La encíclica Humani Generis de Su Santidad Pío XII (1950) ha sido objeto de interpretaciones erróneas que la acusan de promover el evolucionismo materialista o de contener herejía, sino que mantiene una postura prudente, teológicamente ortodoxa y fiel a la doctrina católica.
Esta postura no fue considerada herética por San Pío X, ni por Benedicto XV ni Pío XI, quienes no incluyeron las obras de Wasmann en el Index Librorum Prohibitorum. Esto demuestra que la Iglesia, incluso antes de Humani Generis, permitía la discusión científica sobre la evolución dentro de un marco teológico ortodoxo, siempre que no se negara la creación divina ni los dogmas fundamentales.
Esta declaración subraya que la Biblia no tiene como propósito resolver cuestiones científicas, lo que permite a los estudiosos explorar hipótesis como la evolución sin contradecir la fe, siempre que se respeten las verdades reveladas.
Esta condena del poligenismo demuestra que Humani Generis no abraza un evolucionismo materialista, que negaría la intervención divina o los fundamentos de la fe, sino que establece límites claros para proteger los dogmas de la creación, el pecado original y la unidad del género humano.
Como dice el padre Manuel Cuervo O.P en Salmanticensis 1954:
«En estas palabras de la Humani Generis quedan también excluidas las pintorescas hipótesis de los preadamitas mezclados, o sin mezclar, con la estirpe de Adán, los cuales paulatinamente se fueron extinguiendo, no quedando después nada más que los descendientes de Adán. Ambas hipótesis se oponen abiertamente al postulado de las definiciones de Trento, para el cual, después del pecado, la descendencia de Adán es lo mismo que «omne genus humanum» ("todo el género humano"), pensamiento que refrendan la tradición de la Iglesia y el recto modo de entender la Sagrada Escritura al narrar la creación del primer hombre.
Además, según la primera, se daría también el caso de que existirían verdaderos descendientes de Adán sin el pecado original, ya que este solo se comunica en la generación por la vía masculina, como repetidamente enseña Santo Tomás en la cuestión 81 de la I-II, de un modo especial en el artículo quinto de esa misma cuestión, y lugares paralelos. Por eso nosotros no dudamos en calificar de herética la hipótesis primera, y de próxima a herejía la segunda. La hipótesis de los preadamitas, inaugurada ya por Isaac de la Peyrere, en el siglo XVII, no pasa de ser una novela nada respetuosa con el común sentir de los Padres y la Sagrada Escritura, por lo cual fue condenada nada más aparecer por el Obispo de Namur, sometiéndose su autor, que poco después se convirtió también al catolicismo. Pero a esta hipótesis no alcanzan los cánones del Concilio de Trento, los cuales suponen el pecado de Adán.
Con esto no queda todavía descartada la evolución en cuanto al cuerpo de la primera pareja humana. Y nótese que solamente nos referimos al cuerpo de la primera pareja, porque, siendo necesario el monogenismo para la existencia del dogma del pecado original, solo de él se puede poner en cuestión si vino por evolución de otros seres inferiores, o fue formado inmediatamente por Dios. La Iglesia no prohíbe que los hombres doctos discutan libremente esta cuestión.
[...]Que para esto se sirviera Dios del polvo de la tierra, o del organismo de otro ser viviente anterior, es cosa que juzgamos completamente
accidental, puesto que en ambos casos la formación del cuerpo humano
sólo puede realizarse por virtud divina...»
Esta perspectiva de San Agustín apoya la idea de que Dios pudo haber creado las cosas con un potencial de desarrollo, lo cual es compatible con una evolución limitada y guiada por la providencia divina, como permite a la discusión Humani Generis.
Este argumento muestra que la evolución, si ocurriera, no disminuiría la necesidad de un Creador, sino que resaltaría su sabiduría al diseñar un proceso ordenado.
Dice Santo Tomás en la Suma teológica - Parte Ia - Cuestión 91 - Artículo 4:
«Según Agustín, todas las obras de los seis días fueron producidas a la vez. De ahí que el alma del primer hombre, que, según él, fue creada a la vez que los ángeles, no fue creada antes del sexto día, sino que en este día fue hecha el alma del primer hombre en acto; y su cuerpo según razones causales. Otros doctores opinan que tanto el alma como el cuerpo fueron hechos en acto en el sexto día.»
La Revista agustiniana de 1887 Tomo XIII aludiendo al Cardenal Fray Ceferino González y Díaz Tuñón, Arzobispo de Toledo Primado de España Patriarca de las Indias Occidentales y Canciller Mayor de Castilla (1831-1894) sobre San Agustín y las teorías transformistas:
«El sabio P. Ceferino en su Historia de la Filosofía (prim. edic. tom. 2.°, p. 66) escribe lo siguiente: «He aquí un notable pasaje de S. Agustín, cuya importancia sube de punto en presencia de las teorías trasformistas y de las discusiones paleontológicas de nuestros días: Insunt corporeis rebus per omnia elementa mundi quædam occultæ seminariæ rationes, quibus cum data fuerit opportunitas temporalis atque causalis, prorrumpunt in species debilas.» Traducción: «Hay en las cosas corpóreas, a través de todos los elementos del mundo, ciertas razones seminales ocultas, las cuales, cuando se les da la oportunidad temporal y causal, irrumpen en las especies debidas.»
A estas palabras, y como explicación de las mismas, pueden añadirse las no menos significativas que en su discurso 1.° Defensa de la Física, cita Fray L. de Flandes, atribuyéndolas a S. Agustín; a saber: Quia inseruit Deus seminales rationes rebus, secundum quas aliæ ex aliis proveniunt. Traducción: «Porque Dios insertó razones seminales en las cosas, según las cuales unas provienen de otras.»
Ninguno de estos textos en su forma literal se halla en los libros y tratados que los respectivos autores citan, ni hemos podido tampoco encontrarlos íntegros en las mejores ediciones de las obras del Santo: así y todo, hemos preferido estos a otros muchos de completa autenticidad e idéntica significación, por parecernos que en ellos se compendia y resume fielmente lo más característico de la teoría agustiniana en sus relaciones con la hipótesis transformista.
Pues, por más extraño que parezca, es indudable que la doctrina cosmogónica y protogenésica de S. Agustín, tal cual la hallamos desenvuelta en los doce libros del Génesis a la Letra, coincide en varios puntos sustanciales con la referida hipótesis moderna.
En efecto: el poderoso genio de Agustín, elevándose a gran altura sobre el nivel científico de su época y adelantándose en muchos siglos a los progresos de la investigación humana, concibió y defendió con sólidas razones la grandiosa teoría de la creación simultánea de todos los seres del mundo físico, sosteniendo, como sostienen reputados naturalistas modernos, que Dios creó uno o pocos tipos de materia informe y caótica, a la que dio leyes y fuerzas que determinasen las formas y movimientos de los cuerpos, y causas o principios germinales para que, llegada la oportunidad de tiempo y circunstancias por su infinita sabiduría decretadas, produjesen los debidos órdenes, especies y múltiples variedades que hermosean la creación.
Conviene advertir, sin embargo, que no creemos conforme a la mente del Santo Doctor (por más que algunas veces parece ser este el sentido de sus palabras) el suponer, como suponen los evolucionistas, que las fuerzas o principios seminales comunicados por Dios a la materia amorfa, sean fuerzas tan indeterminadas en su acción y de tan universal fecundidad, que producida una forma o tipo primitivo, continúen en constante y progresivo desarrollo, evolucionando y transformándose en la ordenada escala de los seres, hasta fijar y perpetuar su tipo en los organismos de mayor perfección relativa.
He aquí las razones que nos asisten para decir que la doctrina agustiniana no se compadece bien con la teoría de la evolución indefinida: In cujus elementis (mundi) simul sunt condita, quæ post accesu temporis orirentur vel fructeta, vel animalia quæque secundum suum genus. G. ad Lett. L 6 c. 1.
Traducción: «En cuyos elementos (del mundo) fueron creadas simultáneamente las cosas que, después de un tiempo, surgirían, ya sean plantas frutales o cualquier tipo de animales, según su género.» Similitudo nascentium prætereuntis similitudinem servat. G. imp. c. 11.
Traducción: «La semejanza de los que nacen conserva la semejanza del que pasa [o del anterior].» Y en el L. 9 de G. ad Litt. Unde fit ut de grano tritici non nascatur faba, vel de faba triticum, vel de pecore homo, vel de homine pecus.
Traducción: «De donde resulta que del grano de trigo no nazca una haba, ni del haba trigo, ni del ganado un hombre, ni del hombre ganado.»
No nos detendremos a demostrar que en las citadas palabras no se refiere el Santo a la virtud generadora necesaria para la propagación de los seres; sino a las fuerzas o principios seminales inherentes a la materia, y que en su opinión llevan en sí mismas y como condición de su naturaleza, las leyes que, desde el momento de la creación, concretan y fijan los caracteres esenciales de un tipo determinado dentro de los límites que impone la inmutabilidad de la especie.
Esto no obstante, creemos que la doctrina de S. Agustín en sus relaciones con las teorías darwiniana y transformista, necesita para su completa exposición un estudio más amplio y detenido de lo que aquí nos es permitido realizar, y que estamos seguros serviría admirablemente para demostrar una vez más la perfecta armonía que no puede menos de existir entre las demostraciones de la verdadera ciencia y las enseñanzas del Texto Sagrado, acerca de cuyas interpretaciones, dice oportunamente el Águila de los Doctores, que si la ciencia demuestra alguna cosa opuesta a lo que en Él se contiene, esto no se hallaba en la Sagrada Escritura, sino que lo suponía así nuestra ignorancia: Hoc non habebat divina Scriptura, sed hoc senserat humana ignorantia. G. ad Lett. L. 1.
Traducción: «Esto no lo contenía la divina Escritura, sino que así lo había entendido la ignorancia humana.»
La Revista Agustiniana del año 1887 bajo el pontificado de León XIII, aludiendo a San Agustín, sostiene que la doctrina cosmogónica y protogenésica de San Agustín presenta elementos compatibles con ciertas hipótesis modernas transformistas o evolucionistas, en tanto que reconoce que Dios creó simultáneamente todo tipo de materia con principios o “razones seminales” ocultas que, en el transcurso del tiempo y bajo ciertas condiciones, dan lugar al desarrollo de las distintas especies según su género. Sin embargo, esta visión se aparta de las afirmaciones del evolucionismo indefinido, porque para San Agustín cada especie mantiene caracteres esenciales y límites que preservan su identidad, rechazando así una transformación continua y abierta de unas especies en otras. Esta comprensión agustiniana coincide notablemente con la postura contenida en la encíclica Humani Generis de Pío XII, la cual permite el estudio científico del evolucionismo como hipótesis acerca del origen del cuerpo humano, siempre que se conserve la creación directa del alma por Dios y se respete la unidad y la inmutabilidad esencial del género humano, rechazando expresamente el poligenismo y las teorías que nieguen estos dogmas. De esta manera, tanto la Revista Agustiniana como Humani Generis sostienen una reconciliación prudente entre la fe y la ciencia, reconociendo que la evolución puede considerarse en el marco de una causalidad divina ordenada, pero insistiendo en los límites teológicos que protegen las verdades fundamentales de la creación, la caída y la redención del hombre. Así, se confirma que no existe contradicción insalvable entre la revelación cristiana y una evolución guiada por la providencia divina, lo cual garantiza la coherencia entre la interpretación auténtica de la Escritura, la tradición patrística y el diálogo con la investigación científica moderna.
Resp. Negativo.
Resp. Negativo.
Resp. Afirmativo.»
Los párrafos III y VII de la Comisión Bíblica de 1909 son cruciales para entender la postura de la Iglesia. El párrafo III subraya la innegabilidad de los hechos fundamentales narrados en el Génesis que atañen a la fe cristiana, como la creación del hombre y la unidad del género humano, aspectos que Humani Generis defenderá explícitamente al condenar el poligenismo. Por su parte, el párrafo VII deja claro que el propósito del autor sagrado del Génesis no fue ofrecer una explicación científica de la creación, sino transmitir un conocimiento popular y adaptado a la capacidad de la época. Esto significa que la interpretación de la Biblia no debe buscar una exactitud científica, lo que abre la puerta a conciliar los relatos bíblicos con las hipótesis científicas, como la evolución, siempre y cuando no contradigan las verdades de fe establecidas en el párrafo III.
Esta enseñanza, respaldada también por el padre Conway, subraya que el Génesis no pretende ser un tratado científico, sino transmitir verdades teológicas, lo que deja espacio para hipótesis científicas como la evolución, siempre que no contradigan los fundamentos de la fe.
La Iglesia no prohíbe las investigaciones y disputas acerca de la doctrina del evolucionismo, en cuanto al origen del cuerpo humano de una materia viva preexistente, siempre que se retenga que las almas son creadas inmediatamente por Dios. El Romano Pontífice exhorta a estudiar esta cuestión con prudencia, moderación y madurez de juicio.
Contrario a ciertas interpretaciones espurias, la encíclica "Humani Generis" de Pío XII (1950) no introdujo una postura novedosa o herética sobre el evolucionismo, sino que continuó y formalizó una línea de pensamiento prudente y teológicamente ortodoxa que ya se venía gestando en la Iglesia Católica desde hacía décadas, e incluso siglos, con las "razones seminales" de San Agustín.
Ya a finales del Siglo XIX, Papas como León XIII, San Pío X, Benedicto XV y Pío XI permitieron la discusión científica sobre la evolución. Esto indicaba que la Iglesia aceptaba la evolución como una hipótesis científica plausible, siempre que no negase la creación divina ni los dogmas fundamentales de la fe.
En este contexto, "Humani Generis" de Pío XII reafirma esta apertura, permitiendo la investigación y el debate sobre el origen del cuerpo humano a partir de materia viva preexistente. No obstante, establece límites innegociables: la creación inmediata del alma humana por Dios y la unidad del género humano, rechazando categóricamente el poligenismo (la idea de múltiples primeros padres). Esta prudencia no es una condena al evolucionismo per se, sino una defensa de las verdades reveladas sobre el pecado original y la dignidad del hombre.
La compatibilidad entre una evolución limitada y la fe católica se remonta a San Agustín, con su concepto de las "rationes seminales" o "razones seminales". Él sostuvo que Dios creó todas las cosas con un potencial de desarrollo que se manifestaría en el tiempo, una idea que el P. Ceferino González y la "Revista Agustiniana" de 1887 resaltaron como compatible con ciertas hipótesis transformistas. De igual modo, la Comisión Bíblica de 1909, bajo San Pío X, ya había aclarado que el Génesis no es un tratado científico y permite flexibilidad en la interpretación de los "días" de la creación, dejando espacio para la ciencia.
En definitiva, Pío XII en "Humani Generis" no innovó en su esencia, sino que articuló y oficializó una postura que ya estaba presente en la tradición católica. La evolución, entendida como un proceso guiado por la providencia divina y respetando los dogmas fundamentales (como la creación del alma y el monogenismo), no solo no contradice la fe, sino que puede realzar la sabiduría del Creador. Así, la encíclica es un testimonio de la prudencia teológica, salvaguardando las verdades de la revelación mientras se dialoga con el progreso del conocimiento científico.
Por lo tanto, la encíclica no trata de respaldar la evolución materialista, sino de una defensa prudente y ortodoxa de la fe cuando se enfrenta a las investigaciones científicas modernas. Como bien señaló el padre Bertrand L. Conway, C.S.P., en 1952 «En conclusión, aunque en absoluto la evolución de que hablamos no sería intrínsecamente imposible, y aunque la Iglesia no ha pronunciado, el fallo definitivo, sin embargo, parece estar en contradicción con el sentir de los católicos en general.» (como es la opinión del administrador de este blog; que el cuerpo del primer hombre fue formado inmediatamente por Dios). Esto subraya el camino cauteloso y discernido que eligió Pío XII, permitiendo la exploración científica mientras mantenía firmemente las verdades esenciales de la fe, como así hicieron sus predecesores.
Referencias:
- Agustín, S. (Siglo IV). Genesi ad litteram.
- Tomás de Aquino, S. (Siglo XIII). Suma teológica (Parte Ia, Cuestión 91, Artículo 4).
- Revista Agustiniana. (1887). Acerca de la autoridad e importancia científica de San Agustín.
- León XIII. (1893). Providentissimus Deus [Encíclica].
- Comisión Bíblica. (1909). Acta Apostolicae Sedis, 1, 567-569.
- Wasmann, E. (1910). Modern biology and the theory of evolution.
- Conway, B. L. (1929). The question-box answers.
- Pío XII. (1950). Humani Generis [Encíclica].
- Cuervo, M. O. (1954). Evolucionismo, monogenismo y pecado original. Salmanticensis, 1(2), 259-300.
- Losada Cosmes, R. (1956). Magisterio de Pío XII: Esquema doctrinal y boletín bibliográfico. Editorial Universidad Pontificia de Salamanca.
https://archive.org/details/pio-xii-magisterio/194%20-%20Humani%20Generis%20in%20Rebus%20-%20Pio%20XII/mode/2up
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