...«la palabra de Dios permanece para siempre» (1 Pet. 1, 25). La sociedad fundada por Cristo puede ser atacada, pero no vencida, porque obtiene su fuerza no de los hombres, sino de Dios. Más aún, no hay duda de que ha de ser martirizada en los siglos por persecuciones, oposiciones, calumnias, como sucedió a su divino Fundador, según la profecía: «Si a mi me han perseguido, también a vosotros os perseguirán» (Jo. 15, 20); pero es igualmente cierto que ella, al final, como Cristo nuestro Redentor triunfó, alcanzará una pacífica victoria sobre todos sus enemigos. Confiad, pues; permaneced fuertes y constantes.
Os exhortamos aún con las palabras de San Ignacio, aunque estemos seguros de que no tenéis necesidad de exhortaciones: «Permaneced fieles a Aquel por el que combatís Ninguno de vosotros se haga desertor. Vuestro bautismo sea como un arma; la fe, como un yelmo; la caridad, como una lanza; la paciencia, como una completa armadura. Vuestras obras sean vuestros tesoros a fin de que merezcáis una digna merced» (San Ignacio, «Ad Pol.» VI, 2; P. G., V, 723-726).
También las bellísimas palabras de San Ambrosio Obispo os dan una segura esperanza y una fortaleza inconcusa: «Empuña el timón de la fe a fin de que las procelosas tempestades de este mundo no te turben. Es bien cierto que el mar es vasto e in- menso, pero no temas; porque El la fundó sobre los mares y la estableció sobre los rios» (Ps. 23, 2). No sin razón, pues, la Iglesia del Señor permanece inmóvil en medio de tantas olas, porque está fundada sobre la roca apostólica y persevera sobre su fundamento, inmóvil contra las furias del mar» (Mat. 16, 18). Es batida por las olas, pero no hundida; y si bien las oleadas de este mundo se quiebran y braman en su torno, ella tiene, empero, un puerto segurísimo para acoger a los navegan- tes fatigados» (S. Ambr., Ep. II; P. L., XVI, 917).
***