VACANTIS APOSTOLICAE SEDIS

"Quod si ex Ecclesiae voluntate et praescripto eadem aliquando fuerit necessaria ad valorem quoque." "Ipsum Suprema Nostra auctoritate nullum et irritum declaramus."

SAN HUBERTO, Obispo y Confesor



3 de noviembre del Año del Señor

SAN HUBERTO,
Obispo y Confesor

Dichoso aquél que no se condena él mismo
en lo que aprueba.
(Romanos, 14, 22).

San Huberto, hijo de un duque de Aquitania y descendiente de Clodoveo, abandonó Eboín y fue a ofrecerse a Pipino de Heristal, duque de Austrasia. Hombre de mundo y gran cazador, un día vio una cruz luminosa entre los cuernos de un ciervo, en la floresta de Ardennes, y al mismo tiempo una voz celestial lo instó a convertirse y a ir a encontrar a San Lamberto, obispo de Maestrich. Hízolo así. Quedó viudo y se hizo ermitaño, fue en peregrinación a Roma, y finalmente, sucedió a San Lamberto. Con ardor infatigable trabajó por destruir el vicio y los restos de idolatría hasta en las florestas. Murió en el año 727, a edad muy avanzada, después de cerca de 20 años de episcopado. Es invocado eficazmente contra la rabia.


ORACIÓN

Haced, oh Dios omnipotente, que la augusta solemnidad de San Huberto, vuestro confesor pontífice, aumente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.


MEDITACIÓN SOBRE LA BUENA
y LA MALA CONCIENCIA

I. No hay en este mundo placer comparable al que nos proporciona una buena conciencia. Si tienes esta dicha, ningún tormento es capaz de afligirte; si no la tienes, ninguna diversión puede verdaderamente regocijarte. Que se acuse al justo; que se lo maltrate: su conciencia le procurará más consuelo que el que podrían darle los aplausos del mundo entero.

II. No hay suplicio comparable al de la mala conciencia: es un acusador, un juez, un verdugo que persigue en todo lugar al culpable y que no perdona a nadie; la conciencia ataca a Herodes, a Nerón, a Teodorico, y los hace temblar en medio de sus guardias. Nada es capaz de apaciguarla: te perseguirá hasta el fin de tu vida, si no la descargas del peso que la agobia.

III. La mala conciencia continúa, después de esta vida, atormentando al pecador; lo sigue al juicio de Dios, lo acusa, lo confunde, desciende con él al infierno. Uno de los más grandes suplicios de los condenados es el gusano roedor que nunca muere. ¿Quieres evitarlo? Nada hagas en este mundo contra tu conciencia, escucha los reproches que te hace y sigue sus advertencias; nada podrá afligirte en este mundo ni en el otro. Nada más agradable, nada más seguro que una buena conciencia. Aunque el cuerpo sufra, aunque el mundo nos tiente, aunque el demonio nos espante, ella permanece tranquila.

*Así es, mis queridos hermanos. Debemos amar la justicia y odiar la iniquidad, imitando a todos los justos de Dios, obrando siempre con una conciencia recta, dando a cada uno según sus obras y méritos, no robándole al prójimo su buena reputación ni sembrando discordia. Cuando veamos que alguien que se hace llamar hermano actúa injustamente o se equivoca en su juicio, la Caridad nos exige corregirle, pero si esa persona se niega a escucharnos, entonces tomaremos a otro hermano como testigo para que por boca de dos testigos o tres conste toda palabra, pero si tampoco escucha a ellos, entonces será para nosotros como un pagano o un publicano (Mateo 18,15-17). La paz de la buena conciencia no es comparable a nada en este mundo, pues quienes nadan entre riquezas y caprichos no gozan sin embargo de la tranquilidad de la conciencia, porque han idolatrado a Mammon y las riquezas injustas, despreciando al Dios verdadero que todo lo ve, y así jamás están tranquilos y siempre tienen algo a lo que temer. Pongámonos a buenas con el Señor mientras nos concede tiempo, pidiéndole que nos sostenga para que no caigamos en la hora de la prueba, de modo que podamos levantar la cabeza y mantenernos de pie en Su santa presencia sin nada que nos avergüence. Que San Huberto nos alcance esa paz de la conciencia recta que nada tiene que temer del mundo, el demonio y la carne.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. – Tomo IV, Patron Saints Index.

*Comentario de Un discípulo amado de N.S.J.C.

 

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