Es imposible que el Dios verdadero, que es la Verdad misma, el mejor, el más sabio proveedor y el premiador de los buenos, apruebe todas las sectas que profesan enseñanzas falsas que a menudo son inconsistentes y contradictorias entre sí, y otorgue premios eternos a sus miembros […] porque por la fe divina confesamos un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. […] Por eso confesamos que no hay salvación fuera de la Iglesia.
(León XII. Encíclica Ubi primum, n. 14, 5 de mayo de 1824)
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