VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL HOMBRE NO ES LIBRE PARA HONRAR A DIOS COMO LE PLAZCA

Niceto Alonso Perujo
Lecciones sobre el Syllabus

Syllabus Prop. XV.
Todo hombre es libre de abrazar y profesar aquella religión que juzgue ser verdadera, guiado por la luz de la razón.

Ya tenemos refutada esta proposición con lo que dijimos en el cap. III de la insuficiencia de la razón para descubrir por sí sola la verdadera religión. Podemos, pues, negar el supuesto en que se apoya, y una vez negado, cae por su propio peso el error. Porque si el hombre no puede juzgar por sí mismo cuál es la verdadera religión, necesita aprenderla de Dios o de los hombres; y en cualquier caso no puede menos de someterse a su verdad: mas como esta verdad no depende de su propio juicio, es claro que no puede hallar ninguna razón o motivo suficiente para rechazarla. Desde el momento que sabe o entiende que Dios se ha dignado dar al hombre su revelación, solo tiene derecho de examinar si en efecto es así, si este hecho está bien probado, y convencido de ello por los numerosos argumentos que lo acreditan, está obligado a aceptar sin reserva la religión revelada. Porque ninguna persona de sano juicio se podrá persuadir de que, si Dios ha hablado, haya querido dejar al hombre en libertad de aceptar o no aceptar su enseñanza, y que en el mero hecho de hablar, no le ha impuesto el deber de creer en su palabra y obedecer sus mandamientos.

De lo cual resulta además que no hay ni puede haber religión verdadera, sino una, que es la que Dios se ha dignado enseñar.

A la manera que nadie es libre para fijar y escoger por sí mismo sus deberes, sino que de antemano los tiene señalados y prescritos en la ley, la cual no puede menos de acatar; así también no puede escoger la religión que le agrada, sino que necesariamente está obligado a profesar la verdadera, so pena de no cumplir este deber que es el primero y principal. Este deber nace de la misma naturaleza que nos liga a Dios como creador, causa de nuestro ser, Señor absoluto de nuestras potencias y voluntades, nuestro último fin. Es además el primero y principal de todos los deberes, porque Dios, como dice muy bien Amalario, es el primer anillo en la cadena de todos los seres, y exige el recto orden de que ocupen el primer lugar nuestros deberes hacia él, y el segundo lugar nuestros deberes con las criaturas, como anillos secundarios e inferiores. 

Luego el hombre no es libre para honrar a Dios como le plazca, sino que debe honrarle únicamente del modo que el mismo Dios ha querido.

Pero Dios indudablemente ha querido ser honrado y servido de un modo determinado, más bien que de otro, y por eso ha dado al hombre sus preceptos, cuya práctica constituye la religión. O lo que es lo mismo, la religión es un precepto divino que nadie está dispensado de cumplir y que, como todo precepto positivo, debe cumplirse precisamente como se manda, sin quedar libertad y menos indiferencia sobre este punto. Y téngase presente que la religión no solo propone preceptos morales que observar, sino también verdades especulativas que creer, y por lo tanto hay que someter el entendimiento lo mismo que la libertad. Esto se confirma considerando que el fin de la religión es que por medio de ella alcancemos la perfección moral en la vida presente, y la bienaventuranza sobrenatural y perfecta en la vida futura. De donde se deduce con toda claridad que es una regla que por su propio bien debe seguir la criatura racional, y que no depende del juicio o la elección del hombre, sino exclusivamente de la voluntad de Dios, que es el que nos ha ordenado para aquel fin, y el único que nos pone en posesión de él. Y por eso el hombre, responsable ante Dios de sus acciones y pensamientos, lleva grabado indeleblemente en su propia conciencia el código eterno de la ley moral.

En esta parte no cabe ni es posible la libertad: no hay términos de elección.

Las falsas religiones no merecen este nombre; pero es evidente que entre todas las que lo tienen, alguna no es falsa, alguna merece el nombre de religión y es necesariamente verdadera; por lo cual, el mundo entero tiene una obligación rigurosa de seguirla. De lo contrario, habría que admitir el absurdo de que alguno podría ser libre para vivir sin alguna religión, pues dependiendo la elección de su propio juicio, podría ser que a todas las juzgase falsas y se creyera dispensado de seguir ninguna. Y entonces este hombre merecería alabanza por vivir sin religión, al paso que pecaría practicando alguna, supuesto que, aunque erróneamente, la creía falsa.

Bajo otro punto de vista, como dice Peltier, esta proposición atribuye a cada hombre una doble independencia que jamás podría tener, y que en último resultado se reduciría a un doble ateísmo: la independencia de su razón y la independencia de su conciencia. Pero la razón particular de cada hombre no tiene esta independencia que solo puede ser atributo de una razón infalible; la conciencia individual tampoco tiene semejante independencia, puesto que la conciencia puede ser también errónea; y como el error es una esclavitud, la verdadera libertad del hombre consiste antes de todo en emanciparse del error.



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