Juan Graziano, arcipreste de la basílica de Letrán, hombre santo y docto, fue elegido papa con el nombre de Gregorio VI.
Su elección se celebró según los cánones y sin simonía alguna, ya que no compró con dinero el pontificado, sino que con el oro obtuvo la abdicación de Benedicto IX para redimir a la iglesia de la tiranía y del oprobio.
Como quiera que fuese, no existe duda alguna de que obró de buena fe y con intenciones dignas de elogio; fue alabado por el austero San Pedro Damián, y tomó como secretario al monje.
Hildebrando, que fue más tarde Gregorio VII. Gobernó con celo y virtud; con su energía frenó el bandidaje y redujo a los invasores de las propiedades eclesiásticas; sufrió molestias por parte de los antipapas Silvestre III y Benedicto IX. Fue al encuentro de Enrique III, que había llegado a Italia para arreglar las cosas del reino; encontróse con él en Plasencia y juntos continuaron el viaje hasta Sutri, donde se reunió un concilio. En él fueron condenados Silvestre III (que fue luego encerrado en un monasterio) y Benedicto IX. En aquel concilio, Gregorio se dejó convencer por el emperador de que era conveniente su abdicación, y espontáneamente la presentó. En 1047, acompañado de Hildebrando, marchó a Colonia, donde murió a fines de aquel mismo año.
Los Papas, desde San Pedro hasta Pío XII
Giuseppe Arienti
Con Licencia Eclesiástica 1945