Como si no existiese el Breve del Papa, Napoleón hizo promulgar el nuevo Concordato como ley del Estado obligatoria bajo severas penas; el 5 de Abril mandó despojar de sus insignias y deportar al cardenal di Pietro, cuya primera conversación con Pío VII parecía haber sido el golpe decisivo, revocar de Fontainebleau a los Cardenales franceses, prohibir a los otros la correspondencia dentro de Francia é Italia y vigilar aun más estrictamente al Papa.
De haber puesto en libertad los Cardenales todos se arrepentía Napoleón hacía tiempo; pero de continuar sus actos de violencias le arredraba el respeto a la opinión pública y la guerra en Alemania; también quería hacer creer a los católicos franceses que sostenía ahora las mejores relaciones con el Papa, Cuando María Luisa dió parte a Pío VII de la victoria de Luetzen (2 de Mayo de 1813), éste contestó de intento con gran frialdad y precaución, repitiendo sus quejas por el tratamiento del jefe de la Iglesia y de los Cardenales (8 de Mayo), lo cual impidió que se publicara la correspondencia, según Napoleón lo había deseado.
El 9 de Mayo el Padre Santo comunicó a los Cardenales otra alocución escrita, en la cual refería los citados sucesos, protestaba contra ellos, y a fin de evitar un cisma, declaraba inválida toda institución conferida por un metropolitano, intrusos a los así instituidos, y cismáticos a los que los consagrasen, reo de los castigos previstos en los cánones.
Al mismo tiempo los Cardenales trabajaban en una Bula sobre el futuro Cónclave por si el Papa muriese antes de cambiar la situación, y Pío VII la copió con su propia mano. Temíase lo más grave: lúgubres en extremo eran los días de Fontainebleau.
Pacca, p. 341-345. La carta del Papa del 8 y su alocución del 9 de Mayo ib. p 345-354. Doc. n. IV p. 501. Roscov., II p. 80 n. 294.