La familia de los condes Tusculanos, descendientes del patricio romano Alberico, duque de Espoleto, y de la célebre Marozia, se atrevió a declarar hereditario en la familia el derecho al pontificado; logró por medios venales la elección de Teofilacto, hijo del cónsul Alberico, y le escogió el nombre de Benedicto IX (1033). ¡Teofilacto tenía entonces poco más de doce años! Esta aberración no puede explicarse sino por la nefasta corrupción de aquel tiempo.
El joven papa no tardó en mostrarse indigno de la altísima dignidad.
Con él, desdichadamente, la simonía y el concubinato de los clérigos llegó al extremo; empezaban para el papado los más terribles días de prueba.
En junio de 1036 los Crescencios, favoreciendo un motín popular, echaron a Benedicto de Roma; pero Conrado, que quería un pontífice adicto a sus deseos, lo condujo nuevamente a su sede (1038).
Fue expulsado de nuevo en 1044, y elegido Juan, obispo de Sabina, antipapa con el nombre de Silvestre III.
Benedicto regresó por la fuerza y con el apoyo de los Tusculanos, pero después, convencido de que era odiado, se dejó persuadir por dinero a abdicar, retirándose en Túsculo.
En 1046 fue excomulgado por el concilio de Sutri, y en 1047 pretendió nuevamente el pontificado; más la intervención de Enrique III le obligó a ceder el lugar a Dámaso II y a retirarse en el monasterio de Grottaferrata donde murió.
Los Papas, desde San Pedro hasta Pío XII
Giuseppe Arienti
Con Licencia Eclesiástica 1945