Santo Tomás de Aquino
TERCER PUNTO
EL PECADO HACE MORIR A DIOS
Finalmente, el colmo de la maldad -¡oh! ¡no moriríamos nosotros mismos de dolores que el pecado hizo que Dios muriera. ¿Qué arrepentimientos, qué lágrimas, qué muerte compensará jamás esta muerte? Se decía de la muerte infligida por Alejandro Magno al filósofo Calístenes que fue un crimen eterno y que todas las victorias del mundo serían incapaz de borrarlo (1). Porque cada vez que querríamos alabar a este príncipe, por una de sus grandes acciones, tendríamos que añadir este reproche: “et Callisthenem occidit”: ¡ha matado a un hombre inocente! ¡Pobre de mí! Alma mía, de qué alegría, de qué placer, de qué complacencia en nosotros mismos seremos jamás capaces, ya que, cualquiera que sea la acción que realicemos, y cualquier consuelo que podamos probar, ¡todas las criaturas del mundo y todos los ángeles del cielo constantemente nos dicen y nos reprochan haber hecho morir a Dios! Pero, oh cristiano, si te consideramos por separado, ¡cuál no es tu crimen! Incluso si las mentes reunieran todo su conocimiento, seguirían siendo incapaces de comprenderlo. Cada vez que pecas mortalmente, crucificas de nuevo a Dios, le das, en cuanto Él está en ti, la oportunidad de darle muerte. ¿Hay insulto más cruel que seguir contaminándote con el pecado, después de que Dios te haya lavado y purificado con su propia sangre (2)?
(2) Cum peccas baptizatus, quantum in te est, das occasionem ut Christus iterum crucifigatur. D. Th. in Ep. ad Hebr. L. 9. Et sic contumelia fit Christo, in cujus sanguine toties te maculas.
Continuará...