"Aunque un Decio cause con sus violencias una vacante de cuatro años en la silla de Roma, aunque se levanten antipapas, sostenidos unos por el pueblo y otros por la política del Príncipe, aunque un prolongado cisma haga dudosa la legitimidad de los Pontífices, el Espíritu Santo permitirá que transcurra la prueba, fortificará mientras ésta dure la fe de sus fieles; más, por fin, llegado el momento, dará a conocer a su elegido y toda la Iglesia le recibirá con aclamaciones de alegría. Para comprender lo admirable de esta acción sobrenatural, no basta con reconocer los resultados exteriores que produce en la historia; hay que proseguir su estudio en lo que tiene de más íntimo y misterioso. La unidad de la Iglesia no es semejante a la unidad impuesta por los conquistadores en los países sometidos a su yugo, donde se pagan los tributos a la fuerza. LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA GUARDAN LA UNIDAD EN LA FE Y EN LA SUMISIÓN, PORQUE ACEPTAN CON AMOR EL YUGO IMPUESTO A SU LIBERTAD Y A SU RAZÓN. ¿Pero quién cautiva así al orgullo humano bajo una tal obediencia? ¿Quién logra hacer encontrar la alegría y contento hollando toda pretensión personal? ¿Quién predispone al hombre a poner toda su seguridad y felicidad en dejar de existir como individuo en esta unidad absoluta y esto en cuestiones en que el capricho humano ha gustado tener rienda suelta en todos los tiempos? ¿No es el Espíritu divino quien obra este milagro múltiple y constante, quien anima y armoniza este vasto conjunto y quien, sin violencia, guarda unidos en un mismo concierto los millones de corazones y de espíritus que forman la Esposa "única" del Hijo de Dios?
En los días de su vida mortal, Jesús pide para nosotros la unidad al Padre celestial. "Que sean uno como lo somos nosotros'", dijo. El la prepara, llamándonos a ser sus miembros; mas para obrar esta unión, envía a los hombres su Espíritu, este Espíritu que es el lazo eterno de unión entre el Padre y el Hijo y que se digna descender hasta nosotros, para realizar esta unión inefable que tiene su ejemplar en el mismo Dios. Gracias, pues, te sean dadas, Espíritu divino, que, habitando en la Iglesia de Jesús, nos inclinas misericordiosamente hacia la unidad, que nos la haces amar y nos dispones a sufrirlo todo antes que romperla. Fortifícala en nosotros y no permitas que ni el más ligero asomo de insumisión la altere jamás. Eres el alma de la Iglesia, gobiérnanos como miembros siempre dóciles a tus inspiraciones; pues estamos seguros de que no podremos llegar a Jesús, que te ha enviado, sino pertenecemos a la Iglesia, su Esposa y nuestra Madre, a esta Iglesia que Él rescató con su sangre y que se te confió para formarla y regirla.
DOM PRÓSPERO GUERANGER OSB, El año litúrgico, El tiempo pascual, vol. III
Página 608-610
http://www.traditio-op.org/Liturgica_Rito_Latino/El%20A%C3%B1o%20Lit%C3%BArgico%20III,%20Tiempo%20Pascual.%20Dom%20Prosper%20Gu%C3%A9ranger%20O.S.B.pdf
AUDIO:
https://youtu.be/H04LGHdIOtg