El cardenal Bandinelli, de Sena y del título de San Marcos, fue elegido papa el 7 de septiembre de 1159, tomando el nombre de Alejandro III. Su pontificado fue muy agitado por un largo cisma que originó sangrientas contiendas: tres cardenales, creados por el emperador, habían elegido papa a uno de ellos, que se llamaba Octaviano y que tomó el nombre de Víctor IV. Este tuvo secuestrados al papa y a los cardenales que le eran afectos, durante nueve días, hasta que el pueblo se rebeló y libertó al Pontífice, llevándole triunfalmente a Roma. Pero la paz fue efímera; Federico convocó un concilio en Pavía, donde un exiguo número de obispos, en su mayoría alemanes, reconocieron a Víctor IV; pero la mayor parte de la Iglesia, la más sana, se adhirió a la causa de Alejandro. Desde Anagni, donde se había refugiado, Alejandro lanzó la excomunión contra el emperador y el pretendido papa, partiendo luego a bordo de una nave del rey de Sicilia para Génova. Después de la destrucción de Milán se trasladó a Francia (1162), siendo recibido con grandes honores por Luis VII.
Celebró dos concilios, en Tours y Montpeller, renovando la excomunión contra Víctor, Federico, y sus partidarios. Al morir Víctor, le dieron por sucesor un tal Guido de Crema (Pascual III), que el emperador en la dieta de Wurzburgo (1164) reconoció públicamente.
Entretanto, Alejandro III volvía a Roma protegido por las armas de Francia y Nápoles, y era acogido triunfalmente (1165). Pero Barbarroja volvió a Italia, para echar al papa de Roma y adueñarse de la Italia meridional, en perjuicio de Guillermo II; el emperador logró ocupar la basílica de San Pedro, entronizar en ella a Pascual, y hacerse coronar de nuevo. Pero un nuevo enemigo, las fiebres malignas, le obligó a retirarse, mientras Alejandro se refugiaba en Gaeta. Con gran dificultad pudo el emperador volver a Alemania por Saboya, por haber hallado cerrados los demás pasos por los confederados de las ligas veronesa y lombarda (1168).
A fines del mismo año murió Pascual, y fue substituído por un tal Juan, abad de Struma y obispo intruso de Túsculo, que se llamó Calixto III.
Después de seis años de ausencia, Federico llegó nuevamente a Italia (1174); incendió Susa, destruyó Asti, e intentó en vano durante dos años ocupar Alejandría (ciudad fortificada del Piamonte, fundada por la liga lombarda en 1168 y llamada así en honor del papa Alejandro III). Hallándose el emperador en Legnano, donde había recibido refuerzos, fue sorprendido por los milaneses, que le infligieron una sangrienta derrota (29 de mayo de 1176). Fugitivo, salvándose a duras penas, pensó entonces en la paz.
En Anagni, después de unos preliminares de paz entre el papa y sus legados, fueron aceptadas las condiciones del primero, concertándose la paz en Venecia. Federico fue entonces absuelto de las censuras (1177). Con la paz cesó también el cisma, a pesar de que se hicieron algunas tentativas a favor de un tal Landón, quien, al morir Calixto, tomó el nombre de Inocencio III.
Hacia el fin de su pontificado, Alejandro III obligó a Enrique II de Inglaterra a pedir perdón por el asesinato de Tomás Becket, obispo de Canterbury.
Convocó el tercer concilio de Letrán (1179), en el que fue decretado que la canonización de los santos fuese reservada exclusivamente a los papas, y que la elección del Pontífice dependiese sólo de los cardenales y se considerase válida cuando un candidato hubiese obtenido los dos tercios de los votos. En aquel concilio el Pontífice condenó a los herejes valdeses, cátaros y patarenos.
Alejandro III murió en Civita Castellana, el 30 de agosto de 1179, y sus restos fueron depositados en Letrán.
Fue papa de espíritu indomable y de gran talento, uno de los más grandes después de Gregorio VII, y pudo ver surgir las libertades cívicas de Italia.
Los Papas, desde San Pedro hasta Pío XII
Giuseppe Arienti
Con Licencia Eclesiástica 1945