VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

JESUCRISTO HA PUESTO EN SU VICARIO UNA PARTICIPACIÓN DE SU AMOR SALVADOR Y COMPASIVO

S.S.Pío XII

17 DE ABRIL DE 1940
COTIDIANA «AUDIENCIA DE DIOS» A LOS ESPOSOS CRISTIANOS
A numerosísimas parejas de recién casados llegados para pedir su bendición, les dirigió Su Santidad preciosas exhortaciones para que se hicieran siempre dignos de merecer la cotidiana ”"Audiencia de Dios”.


La verdadera y justa causa de vuestra alegría es que en el Papa, cualquiera que sea su persona, veis al representante de Dios en la tierra, al Vicario de Jesucristo, al Sucesor de Pedro, que Nuestro Señor constituyó Cabeza visible de su Iglesia, dándole las llaves del reino de los cielos y el poder de atar y de desatar (Matth., XVI, 18-19). Los sentidos vienen aquí, en cierto modo, en auxilio de la fe; lo que veis y oís os confirma lo que habéis de creer. Ciertamente, no es el mismo Jesucristo en persona el que os aparece, como lo veían las muchedumbres de Palestina en las orillas del lago de Tiberíades (Io., VI, 1-2), o María y Marta en su casa de Betania (Io., XI, 1). No obstante, cuando os acercáis al Papa, no sin motivo tenéis la impresión de encontraros como trasladados a veinte siglos atrás, junto al divino Nazareno. En la voz del Papa os parece escuchar la palabra del Redentor, cuyo eco vivo ha sido siempre el Papa a través de los siglos; cuando él alza sobre vosotros su mano para bendeciros, sabéis que esta pobre mano es en cierto modo para vosotros la transmisora de los auxilios y de los favores celestiales. Finalmente, cuando sentís vibrar el corazón del Papa cerca del vuestro, no os equivocáis creyendo percibir en sus actitudes, palabras y ademanes que el Señor le inspira, parte de los latidos y de las íntimas emociones del Corazón de Jesús, porque Jesucristo ha puesto en su Vicario una participación de su amor salvador y compasivo hacia las almas, cuando le dijo: «Apacienta mis corderos; apacienta mis ovejas» (Io., XXI, 15-17).



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