No hace falta mucho ingenio para descubrir al punto la grande perversidad herética, racionalista, que encierra la décimaquinta proposición condenada en el Syllabus que dice "Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado de la luz de la razón juzgare por verdadera."
Porque es un hecho histórico, innegable entre los hombres imparciales y peritos, confirmado con milagros estupendos, con el testimonio de pueblos enteros, numerosísimos, con el universal consentimiento y la práctica constante del género humano desde que existe, que Dios, Criador del hombre, ha revelado é impuesto al hombre una religión sola y única, obligatoria estrechísimamente, sin libertad de tener otra distinta, con imposición de penas eternas a quienes rechazasen esta su voluntad. Adorarás al Señor tu Dios, y a Él sólo servirás, y esto no conforme a tus vanas veleidades y volubilidad, sino según mi voluntad eterna, que es orden de las sociedades y vida de los individuos. Y aun cuando la Voluntad Divina no fuera tan paternal, saludable y sapientísima, no tendría la criatura racional derecho para apartarse de ella.
Dios es criador del hombre, luego tiene, como autor, autoridad omnimoda sobre el hombre; luego está obligado el hombre, como hechura total de Dios, a obedecerle y respetar, acatar y practicar sus mandatos, que son voluntad suya. Ni aun siquiera el hombre mismo, simple criatura, tolera criados en su casa que no le sirvan conforme a sus deseos, por más que suelan ser los amos errados y falibles. Pues si tal no tolera la criatura de voluntad limitada y caprichosa, ¿cómo la podría tolerar Dios Omnipotente, Sapientísimo, cuya voluntad es siempre orden, armonía y felicidad para las sociedades; paz y vida dichosa para la familia y el individuo particular?
No es, por tanto, libre la humana razón para elegir, abrazar y profesar la religión que más le plazca ó mejor a ella le parezca; sino que debe recibir y practicar la revelada y prescrita a todo el género humano por la Razón divina.
Podrá el hombre, no lo niego, abusar de su libertad y negar al Divino Hacedor la justa y debida sumisión a su voluntad, declarada con portentos innegables, como suele suceder; pero jamás deberá olvidar la soberbia humana que desprecia en ello el divino mandamiento, faltando a la más grave y transcendental de todas sus obligaciones.
Ni tampoco olvide que el precepto de Dios está infaliblemente sancionado con penas eternas, de las que ningún ser desobediente y rebelde a su Criador se librará. Y si tan procaz orgullo é independencia tiene lugar en hombre cristiano, iluminado por la revelación verdadera, entonces no sólo es rebelde a Dios, sino traidor, volteriano, apóstata de Cristo, como otro Judas. Ni otra cosa hace el apóstata de la verdad religiosa, sino volver a Cristo las espaldas y tornarse en adorador liviano de su mísera y voluble razón, rechazando, en forma satánica, la voluntad y ley de Dios que le prescribe y manda una religión determinada, verdadera; prohibiéndole así seguir cualquier otra a todas luces falsa. Hacer lo contrario no será jamás conforme a razón natural y sana. Será un puro renegar de Dios y adorarse a sí propio, tal cual prescribe y manda la proposición racionalista del Syllabus, que debe quedar aquí sólidamente refutada.