Como su predecesor Pío VI, nació también él en Cesena, el 14 de agosto de 1742, hijo del conde Escipión Chiaramonti y de Juana Glicini. Monje benedictino desde 1758, fue nombrado obispo de Tívoli en 1782, luego obispo de Imola, y creado cardenal en 1785.
Al morir Pio VI, prisionero en Francia, el conclave no pudo reunirse sino hasta el 1 de diciembre de 1799, en Venecia, y duró más de cinco meses. Inmediatamente después de su coronación en Venecia, a pesar de la proposición del cardenal Hersan de trasladarse a Viena, Pío VII quiso ir a Roma, donde entró el 3 de julio de 1800 entre las aclamaciones del pueblo. Cuando ya había recobrado casi todo el Estado pontificio, las Legaciones cayeron nuevamente en poder de los franceses y Benevento en manos de los napolitanos.
Su primer pensamiento fue reparar los daños que los desórdenes de la república romana habían provocado en sus Estados, atender a las necesidades más urgentes del pueblo y reformar las costumbres. Con una inteligente economía restauró la hacienda del Estado; rescató los bienes eclesiásticos y las obras de arte robadas por los invasores, y restauró los monumentos antiguos caídos en ruína.
Poco antes, Napoleón, que había ido de victoria en victoria, después de haber disuelto en París el Consejo de los 500, se hizo elegir Cónsul de la República, y pensando en la paz de Francia creyó necesario restablecer la religión; se llegó, pues, al concordato de 1801, que después de muchas dificultades fue firmado por el cardenal Consalvi. Pero si fue difícil la confección del concordato, más escabrosa fue su aplicación, por la hostilidad de los obispos constitucionales y por la mala fe de Napoleón, quien, a pesar de las protestas del papa, le añadió los famosos 77 artículos orgánicos que desvirtuaban su contenido.
En 1803 se estipuló otro concordato con la República Cisalpina.
El 8 de mayo de 1804 el Senado francés proclamaba emperador a Napoleón, el cual quiso que Pío VII fuese a París para la coronación. A pesar de la oposición de los cardenales, Pio VII, pensando obtener algo en beneficio de la Iglesia, aceptó la invitación; mas previniendo el caso de que no le dejaran salir más de París, dejó en manos del cardenal Consalvi una acta de abdicación. En Francia fue acogido con todos los honores, y el 2 de diciembre de 1804 consagraba en Notre Dame a Napoleón; pero no le coronó, ya que éste cogió la corona imperial del altar y se la impuso a sí mismo y a la emperatriz Josefina.
Poco pudo obtener el papa del nuevo emperador, y el 4 de abril de 1805, sumamente amargado, entró nuevamente en Roma después de haber rechazado enérgicamente la presión que le hicieron para que instalara la sede en París.
En 1807 se negó a adherirse al bloque continental contra Inglaterra, declarando que su cualidad de Pastor universal le imponía la neutralidad. Napoleón entonces hizo ocupar Roma por el general Miollis, y el 17 de mayo de 1809, por un decreto fechado en Viena, incorporó los Estados Pontificios al imperio. Pio VII respondió lanzando la excomunión contra Napoleón y contra los que habían participado en la expoliación de la Santa Sede. Inmediatamente el general Radet le hizo detener, junto con el cardenal Pacca, siendo llevado a Génova y luego a Savona, mientras el cardenal Pacca era encerrado en Fenestrelle; los demás cardenales, excepto los más viejos y enfermos, fueron obligados a trasladarse a París. Durante tres años Pío VII permaneció aislado de todos en Savona, impedido de escribir y de hablar, y bajo una severa custodia. Pero los sufrimientos no debilitaron el ánimo del Pontífice. Por orden del emperador (que en 1811 había hecho reunir un concilio nacional de Paris, que no pudo satisfacer sus deseos) Pío VII fue trasladado de Savona a Fontainebleau, donde llegó extenuado el 20 de junio de 1812. También aquí le tuvieron aislado de sus personas más fieles, permitiendo el acceso solamente a los prelados adictos al emperador, hasta que, habiendo regresado Napoleón de la desastrosa campaña de Rusia, éste le obligó a firmar el proyecto de un nuevo concordato, que el emperador hizo aprobar en seguida como definitivo por el Senado.
Apenas pudo comunicar con sus cardenales, especialmente con su fiel cardenal Pacca, Pío VII revocó las concesiones que había hecho, y se negó a reconocer el segundo matrimonio de Napoleón y a los obispos nombrados por el emperador. Los acontecimientos de 1814 le salvaron de la cólera del emperador, que le había mandado nuevamente a Savona, y pudo volver a Roma el 22 de mayo, cuando Napoleón desembarcaba en la isla de Elba. Expulsado de nuevo por la invasión de Murat (1815), entró triunfalmente en su capital después de los Cien días.
El Congreso de Viena le reconoció la posesión de sus Estados, excepto Aviñón y algunos territorios cedidos a Austria.
Secundado por el cardenal Consalvi, Pio VII pudo desde entonces gobernar con tranquilidad. Restableció la orden de los Jesuítas (1816) y concluyó acuerdos con España, Cerdeña, Baviera, las Dos Sicilias, Pru y las Provincias renanas (1817-1821).
Después de la caída de Napoleón, quiso interceder cerca de las cortes de Europa a favor del prisionero de Santa Elena; acogió en Roma a su familia y se abstuvo siempre de cualquier represalia.
Excomulgó con una bula a los Carbonari y demás sociedades secretas (Ecclesiam a Jesu Christo).
Murió de una caída, el 20 de agosto de 1823.
Torwaldsen puso, con justicia, en el monumento erigido a Pio VII, a los dos lados de la estatua del Pontífice, los dos símbolos de la fuerza y la prudencia, las virtudes características de Pio VII.
Los Papas, desde San Pedro hasta Pío XII
Giuseppe Arienti
Con Licencia Eclesiástica 1945
Condena de la sociedad de los Carbonarios