...y cada Obispo a su turno acudía al Papa para que pusiese remedio a las invasiones del que traspasaba su jurisdicción, mayormente desde que san León fijó los límites de las dos primeras. Pero en las demandas, en las contestaciones, en las resistencias, alegaba cada cual, no privilegios ó derechos concedidos por Concilios, ni por potestades temporales, ni por usos ó costumbres nacionales, ni por cualquiera cosa que se llamase cánones; no se alegaba otro derecho sino el de los privilegios que la Santa Sede apostólica había concedido al Obispo que los hacía valer, ó al que los reclamaba. Es decir, que los Obispos reconocían en el Papa la fuente de la jurisdicción episcopal, de la cual dimanaba la que cada uno de ellos ejercía en su respectiva Iglesia. Es decir, que no hay Obispo con jurisdicción legítima sino bajo las reglas que el Papa determina; y todos cuantos hechos y textos nulos opongan los enemigos de la Santa Sede a este principio fundamental del derecho canónico, no probará otra cosa, sino que tienen bastante talento y malicia para embrollar y confundir las cuestiones mas luminosas: pero todos sus embrollos quedan desenmarañados con solo decir a los hombres que buscan la verdad, que la ley terminante del Evangelio por la cual Jesucristo confiere la plenitud de la jurisdicción a san Pedro, y a sus sucesores, para que la dé mas ó menos amplia a cada Obispo según lo mire mas conveniente al bien de la Iglesia, fue reconocida por los Obispos de las Galias, mientras que los espíritus turbulentos no enturbiaron las puras fuentes del derecho canónico.
Historia del derecho de la Iglesia en España: 1-2 vol - Página 465
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