo, en su divinidad, en su ley, en su obra de amor y de hermandad entre los hombres, aportará elementos particularmente preciosos para la reconstrucción social; con mayor razón los aportarán a ésta los hombres de Estado si se muestran dispuestos a abrir las puertas y a allanar el camino a la Iglesia de Cristo para que, libre y sin trabas, poniendo sus energías sobrenaturales al servicio de la inteligencia entre los pueblos y de la paz, pueda cooperar con su celo y con su amor al inmenso trabajo de restañar las heridas de la guerra.

[26]. Nos resulta por esto inexplicable que, en algunas regiones, múltiples disposiciones obstaculicen el camino al mensaje de la fe cristiana, mientras conceden amplio y libre paso a una propaganda que la combate. Substraen la juventud a la bienhechora influencia de la familia cristiana y la alejan de la Iglesia; la educan en un espíritu contrario a Cristo, instilándole ideas, máximas y prácticas anticristianas; hacen difícil e incluso perturban la obra de la Iglesia en la cura de almas y en las obras de beneficencia; desconocen y rechazan su influjo moral sobre el individuo y la sociedad; determinaciones todas que, lejos de haberse mitigado o de haber sido abolidas en el curso de la guerra, todavía en no pocos aspectos se han ido exasperando más duramente. Que todo esto, y más aún, pueda continuar en medio de los sufrimientos del momento presente, es un triste síntoma del espíritu con que los enemigos de la Iglesia imponen a los fieles, en medio de tantos otros sacrificios no ligeros, también el peso angustioso de una amarga ansiedad que oprime las conciencias.

[27]. Nos amamos, Dios nos es testigo, con igual afecto a todos los pueblos sin excepción alguna; y para evitar aun la sola apariencia de que nos mueva espíritu partidista, Nos hemos impuesto hasta ahora la máxima reserva; pero las disposiciones contra la Iglesia y los fines que se proponen son tales, que nos sentimos obligados, en nombre de la verdad, a pronunciar una palabra incluso para evitar que aun entre los mismos fieles pueda surgir algún extravío.

COMPLETO
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