VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

DOCTRINAS PERVERSAS


S.S.Pío VIII
TRADITI HUMILITATI 
DOCTRINAS PERVERSAS 
FILOSOFISMO, INDIFERENTISMO, SOCIEDADES BÍBLICAS, MASONERÍA, SOCIEDADES SECRETAS


A nuestros venerables hermanos, Patriarcas, Primados, Arzobispos y Obispos.

Venerables Hermanos, Saludo y Bendición Apostólica.

Según la costumbre de nuestros antepasados, Nos disponemos a asumir nuestro pontificado en la iglesia de Letrán. Este oficio nos ha sido concedido, aunque seamos humildes e indignos. Abrimos con alegría nuestro corazón a vosotros, venerables hermanos, a quienes Dios nos ha dado como ayudantes en la dirección de tan grande administración. Nos complace haceros conocer los sentimientos íntimos de nuestra voluntad. También creemos útil comunicaros aquello de lo que puede sacar provecho la causa cristiana. Porque el deber de nuestro oficio no es sólo apacentar, gobernar y dirigir a los corderos, es decir, al pueblo cristiano, sino también a las ovejas, es decir, al clero.

Nos alegramos y alabamos a Cristo, que suscitó pastores para la custodia de su rebaño, que vigilan con vigilancia sus rebaños para no perder ni uno solo de los que han recibido del Padre. Porque conocemos bien, venerables hermanos, vuestra fe inquebrantable, vuestro celo por la religión, vuestra santidad de vida y vuestra singular prudencia. Colaboradores como vosotros nos alegran y nos dan confianza. Esta agradable situación nos anima cuando tememos por la gran responsabilidad de nuestro cargo, y nos reconforta y fortalece cuando nos sentimos abrumados por tantas preocupaciones graves. No os detendremos con un largo sermón para recordaros qué cosas se requieren para cumplir bien los deberes sagrados, qué prescriben los cánones para que nadie se aparte de la vigilancia sobre su rebaño y qué atención se debe prestar a la preparación y aceptación de los ministros, sino que invocamos a Dios Salvador para que os proteja con su divinidad omnipresente y bendiga vuestras actividades y esfuerzos con feliz éxito.

Aunque Dios nos consuele con vosotros, no por ello estamos tristes. Esto se debe a los innumerables errores y a las enseñanzas de doctrinas perversas que, ya no secretamente y clandestinamente, sino abiertamente y con vigor, atacan la fe católica. Sabéis cómo los hombres malvados han levantado el estandarte de la rebelión contra la religión mediante la filosofía (de la que se proclaman doctores) y mediante falacias vacías ideadas según la razón natural. En primer lugar, se ataca a la Sede Romana y se rompen cada día los vínculos de unidad. Se debilita la autoridad de la Iglesia y se arrebata y desprecia a los protectores de las cosas sagradas. Se desprecian los santos preceptos, se ridiculiza la celebración de los oficios divinos y el culto a Dios es maldecido por el pecador. Todo lo que concierne a la religión se relega a las fábulas de las ancianas y a las supersticiones de los sacerdotes. Verdaderamente, los leones han rugido en Israel. Con lágrimas decimos: «En verdad han conspirado contra el Señor y contra Su Cristo». En verdad, los impíos han dicho: «Arrasadla, arrasadla hasta sus cimientos».

Entre estas herejías se encuentra la vil artimaña de los sofistas de este siglo, que no admiten diferencia alguna entre las diversas profesiones de fe y piensan que la puerta de la salvación eterna se abre para todos desde cualquier religión. Por eso, califican de liviandad y de estupidez a quienes, habiendo abandonado la religión que han aprendido, abrazan otra cualquiera, incluso el catolicismo. Es ciertamente una monstruosa impiedad la que atribuye la misma alabanza y la misma marca de hombre justo y recto a la verdad y al error, a la virtud y al vicio, a la bondad y a la bajeza. En efecto, esta idea funesta de la indiferencia entre las religiones es refutada incluso por la luz de la razón natural. Estamos seguros de ello porque las diversas religiones no suelen estar de acuerdo entre sí. Si una es verdadera, la otra debe ser falsa; no puede haber sociedad de tinieblas con luz. Contra estos sofistas experimentados hay que enseñar al pueblo que la profesión de la fe católica es la única verdadera, como proclama el Apóstol: un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Jerónimo lo decía así: el que coma el cordero fuera de esta casa, perecerá como perecieron los que no estaban con Noé en el arca durante el diluvio. En efecto, a los hombres no se les da otro nombre que el de Jesús para que puedan salvarse. El que crea, se salvará; el que no crea, se condenará.

También debemos tener cuidado con aquellos que publican la Biblia con nuevas interpretaciones contrarias a las leyes de la Iglesia. Ellos distorsionan hábilmente el significado con su propia interpretación. Imprimen las Biblias en la lengua vernácula y, asumiendo un gasto increíble, las ofrecen gratis incluso a los incultos. Además, las Biblias rara vez están sin pequeños insertos perversos para asegurar que el lector beba su veneno mortal en lugar del agua salvadora de la salvación. Hace mucho tiempo, la Sede Apostólica advirtió sobre este grave peligro para la fe y elaboró ​​una lista de los autores de estas nociones perniciosas. Las reglas de este Índice fueron publicadas por el Concilio de Trento; la ordenanza exigía que las traducciones de la Biblia a la lengua vernácula no se permitieran sin la aprobación de la Sede Apostólica y exigía además que se publicaran con comentarios de los Padres. El sagrado Concilio de Trento había decretado, para frenar a los impúdicos, que nadie, confiando en su propia prudencia en materia de fe y de conducta que concierne a la doctrina cristiana, pudiera distorsionar las Sagradas Escrituras en su propio parecer o en una opinión contraria a la de la Iglesia o a la de los Papas. Aunque estas maquinaciones contra la fe católica habían sido combatidas hace mucho tiempo con estas proscripciones canónicas, Nuestros predecesores recientes se esforzaron especialmente en contener estos males que se extendían. Con estas armas, esforzaos también vosotros por luchar en las batallas del Señor que ponen en peligro las sagradas enseñanzas, para que este virus mortal no se propague entre vuestra grey.

Cuando esta corrupción haya sido abolida, extirpad las sociedades secretas de facciosos que, completamente opuestos a Dios y a los príncipes, se dedican por entero a provocar la caída de la Iglesia, la destrucción de los reinos y el desorden en todo el mundo. Habiendo desechado las restricciones de la verdadera religión, preparan el camino para crímenes vergonzosos. Más aún, al ocultar sus sociedades, despertaron sospechas de sus malas intenciones. Más tarde esta mala intención estalló, a punto de atacar el orden sagrado y civil. Por eso los Sumos Pontífices, Nuestros predecesores, Clemente XII, Benedicto XIV, Pío VII, León XII , condenaron repetidamente con anatema esa clase de sociedades secretas. Nuestros predecesores las condenaron en cartas apostólicas; Nos confirmamos estos mandamientos y ordenamos que se observen exactamente. En este asunto Nos seremos diligentes para que la Iglesia y el Estado no sufran daño por las maquinaciones de tales sectas. Con vuestra ayuda asumimos con esfuerzo la misión de destruir las fortalezas que levanta la pútrida impiedad de los hombres malvados.

Queremos que sepáis que existe otra sociedad secreta, que se organizó hace poco tiempo para corromper a los jóvenes que se educan en los gimnasios y en los liceos. Su astuto propósito es contratar a malos maestros para que conduzcan a los estudiantes por los caminos de Baal, enseñándoles doctrinas no cristianas. Los perpetradores saben bien que la mente y la moral de los estudiantes están moldeadas por los preceptos de los maestros. Su influencia es ya tan persuasiva que se ha perdido todo temor a la religión, se ha abandonado toda disciplina de las costumbres, se ha puesto en tela de juicio la santidad de la doctrina pura y se han pisoteado los derechos de los poderes sagrados y civiles. No se avergüenzan de ningún crimen o error vergonzoso. Podemos decir con verdad, con León Magno, que para ellos «la ley es prevaricación; la religión, el diablo; el sacrificio, la desgracia». Ahuyentad estos males de vuestras diócesis. Procurad asignar no sólo hombres doctos, sino también hombres buenos para educar a nuestra juventud.

Vigilad también con más diligencia los seminarios, de cuya administración os encargaron los padres de Trento. De ellos deben salir hombres bien instruidos tanto en la disciplina cristiana y eclesiástica como en los principios de la sana doctrina, que se distingan por su piedad y su enseñanza, y que su ministerio sea un testimonio incluso para los que están fuera de la Iglesia, y puedan refutar a los que se han extraviado del camino de la justicia. Tened mucho cuidado en la elección de los seminaristas, pues la salvación del pueblo depende principalmente de los buenos pastores. Nada contribuye más a la ruina de las almas que los clérigos impíos, débiles o mal informados.

Los herejes han difundido por todas partes libros pestilentes, por los cuales las enseñanzas de los impíos se propagan como un cáncer. Para contrarrestar esta plaga mortífera, no escatimes esfuerzos. Adviértete con las palabras de Pío VII: “Que consideren sólo como saludable el tipo de comida a la que la voz y autoridad de Pedro los ha enviado. Que elijan ese alimento y se alimenten de él. Que consideren que es completamente dañino y pestífero el alimento del que la voz de Pedro los llama. Que se alejen rápidamente de él y nunca se dejen atrapar por su apariencia ni pervertir por sus seducciones.”

Queremos también que infundáis en vuestros fieles el respeto a la santidad del matrimonio, de modo que no hagan nada que pueda menoscabar la dignidad de este sacramento, ni hagan nada que pueda ser contrario a esta unión inmaculada, ni nada que pueda hacer dudar de la perpetuidad del vínculo matrimonial. Esto se conseguirá si se enseña con exactitud al pueblo cristiano que el sacramento del matrimonio debe regirse no tanto por la ley humana como por la divina, y que debe contarse entre los asuntos sagrados y no terrenos, y que, por tanto, está totalmente sujeto a la Iglesia. En otro tiempo, el matrimonio no tenía otra finalidad que la de traer hijos al mundo, pero ahora, elevado por Cristo nuestro Señor a la dignidad de sacramento y enriquecido con dones celestiales, no tiene tanto por objeto generar prole, sino educar a los hijos para Dios y para la religión, con lo que aumenta el número de los adoradores de la verdadera divinidad. Se conviene en que la unión matrimonial significa la unión perpetua y sublime de Cristo con su Iglesia; Por eso, la íntima unión de los esposos es un sacramento, es decir, un signo sagrado del amor inmortal de Cristo a su esposa. Por eso, enseñad al pueblo lo que las reglas de la Iglesia y los decretos de los Concilios permiten y lo que condenan, y explicad también lo que pertenece a la esencia del sacramento. Así podrán cumplirlo y no se atreverán a intentar lo que la Iglesia detesta. Os lo pedimos encarecidamente por vuestro amor a la religión.


Ya sabéis lo que nos causa ahora nuestro dolor. Hay también otras cosas, no menos graves, que sería demasiado largo relatar aquí, pero que conocéis bien. ¿Nos callaremos cuando la causa cristiana se encuentra en tanta necesidad? ¿Nos dejaremos contener por argumentos humanos? ¿Sufriremos en silencio que se rasgue el manto sin costuras de Cristo Salvador, que ni siquiera los soldados que lo crucificaron se atrevieron a rasgar? Que nunca nos falte el celo pastoral de nuestra grey, acosada como está por graves peligros. Sabemos que haréis aún más de lo que os pedimos y que amáis, acrecentáis y defendéis la fe mediante la enseñanza, el consejo, el trabajo y el celo.

Con muchas y ardientes oraciones pedimos que, restaurando Dios la penitencia de Israel, la santa religión florezca por doquier; que la verdadera felicidad del pueblo se mantenga inalterada, y que Dios proteja siempre al pastor de su rebaño terrenal y lo alimente; que los poderosos príncipes de las naciones, con su espíritu generoso, favorezcan nuestros cuidados y esfuerzos y, con la ayuda de Dios, sigan promoviendo vigorosamente la prosperidad y la seguridad de la Iglesia, afligida por tantos males.

Pidamos humildemente estas cosas a María, la santa Madre de Dios, a quien confesamos que sólo ella ha vencido todas las herejías y la saludamos con gratitud en este día, aniversario de la restauración a la ciudad de Roma de nuestro predecesor Pío VII, después de haber sufrido muchas adversidades. Pidamos estas cosas a Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, y a su coapóstol Pablo. Con el consentimiento de Cristo, estos dos apóstoles nos concedan que Nos, firmemente establecidos sobre la roca de la confesión de la Iglesia, no suframos circunstancias perturbadoras. De Cristo mismo pedimos humildemente los dones de la gracia, la paz y la alegría para vosotros y para la grey que se os ha confiado. Como prenda de Nuestro afecto impartimos con amor la bendición apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 24 de mayo del año 1829, primer año de nuestro pontificado.

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