La religión moderna ha enunciado un dogma fundamental... y es que la religión debe liberarse de dogmas.
Los credos y las confesiones de fe ya no están de moda; los líderes religiosos han acordado no discrepar, y aquellas creencias por las que algunos de nuestros antepasados habrían muerto se han fundido en un humanismo sin carácter.
Como otros Pilatos, han dado la espalda a la singularidad de la verdad y han abierto los brazos a todos los estados de ánimo y caprichos que la hora les dicte. El paso de los credos y dogmas implica el paso de las controversias. Los credos y dogmas son sociales; los prejuicios son privados. Los creyentes chocan entre sí en mil ángulos diferentes, pero los fanáticos evitan enfrentarse, pues el prejuicio es antisocial. Puedo imaginarme a un calvinista anticuado que considera que la palabra “maldito” tiene un significado dogmático tremendo, llegando a las manos intelectualmente con un metodista anticuado que considera que sólo es una palabra de maldición; pero no me es posible imaginar una controversia si ambos renuncian a condenar la condenación, como nuestros modernistas que ya no creen en el infierno.
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