Oh Augustísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que aun siendo infinitamente feliz en ti y por ti por toda la eternidad, te dignas aceptar benignamente el homenaje que de toda la creación se alza hasta tu trono excelso; entorna tus ojos, te rogamos, y cierra tus oídos divinos ante aquellos desventurados que, o cegados por la pasión o arrastrados por un impulso diabólico, blasfeman inicuamente tu nombre, el de la Purísima Virgen María y el de los santos! Detén, ¡oh Señor!, el brazo de tus justicia, que podría reducir a la nada a quienes se atreven a hacerse reos de tan gran impiedad.
Acepta el himno de gloria que incesantemente se levanta de toda la naturaleza: desde el agua de la fuente, que corre limpia y silenciosa, hasta los astros que resplandecen y ruedan con giros inmensos, movidos por el Amor, en lo alto de los cielos. Acoge en reparación el coro de alabanzas que, como incienso ante los altares, surge de tantas almas santas que caminan, sin jamás desviarse, por los senderos de tu ley y, con asiduas obras de caridad y penitencia, se esfuerzan por aplacar tu justicia ofendida; escucha el canto de tantos espíritus elegidos que consagran su vida a celebrar tu gloria, la alabanza perenne que en todas las horas y bajo todos los cielos te ofrece la Iglesia. Y haz que un día, convertidos a ti los corazones blasfemos, todas las lenguas y todos los labios entonen concordes aquí abajo aquel cántico que resuena sin fin en los coros de los ángeles: ¡Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos! Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.
Así sea.
(Mil días de Indulgencia cada vez).