Cardenal Joseph Hergenröther
Efectos de las herejías
Ocurrió con estos combates lo que ocurre con las luchas que agitan el corazón de cada individuo, donde los contrastes son tan frecuentes: tuvieron muy diversas consecuencias. Instruyeron a millares de personas extraviadas, fortalecieron a los ánimos vacilantes, fortificaron a los corazones probados, y purificaron la virtud por medio del sufrimiento. La Iglesia ganó en sus miembros así como en la totalidad de su cuerpo.
Porque mientras la herejía, en sus innumerables ramificaciones, combatía a la doctrina católica, contribuía a librarla de toda aleación impura y hacía brillar la verdad con más vivos resplandores. El poseedor de una finca no piensa formalmente en sus títulos, ni trata de hacerlos valer, sino cuando se le disputa su derecho. Entonces es solamente cuando sale de su modesto retraimiento y despliega todos sus recursos.
De la misma suerte, así como las persecuciones promovidas por judíos y paganos habían acrecentado el poder de la Iglesia, y concurrido a su engrandecimiento y propagación, así también los asaltos de la herejía contribuyeron al desenvolvimiento de su doctrina y a darle más claridad, suministrando a sus adeptos la ocasión de penetrar más adentro en la naturaleza de los dogmas, de alcanzar mejor su plenitud, su verdad, su profundidad y sublimidad. Y así es como la Iglesia ha encontrado su apología en la historia misma de las herejías: su patología ha esclarecido a su fisiología. Los Padres miraban a las herejías como enfermedades, como sufrimientos y pruebas. Así como el organismo del cuerpo, después de una dolencia física, se levanta y reanima con nuevo vigor, el cuerpo de la Iglesia, los miembros de Jesucristo se fortifican y rejuvenecen por medio de sus victorias sobre las enfermedades del espíritu y con el triunfo que obtiene sobre las falsas doctrinas.
Al mismo tiempo se observa un acrecentamiento de dentro afuera; la doctrina, bajo los ataques de sus enemigos, toma una forma más concisa, y para todos se hace visible que nada puede resistir a Dios, que su providencia sabe sacar el bien del mal, y esto de un modo tanto más convincente cuanto más fuerte y duradero haya sido el ataque.
Como se ve, cada fenómeno de la historia, hasta las manifestaciones más funestas y violentas del mal, concurren a los fines del orden universal establecido por el Criador; todo contribuye al bien de los amigos de Dios y a la salvación de la Iglesia, su esposa.
Las sabias especulaciones de un Atanasio y de un Agustín fueron suscitadas por Arrio y Pelagio; y si comparamos entre sí los diferentes grupos de herejías, veremos que lo que pertenece en particular a cada una de ellas, lo que la distingue de las demás, no ha dejado de ser objeto de las condenaciones. de la Iglesia católica, mientras que las refutaciones hechas por otros herejes comprueban la verdad del Catolicismo. Así, cuando el arrianismo combate al sabelianismo, rinde homenaje a la Iglesia católica; cuando el monofisismo destruye al arrianismo, venga a la Iglesia, contra la cual se rebelaba Arrio; cuando el racionalismo moderno muestra la inconsistencia de las herejías que le han precedido, sirve a la Iglesia que las ha condenado.
Las doctrinas exclusivas se destruyen unas a otras, y la Iglesia, manteniéndose entre ambos extremos, marcha por el camino real de la verdad, por los senderos de su tradición santa, firmemente unida a la antigüedad, a la universalidad y unanimidad, y adelantándose de la fe a la inteligencia.
El cisma contribuye también a estas ventajas parciales de la herejía; él también provoca cuestiones que necesitan un examen, un desenvolvimiento más profundo de la doctrina de la Iglesia, porque, intentando justificarse, se precipita en errores dogmáticos.
Cardenal Joseph Hergenröther
HISTORIA DE LA IGLESIA
TOMO II
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