Una vez constituida la Iglesia, y dueña de las conciencias, era imposible que los pueblos, penetrados de su fe, no apelaran por sí mismos a su autoridad. La Providencia lo había dispuesto todo para poner la constitución de la sociedad internacional bajo la dirección de la Iglesia. El mundo no había de hacer más que dejarse llevar por un movimiento que era instintivo hasta cierto punto, una vez aceptados los principios. Bastaba que la rebelión de su orgullo no pusiera obstáculos a los benéficos designios de Dios para con él. Así se vio en los tiempos de fe la voluntad de las naciones concurrir con el derecho divino de la Iglesia para formar la gran unidad moral y política de la cristiandad, cuya destrucción deja a la Europa moderna en completa desorganización política.
Bajo el gobierno espiritual de los Papas, la unidad se establece entre las naciones de una manera maravillosa.
Las leyes de la sociedad cristiana
1876
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