ROMA (Crónica especial para Agencia Fiel). Mientras más tiempo pasa uno en las cercanías del Vaticano, más problemático y comprensible le parece que algún día pueda ser elevado al solio de San Pedro un prelado no italiano. Desde el año 1500 todos los Papas han sido italianos. Eugenio Pacelli, Pio XII, ha sido, sin duda, uno de los Papas más grandes desde la época de San Pedro. Su dominio de los idiomas (a los ochenta y un años decidió agregar el ruso a la lista de idiomas que conocía): español, portugués, inglés, francés, alemán, italiano y latín, su comprensión de las cuestiones internacionales, el respeto que le guardaron católicos y no católicos por igual, y, sobre todo, su estela de santidad, le convirtieron en un hombre prácticamente indispensable.
Pio XII ha escrito y hablado eruditamente sobre un número de temas mayor que cualquier otro individuo de nuestra época.
Pio XII escribía sus discursos y encíclicas manualmente y, en general, lo hacía en el idioma en que iba a pronunciarlos. Contaba con la ayuda de dos eruditos jesuítas que eran sus ayudantes en cuestiones de investigación. Algunas ve ces escribía el primer borrador de su conferencia en latín y después hacía las correcciones necesarias de la traducción.
El texto general era frecuentemente escrito a máquina por el mismo Papa, en una portátil de color blanco que tenía en su oficina del Vaticano. A menudo se concentraba de tal forma en su trabajo que sus colaboradores lo encontraban con la máquina sobre las piernas en lugar de sobre la mesa. Pío XII era un excelente mecanógrafo.
Las tareas de Pio XII eran gigantescas y agotadoras, pero Su Santidad estaba preparado para ello desde su juventud. Un indicio de cómo el Sumo Pontífice desempeñaba su máxima jerarquía puede deducirse por la forma en que contestaba al teléfono privado de su despacho. Si la persona que llamaba preguntaba: «¿Quién es?», el Papa respondía simplemente: «Yo.» Tanto para los romanos como para otros muchos era difícil creer que cualquier otra persona pudiera responder con idéntica humildad.
BOB CONSIDINI. «Alerta», 10-X-58, 10.
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