VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

ESTA DOCTRINA DE LA EXPERIENCIA INFIERE VERDAD DE TODA RELIGIÓN, SIN EXCEPTUAR EL PAGANISMO

Bob Prevost
Sucesor del Anticristo Montini
 Audiencia al Cuerpo Diplomático
16-V-2025

En la perspectiva cristiana —como también EN LA DE OTRAS EXPERIENCIAS RELIGIOSAS— la paz es ante todo un don, el primer don de Cristo: “Les doy mi paz” (Jn. 14,27). Pero es un don activo, apasionante, que nos afecta y compromete a cada uno de nosotros, INDEPENDIENTEMENTE de la procedencia cultural y DE LA PERTENENCIA RELIGIOSA, y que exige en primer lugar un TRABAJO SOBRE UNO MISMO.

 La paz se construye en el corazón y a partir del corazón, arrancando el orgullo y las reivindicaciones, y midiendo el lenguaje, porque también se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas.

En esta óptica, CONSIDERO FUNDAMENTAL EL APORTE QUE LAS RELIGIONES Y EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO pueden brindar para favorecer contextos de paz. Eso, naturalmente, EXIGE EL PLENO RESPETO DE LA LIBERTAD RELIGIOSA EN CADA PAÍS, porque LA EXPERIENCIA RELIGIOSA ES UNA DIMENSIÓN FUNDAMENTAL DE LA PERSONA HUMANA, sin la cual es difícil —si no imposible— realizar esa purificación del corazón necesaria para construir relaciones de paz.»


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La Enciclopedia Católica
Modernismo

  • Un espíritu de completa emancipación, tendiente a debilitar la autoridad eclesiástica ; la emancipación de la ciencia , que debe recorrer todos los campos de investigación sin temor a conflicto con la Iglesia ; la emancipación del Estado, que nunca debe ser obstaculizado por la autoridad religiosa; la emancipación de la conciencia privada , cuyas inspiraciones no deben ser anuladas por definiciones papales o anatemas; la emancipación de la conciencia universal , con la que la Iglesia debe estar siempre de acuerdo.

  • Un espíritu de movimiento y cambio, con una inclinación hacia una forma radical de evolución que aborrece todo lo fijo y estacionario.

  • Un espíritu de reconciliación entre todos los hombres a través de los sentimientos del corazón. Numerosos y variados son también los sueños modernistas de entendimiento entre las diferentes religiones cristianas , incluso entre la religión y una especie de ateísmo, todo ello sobre la base de un acuerdo que debe ser superior a las meras diferencias doctrinales.


S.S. San Pío X
Pascendi Dominici Gregis

CONTRA LOS HEREJES MODERNISTAS


[...]La experiencia religiosa. Véase, pues, su explicación. En el sentimiento religioso se descubre una cierta intuición del corazón, merced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de su existencia y de su acción, dentro y fuera de ser humano, que traspasa con mucho toda persuasión científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera Otra racional; y si alguno, como acaece con los racionalistas, la niega, es simplemente, dicen, porque rehusa colocarse en las condiciones morales requeridas para que aquélla se produzca. Y tal experiencia hace al que la ha conseguido verdadera y propiamente creyente. ¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras las vimos ya reprobadas por el CONCILIO VATICANO.

Cómo franquean la puerta al ateísmo, una vez admitidas juntamente con los otros errores mencionados, lo diremos más adelante. Desde luego es bueno advertir que de esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo infiere verdad de toda religión, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no se encuentran en todas las religiones experiencias de este género? Más de uno lo atestigua. Luego, ¿con qué derecho los modernistas negarán la verdad a las experiencias que afirma el turco (islam), y atribuirán a solos los católicos las experiencias verdaderas? Aunque, cierto, no las niegan; y los unos veladamente y los otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas las religiones. Y es manifiesto que no pueden opinar de otra suerte, pues establecidos sus principios, ¿por qué causas argüirían de falsedad a una religión cualquiera? No por otras, ciertamente, que por la falsedad del sentimiento religioso o de la fórmula brotada del entendimiento. 

Mas el sentimiento religioso es siempre y en todas partes el mismo, aunque en ocasiones tal vez menos perfecto; cuanto a la fórmula del entendimiento, lo único que se exige para su verdad, es que responda al sentimiento religioso y al creyente, cualquiera que sea la capacidad de su ingenio. Todo lo más que en esta: contienda de religiones podrían acaso defender los modernistas es que la católica por tener más vida posee más verdad, y que es más digna del nombre cristiano porque responde con mayor plenitud a los orígenes del cristianismo. Nadie, puestas las precedentes premisas, considerará absurda ninguna de estas conclusiones. Lo que produce profundo estupor es que católicos, que sacerdotes a quienes horrorizan, como más queremos pensar, tales monstruosidades, se conduzcan, sin embargo, como si de lleno las aprobasen; pues tales son las alabanzas que prodigan a los mantenedores de esos errores, tales los honores que públicamente les tributan, que hacen creer fácilmente que lo que pretenden honrar no son las personas, merecedoras acaso de alguna consideración, sino más bien los errores que a las claras profesan y que se empeñan con jodas veras en esparcir entre el vulgo.

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S.S. León XIII
Inmortale Dei

EL ESTADO TIENE LA ESTRICTA OBLIGACIÓN DE ADMITIR EL CULTO DIVINO EN LA FORMA CON QUE EL MISMO DIOS HA QUERIDO QUE SE LE VENERE.

«Constituido sobre estos principios, es evidente que el Estado tiene el deber de cumplir por medio del culto público las numerosas e importantes obligaciones que lo unen a Dios.

La razón natural, que manda a cada hombre dar culto a Dios piadosa y santamente, porque de El dependemos, y porque, habiendo salido de El a El hemos de volver, impone la misma obligación a la sociedad civil. 

Los hombres no están menos sujetos al poder de Dios cuando viven unidos en sociedad que cuando vi ven aislados. La sociedad, por su parte, no está menos obligada que los particulares a dar gracias a Dios, a quien debe su existencia, su conservación y la innumerable abundancia de sus bienes. Por esta razón, así como no es lícito a nadie descuidar los propios deberes para con Dios, el mayor de los cuales es cada abrazar con el corazón y con las obras la religión, no la que uno prefiera, sino la que Dios manda y consta por argumentos ciertos e irrevocables como única y verdadera, de la misma manera los Estados no pueden obrar, sin incurrir en pecado, como si Dios no existiese, ni rechazar la religión como cosa extraña o inútil, ni pueden, por último, elegir indiferentemente una religión entre tantas. Todo lo contrario. El Estado tiene la estricta obligación de admitir el culto divino en la forma con que el mismo Dios ha querido que se le venere. Es, por tanto, obligación grave de las autoridades honrar el santo nombre de Dios. Entre sus principales obligaciones deben colocar la obligación de favorecer la religión, defenderla con eficacia, ponerla bajo el amparo de las leyes, no legislar nada que sea contrario a la incolumidad de aquélla. 

Obligación debida por los gobernantes también a sus ciudadanos. Porque todos los hombres hemos nacido sido criados para alcanzar un fin último y supremo, al que debemos referir todos nuestros propósitos, y que está colocado en el cielo, más allá de la frágil brevedad de esta vida. 

Si, pues. de este sumo bien depende la felicidad perfecta y total de los hombres, la consecuencia es clara: la consecución de este bien importa tanto a cada uno de los ciudadanos que no hay ni puede haber otro asunto más importante. 

Por tanto, es necesario que el Estado, establecido para el bien de todos, al asegurar la prosperidad pública, proceda de tal forma que, lejos de crear obstáculos, dé todas las facilidades posibles a los ciudadanos para el logro de aquel bien sumo e inconmutable que, naturalmente, desean. La primera y principal de todas ellas consiste en procurar una inviolable y santa observancia de la religión, cuyos deberes unen al hombre con Dios.

Todo hombre de juicio sincero y prudente ve con facilidad cuál es la religión verdadera. Multitud de argumentos eficaces, como son el cumplimiento real de las profecías, el gran de milagros, la rápida propagación de la fe aun en medio de poderes enemigos y de dificultades insuperables, el testimonio de los mártires y otros muchos parecidos, demuestran que la única religión verdadera es aquella que Jesucristo en persona instituyó y confió a su Iglesia para conservarla y propagarla por todo el mundo» 

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S.S.León XIII
Libertas


Por esto es necesario que el Estado, por el mero hecho de ser sociedad, reconozca a Dios como Padre y autor y reverencie y adore su poder y su dominio. La justicia y la razón prohíben, por tanto, el ateísmo del Estado, o, lo que equivaldría al ateísmo, el indiferentismo del Estado en materia religiosa, y la igualdad jurídica indiscriminada de todas las religiones. Siendo, pues, necesaria en el Estado la profesión pública de una religión, el Estado debe profesar la única religión verdadera, la cual es reconocible con facilidad, singularmente en los pueblos católicos, puesto que en ella aparecen como grabados los caracteres distintivos de la verdad. Esta es la religión que deben conservar y proteger los gobernantes, si quieren atender con prudente utilidad, como es su obligación, a la comunidad política. Porque el poder político ha sido constituido para utilidad de los gobernados. Y aunque el fin próximo de su actuación es proporcionar a los ciudadanos la prosperidad de esta vida terrena, sin embargo, no debe disminuir, sino aumentar, al ciudadano las facilidades para conseguir el sumo y último bien, en que está la sempiterna bienaventuranza del hombre, y al cual no puede éste llegar si se descuida la religión.

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S.S. Pío XI
Ubi arcano

Por lo cual, siendo propio de sola la Iglesia, por hallarse en posesión de la verdad y de la virtud de Cristo, el formar rectamente el ánimo de los hombres, ella es la única que puede, no sólo arreglar la paz por el momento, sino afirmarla para el porvenir, conjurando los peligros de nuevas guerras que dijimos nos amenazan. Porque únicamente la Iglesia es la que por orden y mandato divino enseña que los hombres deben conformarse con la ley eterna de Dios, en todo cuanto hagan, lo mismo en la vida pública que en la privada, lo mismo como individuos que unidos en sociedad. Y es cosa clara que es de mucha mayor importancia y gravedad todo aquello en que va el bien y provecho de muchos.

Pues bien: cuando las sociedades y los estados miren como un deber sagrado el atenerse a las enseñanzas y prescripciones de Jesucristo en sus relaciones interiores y exteriores, entonces sí llegarán a gozar, en el interior, de una paz buena, tendrán entre sí mutua confianza y arreglarán pacíficamente sus diferencias, si es que algunas se originan.

Cuantas tentativas se han hecho hasta ahora a este respecto han tenido ninguno muy poco éxito, sobre todo en los asuntos con más ardor debatidos. Es que no hay institución alguna humana que pueda imponer a todas las naciones un Código de leyes comunes, acomodado a nuestros campos, como fue el que tuvo en la Edad Media aquella verdadera sociedad de naciones que era una familia de pueblos cristianos. En la cual, aunque muchas veces era gravemente violado el derecho, con todo, la santidad del mismo derecho permanecía siempre en vigor, como norma segura conforme a la cual eran las naciones mismas juzgadas. 

Pero hay una institución divina que puede custodiar la santidad del derecho de gentes; institución que a todas las naciones se extiende y está sobre las naciones todas, provista de la mayor autoridad y venerada por la plenitud del magisterio: la Iglesia de Cristo; y ella es la única que se presenta con aptitud para tan grande oficio, ya por el mandato divino, por su misma naturaleza y constitución, ya por la majestad misma  que le dan los siglos, que ni con las tempestades de la guerra quedó maltrecha, antes con admiración de todos salió de ella más acreditada.

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