VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL ESPEJO DE LA CRUZ

 de Fray Domingo Cavalca O.P.



(Este libro ha sido lectura 
de la Reina Isabel I de Castilla 
y de muchas almas santas).



PRÓLOGO


Narra el santo Evangelio con una semejanza que un hombre noble, al partir de su ciudad, encomendó a sus siervos una suma de dinero con la cual debían procurar ganancias. A uno le dio cinco talentos, a otro tres, y al otro sólo uno, y dijo a cada uno de ellos que procuraran ganancias, hasta que él volviera. Y una vez retornado, pidiendo explicación de los talentos encomendados, y preguntando por las ganancias, encontró que el siervo al cual había encomendado un solo talento, nada había ganado. Por esto lo hizo apresar como a siervo inútil, y lo hizo poner en la prisión tenebrosa.



Este hombre noble es Dios; los siervos son los hombres; y los talentos son los dones de las gracias temporales y espirituales, que Dios da y promete a quién más y a quién menos, según su parecer. Al volver, reclama la ganancia de los talentos encomendados; ya que Cristo, que se apartó de nosotros subiendo al cielo, regresará para el juicio y discretamente reclamará a cada uno la ganancia de todos los bienes que le fueron encomendados: y a aquél que encuentre inútil lo hará meter en la prisión del infierno.



Es muy dura esta sentencia: en ella se demuestra que no solamente será condenado quien haga el mal, sino también quien no haga el bien. Y en esto se demuestra que de cada uno de aquellos poderes y saberes, u otros bienes que Dios les haya encomendado, debe buscar ganancia espiritual.



Ahora bien, considerando esto, aunque mi poco saber y mi imperfección me induzcan a negligencia, he pensado que aunque yo no pueda ganar gran cosa, como si tuviera muchos talentos, al menos con mi poco saber, como con un solo talento, pueda hacer una sola obra. No la escribo en latín sino en italiano para que no sea difícil; para que entre unos cuantos laicos devotos (puesto que no son cultos y están muy ocupados, y no pueden desocuparse (vacare: abandonar otras ocupaciones para dedicarse a ésta), como desearían, y pretender dedicarse a la oración), haya algunos que por esta obra sean inducidos a devoción.



Y esto será un espejo y un libro, en los cuales breve y amenamente vean y lean toda perfección. Y ya que Cristo es luz y espejo de toda perfección, y está en la cruz como maestro en cátedra, que enseña toda perfecta doctrina a cualquiera que allí pone la mente, y como que contiene en resumen perfectamente lo que es necesario aprender, tomo por tema de este libro la Cruz, poniendo diversas sentencias, consideraciones y similitudes, según el orden de los capítulos que siguen, por los cuales nuestro intelecto pueda iluminarse y el afecto incendiarse. Quiero, por lo tanto, que este libro se llame “El Espejo de la Cruz”.


Y ruego a aquellos que experimenten algún fruto por medio de esta obra, que rueguen a Dios perdone mi presunción; ya que digo lo que no practico: muestro aquellas cosas por una cierta ciencia, pero de ellas no tengo experiencia. Y porque callando y hablando temo pecar, me parece mejor (o por lo menos, menos malo) hablando dar fruto a los otros que callando no dar fruto ni para mí ni para los otros; y espero que por los méritos y oraciones de las santas personas, las cuales tendrán fruto, podré aliviar en algo mi deficiencia.


Y porque esta obra la he compuesto solamente para algunos laicos simples, que no saben latín, procedo con simpleza para su utilidad, cuidándome más de decir lo que es útil que de decir lo que es bello. Por eso ruego a todo hombre culto que encontrase en este libro alguna cita puesta desordenadamente, o cualquier otro defecto que se pueda soportar sin peligro, aunque supiese decirlo mejor que yo, que me disculpe; porque escribiendo en lengua vulgar (italiano) y a los hombres iletrados, no me parece necesario prestar mucha atención al escribir y ordenar mis palabras, y a citar siempre los libros y capítulos de donde serán extraídas las sentencias que citaré; aunque siempre se ponga el nombre del santo al cual cito. Y si la médula es buena y las sentencias son verdaderas, poco me cuido de la cáscara de afuera y del hablar florido y adornado.

Continuará...