VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

EL ESPEJO DE LA CRUZ (VIII)


CAPITULO 7 - Cómo podamos y debamos amar útilmente a Cristo, siendo útiles al prójimo


En el tercer modo debemos amar a Dios útilmente; no porque podamos serle de utilidad a Él, sino por su amor y su mandamiento debemos ser útiles a nuestros prójimos. Por eso dice san Gregorio que ninguna cosa agrada tanto a Dios como el celo por las almas de sus prójimos. Y esto mostró Cristo preguntándole tres veces a san Pedro si lo amaba, y cada vez Pedro le respondió que sí; Cristo le dijo: “Pedro, si tú me amas apacienta mis ovejas”; como diciendo: Por el bien que me deseas, no es necesario que a mí me sirvas sino a mis fieles amigos, a los que tú pacerás y servirás, y así veré que me amas.


Y debemos saber que Cristo dijo tres veces “apacienta”, para dar a entender que debemos apacentar con doctrina a los fieles, unos a otros, con buenos ejemplos y en cuanto podamos, con ayudas temporales. Y en esas palabras se demuestra que Cristo considera hecho a su persona lo que de bueno y de malo hayamos hecho a sus fieles. Y esto lo mostró expresamente en el Evangelio, cuando dijo: “Lo que vosotros hagáis a uno de mis ministros, a mí me lo hacéis”. Y le dijo a san Pablo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Como diciendo: Yo considero que esta persecución que haces a mis fieles, como que a mí me la haces.


Por lo tanto, el hombre debe amar a Cristo útilmente: no porque podamos hacerle algo de utilidad, sino para ser útiles a nuestros prójimos, en cuanto podamos, por su amor; y especialmente en aquellas utilidades que Cristo nos hizo a nosotros cuando vino a iluminar, inflamar y rescatar, como hemos dicho. Por eso debemos iluminar a nuestros prójimos, aconsejándolos; inflamar, confortándolos; rescatar liberándolos de toda servidumbre del pecado; y si fuese necesario dar la vida por ellos, como Cristo hizo por nosotros.


Sin embargo, según dicen san Juan Evangelista y san Agustín, en primer lugar la caridad nace de una buena inspiración; se nutre de santas meditaciones; alcanza su gloria y llega a ser perfecta por una permanente y buena costumbre y por las obras perfectas; y cuando es perfecta está preparada para morir por el prójimo. Sin embargo, hoy hay pocos que sean así perfectos, más bien, como dice san Bernardo, se considera óptimo al que no es demasiado malo. Y dice san Gregorio: “Quien no da al prójimo algo de sus propios bienes, ¿cómo dará la vida por él?”.


Pero debemos entender que la caridad debe ser ordenada, es decir que no nos hagamos a nosotros un mal de culpa (un pecado) para ayudar a otros en su mal de pena (un sufrimiento), o por ayudarlo en otras cosas. Y por eso dice san Bernardo, reprendiendo a algunos presuntuosos que disimulan y cubren su ambición bajo apariencia de caridad: “Oh tú, presuntuoso, que eres imperfecto y lleno de vanidad, que te ensalzas por una pequeña alabanza y te turbas por cualquier pequeña adversidad, ¿cómo presumes tomar el cuidado de otros, si no tienes cuidado de ti mismo?. Primero predícate a ti mismo, y después serás útil a los demás con tu prédica; porque dice la Escritura: “Quien es malvado consigo mismo, ¿cómo podría ser bueno con los demás?”.


Y dice san Gregorio que hay muchos ambiciosos, deseosos de prelacías (puestos jerárquicos), que para disimular el aguijón de la conciencia dicen: si fuese obispo haría muchos puentes y hospitales; y razonan dentro de sí mismos, y dicen que por honor de Dios y utilidad de la Iglesia aceptan las jerarquías. Y después que son hechos prelados, se olvidan de lo que antes pensaban religiosamente, y se convierten en perros y lobos hambrientos sobre el pueblo de Dios. Y por eso hoy se puede considerar santo al prelado que, suponiendo que no distribuya de sus bienes, no quita ni roba los bienes ajenos. Contra semejantes pastores dice Dios por medio del profeta: “Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos”, es decir que no se ocupan de ser útiles y apacentar a sus súbditos, sino que se ocupan de llenar la bolsa.


Por lo tanto, nuestra caridad debe ser útil al prójimo por amor de Dios; según el ejemplo que nos dio Cristo y dijo: “Yo soy el buen pastor, y entrego mi alma, es decir mi vida por mis ovejitas”.


Y san Pablo decía a sus discípulos: “Gustosamente daré lo que tengo, y hasta a mí mismo, por vuestra salvación”. También decía: “No busco vuestras cosas, sino a vosotros”, es decir vuestra fe, porque busco convertiros a Dios. Y como ya se dijo antes, por celo de la salvación de los Judíos, deseaba ser apartado de Cristo; y por eso debemos ser útiles al prójimo con nuestro saber, querer y poder: es decir amándolo, aconsejándolo y ayudándolo, en cuanto podamos, para bien del alma y del cuerpo.


También debemos saber que estamos obligados a amar más nuestra alma que la de los otros, pero más el alma de los demás que nuestro propio cuerpo, y más el cuerpo de los otros que las cosas nuestras. Brevemente: según el orden de la caridad debemos amar al prójimo tanto cuanto es mejor y más útil a la Iglesia de Dios; y debemos amar más al buen extraño que al pariente malo. Y dice san Agustín: “Quien ama a los hombres debe amarlos o porque son buenos, o para que se hagan buenos”. Y dice también: “Quien no se ama a sí mismo ¿cómo puede amar al prójimo”, es decir según el amor de Dios?


Pero hoy ha llegado el tiempo del cual profetizó san Pablo diciendo: “Vendrán tiempos peligrosos, y los hombres serán amadores de sí mismos y no de Dios”. Por eso vemos que tanto se ama el hombre a sí mismo con desordenado amor, que para lograr utilidad para sí mismo querría ver peligrar el cielo y la tierra. Por lo tanto, como san Pablo dice: “Seamos auxiliares y colaboradores de Dios”, procurando la salvación y toda santa utilidad para nuestros prójimos. Y si bien puede realizarla sin nosotros, no es menos cierto que por su bondad, para darnos ocasión de merecer, nos manda y ruega que la procuremos junto con Él.


Por lo tanto, nadie se gloríe del bien que hace, ya que no es por necesidad propia que Dios busca nuestro servicio, sino para darnos materia para merecer, y darnos la gloria y dignidad de que seamos sus colaboradores. De esto dice san Juan Crisóstomo: “No hizo Dios al rico para utilidad del pobre, porque Él, si quería podía al instante enriquecerlo; sino que hizo al pobre para utilidad del rico, a fin de que haciendo a otro un poco de bien, se pudiera salvar por la obra de misericordia”. Y así podemos decir de los predicadores y de toda persona que hace algo útil para el prójimo, que pudiendo Dios hacerlo por sí mismo, se lo ha encomendado a ellos para hacerlos merecer.

Continuará...