Rev. Bertrand Louis Conway
Un Dios indiferente ante la verdad o el error no sería acreedor al respeto de los hombres. Por eso, no es de extrañar que los indiferentes, después de haberse formado un concepto tan bajo de Dios, terminen por negar su existencia. El indiferentismo no es más que ateísmo disfrazado.
Decir que todas las religiones son iguales es un error. Dos proposiciones contradictorias no pueden ser verdaderas; si una lo es, la otra tiene que ser falsa. Ejemplos: hay un solo Dios; hay muchos dioses; Jesucristo es Dios: no lo es; Mahoma fue profeta; fue un impostor; Jesucristo no permitió el divorcio; lo permitió. Una de dos: o la primera proposición es verdadera, o la segunda; pero las dos verdaderas o las dos falsas, eso no puede ser.
Decir, pues, que todas las religiones son verdaderas o que sus diferencias no son esenciales, es negar la verdad objetiva al estilo de los pragmatistas. Si eso fuera cierto, el hombre debería cambiar de religión como cambia el corte del traje, según las modas o las circunstancias. Uno debería ser católico en Italia, luterano en Suecia, mahometano en Turquía, budista en China y sintoísta en Japón.
Decir, pues, que todas las religiones son verdaderas o que sus diferencias no son esenciales, es negar la verdad objetiva al estilo de los pragmatistas. Si eso fuera cierto, el hombre debería cambiar de religión como cambia el corte del traje, según las modas o las circunstancias. Uno debería ser católico en Italia, luterano en Suecia, mahometano en Turquía, budista en China y sintoísta en Japón.
Esta perniciosa doctrina está expresamente condenada por Jesucristo, que envió a sus apóstoles a predicar una doctrina definitiva: «...enseñándoles a cumplir todo lo que os he encargado» (Mateo, XXVIII, 20) y condenando al infierno a los que rehúsen aceptar las enseñanzas apostólicas (Marcos, XVI, 16). Predijo, además, que muchos tergiversarían su doctrina, pero los desenmascaró para siempre diciendo: «Guardaos de los falsos profetas que vienen vestidos con pieles de oveja, pero por dentro son lobos rapaces» (Mateo, VII, 15).