el uso del título de Corredentora
Lo que enseña la Esposa de Jesucristo
LA SANTÍSIMA VIRGEN CORREDENTORA
...en su Encíclica Supremi apostolatus, de 1 de septiembre de 1883, nos presenta a «la Virgen, exenta de la mancha original, escogida para ser Madre de Dios, y asociada por lo mismo a la obra de la salvación del género humano.»
En la Encíclica Octobri mense, de 22 de septiembre de 1891, escribe: «Conviene escrutar los consejos divinos con gran piedad. Queriendo el Hijo de Dios Eterno tomar la naturaleza humana para redención y gloria del hombre, y habiendo de establecer cierto lazo místico con todo el género humano, no hizo esto sin haber explorado antes el libérrimo consentimiento de la designada para Madre suya, la cual representaba en cierto modo la personalidad del mismo género humano.» Esta representación la Virgen se la transmitió a Cristo, para que fuese nuestro Redentor, como representante de los hombres todos.
En la Encíclica Jucunda, de 8 de septiembre de 1894, habla del «Rosario, donde se hace presente la parte que ha tomado la Virgen en la salvación de los hombres», y después añade: «Porque al ofrecerse a Dios como sierva para ser su Madre, y al consagrarse enteramente a Él en el Templo con su Hijo, en ambos actos se asoció a ese Hijo en laboriosa expiación por el género humano, y por esto no es dudoso que tomó en su alma gran parte de las amarguras, angustias y tormentos de su Hijo. En su presencia y a su vista debía consumarse el divino sacrificio, para el que generosamente alimentó la víctima... Movida de inmensa caridad hacia nosotros, para recibirnos por hijos, ofreció voluntariamente el suyo a la justicia divina, muriendo en su corazón con Él, traspasado el pecho de una espada de dolor.»
En la Encíclica Adjutricem, de 5 de septiembre de 1895, llama a María «Cooperadora de la obra maravillosa de la redención humana... Reparadora del mundo».
Y un año después, en la Encíclica Fidentem, de 20 de septiembre de 1896, añade: «Es imposible concebir que, para reconciliar a Dios y a los hombres, nadie haya podido o pueda en adelante obrar tan eficazmente como la Virgen, a los hombres que marchaban hacia su eterna perdición; les trajo un Salvador, al recibir la nueva de un Sacramento pacífico que el ángel anunció a la tierra, y dar su admirable consentimiento en nombre de todo el género humano. De Ella nació Jesús, Ella es su verdadera Madre, y por ende digna y gratísima Mediadora para con el Mediador. Como estos misterios se incluyen en el Rosario, y sucesivamente se ofrecen a la memoria y meditación de los fieles, se ve lo que significa María en la obra de nuestra reconciliación y salvación.»
...en su Encíclica Ad diem illum, de 2 de febrero de 1904, escribía: «Se ha de recordar en alabanza de la Santísima Madre de Dios, su misión de guardar, alimentar y presentar a su tiempo en el ara de la cruz la hostia divina, Jesucristo, a quien estuvo siempre unida en la vida y en los trabajos... Y cuando llegó el fin de la vida del Hijo, estaba su Madre junto a la cruz de Jesús, no mirando tan sólo aquel espectáculo, sino gozándose plenamente de que su Unigénito fuese inmolado por la salvación del género humano. Mas por esta mutua unión de dolores y voluntades entre Cristo y María, mereció ésta que dignísimamente fuese hecha Reparadora del mundo pecador y, por lo mismo, Dispensadora de todas las gracias que Jesús nos mereció con su sangre y pasión.»
...en sus Letras apostólicas Inter sodalitia, de 22 de marzo de 1918, escribía: «María sufrió tanto con el Hijo crucificado y moribundo, llegando casi a morir con Él, y renunció hasta tal punto a sus derechos de madre por la salvación de los hombres, y para aplacar la justicia divina hasta lo dio como víctima en cuanto de ella dependía, que con justo título podemos considerar que juntamente con Cristo, Ella redimió al género humano.»
...en su Encíclica Miserentissimus Redemptor, de 8 de Mayo de 1928, dice al fin: «La benignísima Madre de Dios... cuando nos dió a nuestro Redentor, cuando le alimentó, cuando al pie de la cruz lo ofreció como hostia, por su unión misteriosa con Cristo y singular gracia, fué y se llama piadosamente Reparadora. Cristo quiso asociar así a su Madre como abogada de los pecadores, dispensadora de la gracia y mediadora...»
Posteriormente, en varios discursos de los años 1933-1935, la da expresamente el título de Corredentora.
Decía en diciembre de 1933: «El Redentor no podía por menos de asociar a su Madre a su obra de la redención, y por eso la invocamos con el título de Corredentora.»
El 25 de marzo de 1934, hablando a 800 congregantes marianos, les decía: «María Santísima es nuestra Madre y Corredentora... El XIX Centenario de la Redención divina es también el XIX Centenario de María, el Centenario de su Corredención.»
Y el 29 de abril de 1935, en el mensaje radiado para clausurar las solemnidades del Año Santo de la Redención, la invocaba diciendo: «¡Oh Madre de piedad y de misericordia, que acompañaste a tu dulcísimo Hijo, como Compasiva y Corredentora, cuando consumaba la redención del género humano en el ara de la cruz, te rogamos que conserves en nosotros y los aumentes de día en día los preciosos frutos de la Redención y de tu Compasión.»
en la bula Gloriosae Dominae, de 27 de septiembre de 1848, dice: La Virgen María «es como un río del cielo por donde pasa y llega hasta el abismo de las miserias humanas el torrente de todos los dones y de todas las gracias.»
en un documento de 1806 ampliando los privilegios de los Servitas, llama a la Virgen María «Madre nuestra amantísima y dispensadora de todas las gracias.»
expresa La misma idea en varios documentos de su pontificado, y aún en la misma bula Ineffabilis en que declaró dogma de fe el misterio de la Concepción Inmaculada de María; pero principalmente en su encíclica Ubi primum de 11 de febrero de 1849, donde dice: «Muy bien sabéis, Venerables Hermanos, que toda la razón de nuestra confianza está puesta en la Santísima, Virgen, puesto que Dios puso en María la plenitud de todo bien, para que conozcamos que, si hay en nosotros algo de esperanza, algo de gracia, algo de salvación, es lo que de Ella rebosa... Tal es la voluntad de Aquel que quiso que nosotros lo tuviéramos todo por María.»
en su Encíclica Supremi apostolatus, de 1 de septiembre de 1883, dice: «Y creemos que nada puede conducir más eficazmente a este fin como hacernos propicia con la práctica de la religión y la piedad a la gran Madre de Dios, la Virgen María, que es la que puede alcanzarnos la paz y dispensarnos la gracia, colocada como está por su divino Hijo en la cúspide de la gloria y del poder, para ayudar con el socorro de su protección a los hombres que en medio de fatigas y peligros se encaminan a la Ciudad Eterna.»
En la Encíclica Octobri mense, de 22 de septiembre de 1891, dice: «Con toda verdad y propiedad puede afirmarse, que de aquel grandísimo tesoro de todas las gracias que trajo el Señor, puesto que gratia et veritas per Jesum Christum facta est, nada absolutamente nada se nos concede, según la voluntad de Dios, sino por María de suerte que a la manera que nadie puede llegar al Padre Supremo sino por el Hijo, casi del mismo modo nadie puede llegar a Cristo sino por la Madre,»
En la Encíclica Jucunda semper de 8 de septiembre de 1894 insiste en la misma idea diciendo: «El socorro que imploramos de María por nuestras oraciones tiene su fundamento en el oficio de mediadora de la divina gracia, que constantemente desempeña delante de Dios y en el supremo favor que obtiene por su dignidad y méritos, aventajando mucho en poder a todos los santos. Recuerda y hace suyas las palabras de San Bernardino de Siena, «Toda gracia que se comunica a este mundo llega por tres grados: pues de Dios a Cristo; de Cristo a la Virgen y de la Virgen a nosotros es dispensada con toda regularidad.» Y termina con estas palabras: «Venerables Hermanos; que el Dios que nos había reservado con toda su misericordiosa providencia tal Mediadora, y que ha querido que lo recibamos todo por María, se digne por medio de su poderosa intercesión atender a nuestros deseos y colmar nuestras esperanzas.»
Y en su Encíclica Adiutricem populi, de 5 de septiembre de 1895, añade: «Desde aquellas luminosas alturas, Ella comenzó a velar constantemente por la Iglesia y a otorgarnos su maternal protección; de tal modo que, después de haber sido cooperadora de la obra maravillosa de la redención humana, ha venido a ser la dispensadora de las gracias, frutos de su misma redención, habiendosela otorgado para ello un poder cuyos límites no pueden columbrarse.»
escribía en su Encíclica Ad diem ilum de 2 de febrero de 1904: «La consecuencia de esta comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús, es que María mereció ser reparadora dignísima del orbe perdido, y por tanto, la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos conquistó con su muerte y con su sangre. Seguramente no se puede decir que la disposición de esos tesoros no sea un derecho propio y particular de Jesucristo, porque son el fruto conseguido con su muerte, y Él mismo es por naturaleza el Mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo, por razón de esta sociedad de dolores y de angustias ya mencionadas, entre la Madre y el Hijo, se ha concedido a la augusta Virgen que sea poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe ante su unigénito Hijo. La fuente es por lo tanto Jesucristo y de su plenitud recibimos todos... Pero María, como lo hace observar acertadamente San Bernardo, es acueducto, o si se quiere, el cuello por medio del cual el cuerpo se une a la cabeza, y la cabeza transmite a todo el cuerpo su eficacia y sus influencias.»
escribía en sus Letras Apostólicas Inter Sodalitia, de 22 de marzo de 1918: «Y si por este motivo de la compasión de María con Cristo, las gracias que percibe el género humano del tesoro de la redención son distribuídas personalmente por la misma Virgen Dolorosa, claramente se deduce que de Ella se ha de esperar para los hombres el don de una santa muerte, ya que con esto se completa en cada uno eficaz y perpetuamente la obra de la redención humana.»
En carta al P. Becchi, director del Rosario Perpetuo en Italia, dice que «se dirige a Aquélla por cuyo medio plugo a Dios que nos llegasen todas las gracias.»
llama a la Virgen Santísima «Mediadora de todas las gracias», en su Encíclica Charitate Christi compulsi, de 3 de mayo de 1932. En sus Letras Apostólicas de 2 de marzo de 1922 y en las de 14 de mayo de 1926, la llama Depositaria de todas las gracias divinas», «Divina depositaria de todas las gracias». Y en carta al Cardenal Schüster, de 15 de agosto de 1922, la llama "Administradora de todas las gracias celestiales».
S.S.Pío XII






