Nosotros publicamos esta sentencia, que es muy razonable y agradable a Dios, y con consentimiento del Rey, y grandes e ilustres varones del reino, ordenamos que cualquiera que de aquí en adelante hubiere de ser Rey, no se asiente en la silla real antes que, entre las otras cosas, jure que no dejará habitar en su reino a ninguno que no sea católico; y si el tal Rey quebrantase este juramento, sea maldito y excomulgado delante de Dios, y cebo y materia del fuego eterno, y lo mismo todos los cristianos que consintieren con él.