El día de Pentecostés.-También lo tratamos en otro lugar y es cosa generalmente admitida por todos los teólogos. Algunos llegaron a opinar, que las lenguas de fuego no se repartieron entre los apóstoles, sino después de haberse asentado todas, como reconcentradas en una sola hoguera, sobre la Madre de Dios.
Lo que sí es cierto, que todos los dones y gracias que en este día recibieron los Apóstoles, pasaron antes por María; y si cada apóstol recibió una parte o porción de dones y gracias, como una lengua de fuego, María recibió la totalidad de los dones y de las gracias, como una inmensa hoguera.
Ninguno de los apóstoles estaba tan preparado como la Virgen para recibir al Espíritu Santo, y nadie debió recibir las gracias en la medida de María.
María en la fiesta de Pentecostés. Cuando los Apóstoles se retiraron al Cenáculo, después de la subida de Cristo al cielo, para prepararse con el retiro y la oración para la venida del Espíritu Santo, nos dice el evangelista SAN LUCAS que «todos perseveraban unánimemente en la oración con María, Madre de Jesús».
Es ésta la última vez que se menciona a la Santísima Virgen en la Sagrada Escritura, y se nos muestra en actitud orante. La Virgen con sus ruegos atrajo sobre la naciente Iglesia la plenitud del Espíritu Santo. Así parece sugerirlo el texto sagrado y así lo creyeron nuestros más ilustres doctores.
Y así lo indica también el Papa LEÓN XIII cuando en su Encíclica Jucunda, de 8 de septiembre de 1894, escribe: «Y como la sagrada obra de la redención humana no terminará antes de la venida del Espíritu Santo, prometido por Cristo, Nos contemplamos a la Virgen en el Cenáculo, donde, orando con los Apóstoles y por los Apóstoles con inefables gemidos, prepara a la Iglesia para recibir la plenitud de este mismo Espíritu, don supremo de Cristo, tesoro que no faltará en ningún tiempo.»
Y lo que entonces hizo la Virgen, lo sigue haciendo desde el cielo a través de los siglos en favor de todos los cristianos. No cambia Dios en sus maneras de obrar, y como entonces toda la gracia del Divino Espíritu se dio por la intercesión de María, así ahora todas las gracias y dones que el Espíritu Santo derrama en nuestras almas, se nos conceden también por los ruegos de esta Madre, benditísima.
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