8 de marzo del Año del Señor
SAN JUAN DE DIOS
(✝︎ 1550 a.D),
(✝︎ 1550 a.D),
Confesor
Bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán la tierra.
—Mateo 5, 14
Este santo tenía más avidez de humillación y de menosprecio que la que tienen los hombres mundanos de honores y distinciones. Un día, una mujer lo colmó de injurias y lo trató de hipócrita, y él, secretamente, dióle dinero, comprometiéndola a repetir lo dicho en la plaza pública. El arzobispo de Granada le reprochó, porque recibía en el hospital que administraba, a vagabundos y a personas poco recomendables, arrojóse el santo a los pies del prelado diciéndole: "No conozco en el hospital a otro pecador fuera de mí mismo, que soy indigno de comer el pan de los pobres". Otro día corrió en todas direcciones sacando enfermos del hospital, que estaba en llamas, y salió al cabo de una media hora sin la menor quemadura. De rodillas exhaló su último suspiro, abrazando a Jesús crucificado, cuya abnegación, mansedumbre y humildad tan bien había imitado.
ORACIÓN
Oh Dios, que después de haber abrasado con vuestro amor al bienaventurado Juan, lo hicisteis andar sano y salvo en medio de las llamas y por su intermedio enriquecisteis a vuestra Iglesia con una nueva familia, haced, en consideración a sus méritos, que el fuego de su caridad nos purifique de nuestras manchas y nos eleve hasta la eternidad bienaventurada. Por J. C. N. S. Amén.
MEDITACIÓN
SOBRE LA MANSEDUMBRE
I. Practica la mansedumbre, ahoga con esmero los movimientos incipientes de la cólera; ¿qué ganas con satisfacer esta violenta pasión, que turba tu entendimiento, y que atormenta a sus servidores y amigos? Acuérdate de la mansedumbre de Jesucristo. ¡Qué alegría experimentarás por haber reprimido este arranque! ¡Qué recompensa recibirás si te vences a ti mismo! “Los que triunfan de sí mismos hacen violencia al cielo.” (San Cipriano).
II. Practica la suavidad, soportando el mal humor y las imperfecciones del prójimo. Quieres que te soporten tus defectos, es muy razonable que uses de igual indulgencia para con los demás. Ese carácter molesto que reprochas en tu hermano es un defecto de la naturaleza; acaso ella te trató a ti peor todavía, y te hizo más desagradable para el prójimo. Examina tus defectos, y soportarás fácilmente los de los demás.
III. Practica la mansedumbre soportando que se te menosprecie. ¿Quién eres tú, en definitiva, para que tanto te cueste soportar desprecios? Tu nada y tus pecados muy merecido tienen este trato. Si te los conociesen dirían mucho más. ¿y qué mal pueden hacerte ante Dios las palabras que te digan? Más aún, ¿qué corona no merecerías si las sufrieses con paciencia? Si fueses verdaderamente humilde, nada te costaría sufrir el desprecio y los malos tratos. “La humildad suaviza todas las tribulaciones.” (San Eusebio).
*Muy cierto, hermanos míos. La realidad es que todos tenemos la piel muy fina, y no soportamos que se nos critique y nos menosprecie, reaccionando de manera desproporcionada y dejándonos llevar por la cólera. Sin embargo, no olvidemos que "todo hombre ha de estar pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios". (Santiago 1, 20). Por tanto, a partir de ahora, cuando se hable mal de nosotros, humillémonos y aceptemos que Dios lo permite para que nuestro insoportable orgullo y amor propio sean rebajados. No queramos contestar a nuestros calumniadores, sino que dejémosles que sigan ladrando, pidiendo a Dios que les perdone y no les impute ese pecado. Si consideramos las veces que nosotros hemos sido injustos y desagradecidos con nuestro prójimo, y lo paciente que ha sido Dios con nosotros, pues no nos ha castigado al instante como sin duda merecían nuestros pecados, entonces ya no querremos vengarnos cada vez que oigamos hablar mal de nuestras personas, sino que lo aguantaremos todo con santa paciencia y resignación, a imitación del Ecce Homo, el Varón de Dolores, el cual no abrió la boca cual inocente cordero llevado al matadero, mientras le colmaban de los más crueles oprobios y tormentos, soportándolo todo por amor a nuestras pobres almas. ¡Que el bendito San Juan de Dios nos obtenga ese gusto por las humillaciones que tan necesarias son para hacernos pequeños como niños y poder así merecer el Cielo!
Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. - Tomo I, Patron Saints Index.
*Comentario de Un discípulo amado de N.S.J.C.