Arte de interrogar a los muertos para saber lo futuro por medio de una ceremonia que se llamaba evocación de los manes. Dejemos a los escritores de la historia antigua el cuidado de hacer la descripción de esta ceremonia supersticiosa; y limitémonos a indagar su origen y manifestar sus perniciosas consecuencias, y la sabiduría de las leyes que proscribieron este género de divinación
Entre los antiguos había en los funerales un convite común, en el cual reunidos todos los parientes del difunto trataban de sus buenas cualidades y de sus virtudes, mostrando cada cual su sentimiento con lágrimas y suspiros. Nada tiene de extraño que una imaginación acalorada con este objeto hiciese delirar a muchos de los asistentes, figurándose que se les aparecía el difunto, conversaba con ellos, enseñándoles lo que deseaban saber, y que estos delirios se tomasen por una realidad. De semejantes visiones infirieron que los muertos podían volver a este mundo a tratar con los vivos, y que se les podía obligar a ello repitiendo lo que habían hecho en sus funerales u otras ceremonias semejantes.
Con el tiempo hubo impostores que se preciaban de que podían obligar a las almas de los muertos con palabras mágicas y algunas fórmulas de evocación, a que se apareciesen, y se presentasen a responder a las preguntas que les hacían. No faltó quien les diese crédito, porque los hombres se deciden con facilidad a creer lo que desean. No fue difícil a los nigrománticos por medio de una linterna mágica ó de cualquiera otro modo hacer que se apareciese en medio de las tinieblas cualquiera figura que se tenía por el muerto con quién se quería hablar.
No entraremos en la cuestión sobre si nunca hubo más que artificio en esta magia, si alguna vez el demonio se mezcló en ella para seducir a sus adoradores, ó si Dios en castigo de una curiosidad criminal permitió que se apareciese un muerto real y verdaderamente, para que anunciase los decretos de su justicia a los que habían querido consultarle: sobre este punto diremos alguna cosa en el art. Pitonisa. Algunos autores aseguran que, según la creencia de los paganos, no era el cuerpo ni el alma del muerto quien se aparecía, sino su sombra y esto es, una sustancia media entre alma y cuerpo, pero no lo prueban sino por conjeturas, y no hacía una distinción tan sutil el vulgo de los paganos.
Por la ley de Moisés se prohibía severamente a los judíos interrogar a los muertos; Deuteronomio capítulo 18, versículo 11: hacer ofrendas a los muertos, capítulo 26, versículo 14: cortarse los cabellos ó la barba y hacerse incisiones en señal de luto; Levítico capítulo 19, versículo 27 y 28. Isaías condena a los que piden a los muertos lo que interesa a los vivos, capítulo 8, versículo 19, y a los que duermen sobre los sepulcros para tener sueños, capítulo 65, versículo 4. Se sabe el exceso de las supersticiones que los paganos practicaban respecto a los muertos, y las crueldades que ejercían hasta consigo mismos en un duelo insensato. Esta es la razón porque tenían los judíos por impuro al que tocaba algún cadáver.
Es verdad que las costumbres absurdas de los paganos respecto a los muertos, eran una prueba visible de su creencia en orden a la inmortalidad del alma, y la propensión de los judíos a imitarlos demuestra que estaban en la misma persuasión; pero para profesar esta importante verdad, no era necesario imitar las costumbres insensatas é impias de los paganos: bastaba conservar la práctica sencilla é inocente de los patriarcas, que daban a los muertos una honrosa sepultura, y respetaban los sepulcros sin caer en ningún exceso.
Los reyes de Israel y de Judá que cayeron en la idolatría, no dejaron de proteger todas las especies de magia y de divinación, y por consiguiente la Nigromancia; pero los reyes piadosos tomaron a su cargo el proscribir estos desórdenes y castigar a los que las profesaban. Así obró Saul en el principio de su reinado; pero después de haber infringido la ley del Señor en otras muchas cosas, fue también infiel, tratando de consultar con el alma de Samuel. libro I de los Reyes, capítulo 28, versículo 8. Cuando Josías subió al trono, empezó por el exterminio de los mágicos y adivinos, que se habían multiplicado en tiempo del impío Manasés. libro 4 de los Reyes, capítulo 21, versículo 6: capítulo 23, versículo 24.
Es evidente que la Nigromancia era una de las especies de Goecia o magia negra y diabólica. Era una rebelión contra la sabiduría divina el querer saber la voluntad de Dios y las cosas que quiere ocultarnos, y querer restituir a este mundo las almas que él trasladó a otro. Para conseguirlo no invocaban los paganos a las divinidades del cielo sino a los dioses del infierno. La ceremonia de la evocación de los mares, según la describe Lucano en su Farsalia libro 6, versículo 668, es una mezcla de impiedad, de demencia y de atrocidad que causa horror. La furia, a quien hace hablar el poeta para conseguir de las divinidades infernales la restitución de un alma a su respectivo cuerpo, se precia de haber cometido unos crímenes de que no tiene idea el entendimiento humano.
Las ceremonias de los nigrománticos se hacían regularmente por la noche en cavernas profundas y en sitios retirados, y por esto solo se conoce a cuántas ilusiones y crímenes podían dar lugar. El autor del libro de la Sabiduría después de haber notado los abusos de los sacrificios nocturnos, concluye que la idolatría fue el origen y el colmo de todos los males, capítulo 14, versículo 23 y 27.
Convertido Constantino, aún permitía que los paganos consultasen a sus augures con tal que lo hiciesen a la claridad del día, y que no tratasen de los negocios del imperio ni de la vida del emperador; pero no toleró la magia negra ni la Nigromancia. Cuando puso en libertad los presos en las fiestas de la Pascua, exceptuó expresamente los nigrománticos, in mortuos veneficus libro 9, título 38, ley 3.a Su hijo Constancio los condenó a muerte: ibid. Ley 5.a Amiano Marcelino, Mamertino y Libanio, paganos obstinados, fueron tan ciegos que reprobaron esta severidad. El emperador Juliano acusaba maliciosamente a los cristianos de una especie de Nigromancia: suponía que las vigilias en el sepulcro de los mártires tenían por objeto el interrogar a los muertos, ó tener delirios y sueños. San Cirilo contra Juliano, libro 10, pág. 339. Bien sabía lo contrario, porque él mismo había practicado este culto antes de su apostasía.
Las leyes de la Iglesia no fueron menos severas que las de los emperadores contra la magia y contra toda especie de divinación. El concilio de Laodicea y el cuarto de Cartago prohibieron estos crímenes so pena de excomunión; no admitían al bautismo a los paganos que los cometían, sino solo con la promesa de abandonarlos para siempre. "Después del Evangelio, dice Tertuliano, no hallaréis en ninguna parte astrólogos, encantadores, adivinos y mágicos a quienes no se hubiese castigado."
Después de la irrupción de los bárbaros en Occidente volvieron a renacer algunas supersticiones del paganismo; pero los obispos no cesaron de prohibirlas y de predicar a los fieles contra ellas, ya en los concilios, ya también en sus Instrucciones pastorales.
Como la religión nos enseña que las almas de los muertos pueden estar detenidas en el purgatorio, el vulgo cree con facilidad que estas almas que están padeciendo pueden volver al mundo a pedir oraciones, etc. Pero la Iglesia jamás autorizó semejante opinión, y no es digna de crédito ninguna de las historias publicadas sobre esta materia por unos autores de demasiada credulidad. Jesucristo en lo que dijo del rico avariento en el capítulo 16 del Evangelio de San Lucas versículo 30 y 31, parece que decide que no se permite a ningún muerto venir a conversar con los vivos.
DICCIONARIO DE TEOLOGÍA BERGIER 1733***