CAPITULO 5 - Debemos ser atraídos a amar a Cristo de modos y grados semejantes.
La cuarta condición del amor de Cristo fue la de ser fuerte, perseverante e invencible. Por eso dice san Agustín: Cristo, por amor a nosotros, no temió a los Judíos armados, feroces e injustos, ni a los crueles ministros, ni la corona de espinas, ni la vergüenza de ser escupido y desnudado. No temió ni la amargura del brebaje, ni la burla, ni la cruz, ni la lanza, ni la condena ni la muerte injusta.
El amor del mundo se apaga o por la ingratitud del amado, o por mucha aflicción, daño o vergüenza de quien ama. Por eso vemos que si se ama o se sirve a alguien que no reconoce el servicio hecho a él, y se burlase, el hombre se turba y se escandaliza y se le despierta el odio contra aquél que antes había amado y amaba. Además, si sirviendo al amigo el hombre se encuentra en perjuicio o vergüenza, o en otro peligro, deja el hombre de servir y dice que no quiere tan alto costo por su amistad. Pero el amor de Cristo fue tan fuerte que no se rompió ni se apagó ni por su sufrimiento ni por nuestra ingratitud.
Y de esto dice san Bernardo: ¡Oh intercesor, oh cordero benigno, tu serás inmolado y crucificado por los hombres, que no se preocupan y que te han abandonado y dejado solo!. No te siguió Pedro, quien decía que estaba preparado para morir contigo; no te siguió Tomás que decía a los Apóstoles: vayamos y muramos con Él. Tu predilecto Juan huyó y dejó el manto (con que se cubría) por miedo. Todos huyeron, y Tú permaneciste solo, cordero entre lobos, inocente entre pecadores y enemigos mortales.
Grande fue la fortaleza de Cristo en el amor; puesto que sabía que Judas debía traicionarlo y lo hizo su apóstol, y lo alimentó y lo llamó su amigo, siendo que lo traicionó y vino con la multitud para capturarlo.
De esta venta que Judas hizo de Cristo, dice un santo: Consideremos por quién fue vendido, y por qué, y por cuánto, y cómo, y a quién fue vendido quien no tenía precio, aquél que no se puede vender ni tasar. El maestro fue vendido por el discípulo, el señor por el siervo, el padre por el hijo, por treinta denarios. ¡Cómo ha sido envilecido el que tanto vale! ¡Cómo ha sido envilecido el que tiene tanto amor por nosotros! ¡Cómo ha sido vendido a traición con el beso, bajo apariencia de amistad! ¡Ha sido vendido para rescatarnos de la muerte eterna, ha sido vendido por avaricia, ha sido vendido porque predicaba la justicia. Fue vendido el cordero a los lobos, el justo a los inicuos! ¡Qué mercaderes tan crueles! ¡Qué valiosa la mercancía! Grande fue el amor de Cristo y su fortaleza viéndose tratar así, y estar siempre ferviente al amar, devolviendo bien por mal.
Por eso, cuando llegó la multitud dijo: ¿qué buscáis vosotros? Buscamos a Jesús el Nazareno. Si me buscáis a mí, dejad a mis apóstoles. Y cuando los Apóstoles lo abandonaron, Cristo se preocupaba por cada uno de ellos.
De las otras vergüenzas, dolores y penas que deberían haber quebrado y apagado su amor, y de cómo en todo fue fuerte, hablaremos en su momento. Acerca de la fortaleza del amor de Cristo dice san Bernardo: ¡Oh amor fuerte! Los Judíos gritan: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!; y Cristo grita: Padre, perdona.
De esta caridad tan fuerte se dice en el Cantar: Las muchas aguas no pudieron apagar la caridad. Las muchas aguas son las grandes tribulaciones, que no pudieron apagar la caridad de Cristo; ya que en sus fatigas, vergüenzas y penas, por nuestra malicia y gran ingratitud no dejó de amarnos ni de morir por nosotros. Por lo tanto podemos decir que la caridad de Cristo fue alta y profunda, ancha y larga, como dice el Apóstol Pablo.
Tan alta fue, que ningún intelecto puede comprenderla. Por eso se llama “exceso y locura”, ya que cuando Cristo se transfiguró, dice el Evangelio que aparecieron Moisés y Elías con Él, y hablaban del exceso que Él debía hacer en Jerusalén, es decir el excesivo amor que debía mostrar muriendo en la Cruz. Y es llamado exceso porque excede toda altura de intelecto angélico y humano.
Fue profunda, ya que Dios se humilló a tanta bajeza al tomar carne mísera y morir con tanta pena y vergüenza. Dice de esto san León Papa: Quedando a salvo lo propio de la divina y humana substancia, la majestad divina se humilla, la fortaleza se debilita y el inmortal se convirtió en hombre mortal, y fue hombre unido a Dios en una sola persona. Y si no fuese verdadero Dios no nos hubiera dado remedio, y si no fuese verdadero hombre no nos habría dado ejemplo.
De esta humildad dice san Pablo: Dios se anonadó a sí mismo tomando forma de siervo, y fue obediente hasta la muerte oprobiosa de la cruz. Por lo tanto es profunda por la profunda humildad. Maravillándose de ella dice san Agustín: Dios vino al hombre por caridad, es decir en la Virgen María, y se hizo hombre. Y también san Bernardo dice: Cuanto más pequeño se hizo por humildad, tanto más grande se mostró en caridad, y cuanto por mí más vil se hizo, tanto más es amado por mí. Por eso grita y dice: ¡Oh humilde y sublime!; ¡oh altísimo y bajísimo!; ¡oh oprobio del mundo y gloria de los ángeles!. Ninguno más alto, y ninguno más despreciado y bajo. Humíllate y despréciate, oh hombre, a ejemplo de Cristo. El Señor del cielo, Rey de Reyes, fue vendido a muy vil precio a muy vil gente, crucificado como muy vil ladrón, y como loco, desnudado, despojado y escarnecido, y echado y menospreciado como inmundo y leproso. Y cuanto más vil te hagas por su amor, tanto más amado serás por Él.
Fue inmensa, para amar universalmente a todas las naciones y morir, cuanto en Él estuvo, por la redención de todos los hombres; aunque muchos por su propia culpa pierdan este bien eterno y se convierta para ellos en ruina. Fue inmensa, para amar a sus enemigos, y a aquellos que lo crucificaron, por los cuales rogó y lloró. Y en signo de inmensidad de amor quiso tener su costado abierto (por la lanza). Por eso dice san Bernardo: Por la herida y apertura del costado Cristo nos muestra su inmensa y gran caridad. Además por las manos perforadas nos muestra su gran generosidad. Y agrega san Bernardo: El clavo ha sido para mí llave para abrir y ver la generosidad de la caridad de Dios, que con todo su ser me ha rescatado totalmente.
La sangre de Cristo fue el precio (de nuestro rescate); por eso, para mostrar que pagaba este precio voluntariamente, quiso que se abriese la bolsa de su cuerpo por todos lados, donde ese precio estaba guardado. Por eso en el Salmo hablando con Dios Padre dijo: “Tú rompiste mi bolsa”, es decir el cuerpo, para que saliera abundantemente el precio de su sangre.
Y por eso dice san Bernardo: “Abundante y generoso es entregándose, pues ha dado su carne como alimento y su sangre como bebida, la vida como precio, las heridas como remedio, extendió sus brazos como refugio, la cruz como escudo, el corazón abierto en señal de amor, el agua para lavarnos, el sudor como medicina, los clavos y la corona de espinas como ornamento, las palabras como enseñanza, toda su vida y su muerte como ejemplo, las vestimentas a los que lo crucificaron, al discípulo la madre, al ladrón el paraíso, de modo que todo lo entregó y lo dio en abundancia”.
Fue dilatada desde el día que nació hasta la muerte, de modo que toda su vida fue cruz y fatiga. Fue dilatada por la perseverancia, puesto aunque muchos le dijeran: “Desciende de la cruz”, no descendió, antes bien perseveró obrando nuestra salvación. Del largo sufrimiento de Cristo dice san Bernardo: “Miro y vuelvo a mirar, oh buen Jesús, tu vida, y siempre la encuentro en la cruz, para poder mostrar la caridad alta y profunda, larga y ancha”.
Sufrió una pena alta, es decir que sobrepasaba a todo otro dolor; profunda, respecto a la confusión y la vergüenza; larga y ancha, en cuanto al tiempo; ya que desde el día que nació hasta la muerte, estuvo en dolor y pena; en cuanto al modo, porque desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza fue atormentado, tal como dijo y profetizó el profeta Isaías.
Continuará...