Reverendo Fray Pedro Gual
Las dos Potestades
1852
S.S. Gregorio XVI
Mirari Vos
15 de agosto de 1832
Mirari Vos
15 de agosto de 1832
Una especie de tolerancia se llama filosófica, que en el lenguaje de los incrédulos consiste en mirar con indiferencia a todas las religiones. Esta tolerancia conduce al ateísmo, o es un ateísmo práctico; y de ella no tratamos aquí.
Otra tolerancia se apellida teológica, y es la de los latitudinarios y algunos protestantes, que se reduce à juzgar por buenas todas las religiones del corazón, aunque sean contradictorias.
Hay también la tolerancia eclesiástica, muy semejante a la anterior, que pretende que la Iglesia deba tolerar todas las religiones heterodoxas con los delitos, ataques y atentados que estas le dirijan.
Estas dos últimas especies de tolerancia están formalmente condenadas por el Evangelio y por la Iglesia, porque son el indiferentismo proclamado en nuestros últimos días por la filosofía y la herejía.
De ellas habla el soberano pontífice Gregorio XVI en estos términos:
«Ahora tenemos que buscar otra causa de los males de que con dolor vemos afligida hoy a la Iglesia. Hablamos del indiferentismo, es decir, de ese sistema depravado que por la astucia de los malos trata de penetrar en todas partes, y enseña que la salvación eterna puede conseguirse en todas las creencias religiosas, con tal que las costumbres sean buenas y la conducta honrada. Pero fácil os es, venerables hermanos, en una cuestión en que tan notoria y evidente es la verdad ahuyentar este error pernicioso de los pueblos encomendados a vuestro cuidado.
Todo cuando el Apóstol nos declara que no hay más que un Dios, una fe, un bautismo, deben temblar los que osan defender que toda religión puede abrir las puertas de la eterna bienaventuranza.
Sepan que por testimonio del mismo Salvador el que no está con Jesucristo está contra él, el que no recoge con él, esparce, y que sin duda ninguna perecerán eternamente los que no se adhieran a la fe católica o no la conserven íntegra y pura.
Oigan a S. Jerónimo, el cual en un tiempo en que la Iglesia estaba dividida por el cisma, respondía invariablemente a todos los que querían atraerle a su partido: Yo estoy con todo el que se mantiene unido a la cátedra de Pedro (Ep. 58). Nadie confíe en que ha sido regenerado en el bautismo como los verdaderos fieles, porque S. Agustín le respondería muy bien: El sarmiento conserva su figura primitiva aun cuando está separado de la vid; pero ¿de qué le sirve esa figura si no se nutre ya de la sávia del tronco?
De este manantial impuro del indiferentismo ha salido ese otro error insensato, o mas bien ese increíble delirio, que da a cada uno el derecho de reclamar la libertad de conciencia. Y esta perniciosa aberración es fomentada además por la absoluta y desmedida libertad de las opiniones, que por todas partes introduce la desolación en la Iglesia y el Estado con aplauso de muchos que osan sentar que de ahí resulta algún beneficio para la religión. Mas como dice S. Agustín, ¿Qué peste mas mortífera para el alma que la libertad del error? Porque una vez rotos los frenos que contienen a los hombres en el camino de la verdad, siendo inclinada de suyo su naturaleza a precipitarse en el mal, puede decirse que se abre entonces aquel pozo del abismo (Apoc. IX, 3), de donde vió S. Juan salir un humo que oscureció el sol, y del centro del cual salían langostas para talar la tierra.
Porque de ahí nacen los errores del entendimiento, la corrupción siempre creciente de la juventud, el desprecio de los pueblos a todo lo mas sagrado que hay en las instituciones y las leyes, en una palabra la plaga mas terrible de la sociedad...