SAN GREGORIO VII (1073-1085)
Llamado primeramente Hildebrando, de la familia de los Aldobrandescos, nació en Soana (Toscana) el año 1013.
Acompañó a Gregorio en su retiro a Alemania, y después de su muerte ingresó en la abadía de Cluny, donde se hizo monje. Se trasladó luego a Roma, donde contribuyó a la elección de León IX, que lo nombró cardenal. Después de adquirir gran influencia, fue legado pontificio en Francia, donde presidió los concilios de Lyón y de Tours, trabajó por la elección de los papas Víctor II, Esteban IX, Nicolás II y Alejandro II, y luego inspiró los esfuerzos que éstos hicieron por reformar la Iglesia.
Alejandro II lo nombró embajador cerca de la emperatriz Inés. Muerto éste, Hildebrando fue elegido papa, a pesar de la oposición de los obispos alemanes y longobardos, y de sus propios escrúpulos.
Mas, queriendo observar la constitución de Nicolás II, envió la nueva de su elección. al emperador, pidiéndole su asentimiento. Enrique IV de Alemania, a pesar de ver en él a un acérrimo enemigo, confirmó su elección.
El siguiente año (1074); Gregorio convocó un concilio en Roma en el que hizo aprobar dos decretos famosos: el primero contra los sacerdotes infractores de la ley sobre el celibato y el segundo contra la simonía, ordenando al pueblo que, bajo ningún pretexto, se comunicara con semejantes sacerdotes. Cuidó con energía de la observancia de estos decretos, y envió a todas partes legados y cartas, imponiendo a los obispos la celebración de concilios en los lugares donde promulgaban y hacían observar tales decretos.
En un segundo concilio (1075), que tendía a remediar los males de la Iglesia, habiendo visto. claramente que el origen de ellos estaba en las famosas investiduras y en sus anejos homenajes de obediencia, promulgó un decreto en que establecía "que los clérigos que recibiesen un beneficio eclesiástico de un príncipe secular por medio de la investidura, debían considerarse como no investidos y, aún más, excomulgados y prohibido su ingreso en la Iglesia; y que los príncipes que hubieran osado dar investiduras fuesen castigados con las mismas penas". Fue el comienzo de una dura lucha de la que la Iglesia saldrá luego libre y segura.
Enrique IV y el clero de Alemania y Lombardía se rebelaron contra el Papa, y éste citó a Enrique para que compareciese en Roma determinado día, amenazándole con la excomunión en caso de faltar.
Entonces Enrique convocó un concilio contra Gregorio en Worms, poniéndose de acuerdo con Cencio, prefecto de Roma, siendo cómplices de la conjuración el cardenal Hugo Cándido y Guiberto, arzobispo de Rávena. Cencio, en la noche de Navidad del año 1075, entró con sus hombres armados en Santa María la Mayor, donde el Papa oficiaba; lo arrancó del altar hiriéndole en la cabeza y se lo llevó preso. Más, pocas horas después, el pueblo había libertado a su pontífice.
Aliado con el arzobispo de Rávena y con Roberto Guiscardo, duque de Calabria, Enrique se preparaba a entrar en Italia, cuando Gregorio convocó un concilio (1076), en el que lo excomulgó solemnemente y declaró a los súbditos de Alemania e Italia desligados del juramento de fidelidad.
Escribió, empero, a los príncipes germanos que no abusasen de la excomunión del rey, antes bien, que procurasen su arrepentimiento. Gregorio logró el efecto deseado. La sentencia del Papa fue un golpe terrible para la causa de Enrique en Alemania; muchos de los señores sujetos a Enrique se le rebelaron y convocaron una dieta para nombrarle un sucesor.
Enrique, viendo el peligro, llegó a Italia para reconciliarse con el Papa (1077). Este, que había salido de Roma para asistir a la dieta de Augusta en Alemania, cuando supo el viaje de Enrique a Italia, marchó desde Mantua, donde se encontraba, al castillo de la condesa Matilde, en Canosa. Allí, después de una penitencia de tres días mantenida espontáneamente por el emperador, lo absolvió de la excomunión, aunque dejando a salvo las decisiones de la dieta acerca de la reintegración de la corona.
Pero Enrique IV no permaneció fiel a sus promesas, y a pesar de haberle prohibido el Papa su coronación como rey de Italia, se hizo coronar, e hizo cuanto pudo para que prevalecieran las decisiones de la dieta de Augusta.
Tomó las armas contra Rodolfo de Suabia, a quien los príncipes de Alemania, cansados del desgobierno de Enrique, habían elegido emperador. Rodolfo fue derrotado y muerto.
Como perseverase Enrique en su conducta, en el sínodo de Letrán del 7 de marzo de 1080, Gregorio pronunció contra él nuevas sentencias excomunión y de deposición.
Entró en Italia, y después de muchas vicisitudes y de derrotar el ejército de Matilde de Canosa, que intentó oponerse a su paso, llegó a Roma. Dos veces intentó entrar en ella, mas no lo logró.
La tercera vez, precio de oro, pudo entrar la ciudad asediando al papa en el Castillo de Santángelo. Roberto Guisardo, que poco antes se había reconciliado con el Papa por la intervención de Desiderio, abad de Monte Cassino, acudió en ayuda de Gregorio, obligando a Enrique a abandonar Roma. Pero el saqueo de la ciudad a que se entregaron los normandos sublevó al pueblo, que, instigado por la facción enemiga del papa, se alzó en armas.
Gregorio, abatido por el dolor, salió de Roma protegido por las armas de Roberto, dirigiéndose a Salerno, donde murió a fines del año 1085.
Ya en trance de muerte, levantó todas las excomuniones que había decretado, excepto las que estaban dirigidas contra el emperador y el antipapa.
Se dice que antes de morir exclamó: "Amé la justicia y odié la culpa; por esto muero en el destierro."
El celo de Gregorio, aun en medio de las cruentas luchas que turbaron su pontificado, se extendió por doquiera: España, Dalmacia, Mauritania, Polonia, Francia y Cartago fueron objeto de sus cuidados y sintieron su benéfica influencia.
A este pontífice se le cuenta con razón entre las más grandes figuras de la Edad Media.
Su política fue genial, su energía y austeridad fueron admirables en todas las vicisitudes de una vida rica en acontecimientos, que terminó su voto más ardiente: "que la Iglesia de Dios fuese más esclava".
Fue juzgado como un ser siniestro por escritores alemanes, cesaristas fanáticos, y por otros escritores, entre ellos algunos italianos adoradores del Estado laico. Pero todos coincidieron en reconocer en él grandes cualidades intelectuales y morales. Gregorovius, acérrimo adversario de los papas, escribió de él: "Frente a Gregorio VII, Napoleón no parece sino un bárbaro sanguinario".
Además de numerosos concilios y sínodos, dejó 363 cartas la mayor importancia histórica, entre las que se cuenta la que dirigió a los reyes de España exhortándoles a que abandonaran el rito gótico.
Fue sepultado en Salerno, en la iglesia de San Mateo.
Los Papas, desde San Pedro hasta Pío XII
Giuseppe Arienti
Con Licencia Eclesiástica 1945